Con María siempre y en todo hay esperanza (II)

Por Un Monje Benedictino

Virgen de Luján 01 (04)

En las Sagradas Escrituras hay dos momentos extremos, dos situaciones límites de la humanidad, después de los cuales todo parece estar perdido para siempre; un cataclismo definitivo, la destrucción de todo lo creado donde reinan y dominan la angustia, la desolación, las lágrimas, sombras de muerte, todo cae en el abismo. Son momentos donde la humanidad sólo vislumbra un fracaso para siempre en lo espiritual y humano, en lo social y cultural. Dos situaciones de fin de la historia, de aniquilación del mundo y del cosmos, en donde Satanás, señor de la muerte parece haber triunfado para asumir un dominio total y tiránico, del hombre y de la creación. Dios parece haber sido vencido por el mal.

Estos dos momentos extremos de desesperación, aparecen descritos en los extremos de la Biblia, al principio, en el Génesis, y al final en el Apocalipsis. El primero en el relato de la caída de Adán, el segundo el caótico fin de la historia, del Apocalipsis de San Juan. En estos extremos, el protagonista es el hombre que cae abatido para siempre, sin más remedio. Adán cae bajo el peso de los cinco males: pérdida de la amistad con Dios y pérdida del paraíso, muerte del alma, muerte del cuerpo, el dolor, la esclavitud del demonio.

Y al fin de los tiempos en el Apocalipsis, la humanidad es destruida paulatinamente después de sonar seis trompetas y la acción de cuatro jinetes, en donde vence el jinete siniestro llamado “Muerte” montado en un caballo verdoso, seguido por un temible cortejo de espectros de muerte listos para matar; mientras se va tejiendo el relato con un infernal entramado de ángeles vengativos, gritos de desesperación, fuego, sangre, estrellas que caen, montes e islas que se desploman; explosiones; terremotos; fragor de océanos; langostas letales; guerras; hambre, con una música de fondo:
llegó el Gran día de la Cólera.

Y es en esos dos momentos lóbregos del Génesis y del Apocalipsis, cuando para al hombre le es imposible toda esperanza, aparece una Mujer que invita a contemplar para arriba, que muestra un nuevo camino, y a
esperar contra toda esperanza. Es la Mujer del llamado “protoevangelio” en el Génesis cuando Dios dice a la Serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu linaje y el suyo. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón» (Gn 3, 14-15).

Y de pronto, en el Apocalipsis, cuando todo parecía perdido en la tierra, y los hombres ya no miraban más al Cielo:
En ese momento se abrió el Templo de Dios que está en el cielo y quedó a la vista el Arca de la Alianza, y hubo rayos, voces, truenos y un temblor de tierra, y cayó una fuerte granizada (Ap 11, 19). Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza (Ap 12, 1).