¡Cuidado! ¡Frágil!

Posted by: Ioseph

Hiperestesia

Gran enemigo de la amistad es el sentimiento exagerado o susceptibilidad. Por regla general, el joven egoísta suele ser excesivamente quisquilloso. No se le puede gastar la broma más inocente, casi no es posible dirigirle la palabra, porque de todo se ofende. En cambio, a él todo le parece lícito. ¡Ah, principalmente con los hermanos menores...! Es realmente su tirano.
Al cuerpo le dio el Señor la facultad de sentir; esta cualidad es la gran defensa de nuestra salud, porque, cuando el cuerpo está expuesto a cualquier influencia nociva, una impresión de dolor nos lo advierte instantáneamente. Nos llama la atención para que nos defendamos.
Pero esta facultad de sentir puede degenerar en sensibilidad excesiva (en término médico:
hiperestesia), porque reacciona con impresión de dolor aun en circunstancia normales, cuando deberíamos permanecer quietos y tranquilos.

Tiene también el alma la facultad de discernir y escoger entre las impresiones que nos llegan de fuera: ¿será en provecho mío, o me causará daño? Pero si se exageran el cálculo o la propia conveniencia, el espíritu se vuelve desconfiado, echa a perder todas las satisfacciones, y se enfada con fruslerías.
El hecho de que los jóvenes causen tantas molestias en casa estriba justamente en su exagerada susceptibilidad. No aciertan a dar con el justo medio de la propia dignidad, les caen mal todas las amonestaciones, y si algo se les niega se desesperan...
Hay jóvenes tan sensibles como la lombriz; por muy suave­mente que se la roce, enseguida la ves acurrucarse con enfado. Y aun cuando quieres hacerle bien, y la levantas cuidadosamente del camino para no pisarla, todavía se agita y se revuelve.

Si no luchas contra tal defecto, más tarde puedes acarrearte situaciones no poco desagradables. No veas, pues, ofensa en cualquier chiste sin malicia; no te enfades por cualquier broma o juego que se hace con desparpajo y alegría.
Y si crees que alguno ha sido descortés contigo, tu comportamiento no debe ser retraerte y estar murmurando para tus adentros durante un cuarto de hora, sino dirigirte al presunto ofensor y pedir amistosamente una explicación de sus palabras. Muchas veces verás con sorpresa cuánto te habías engañado creyendo des­cubrir mala intención en el proceder de tu compañero.

Si todos pensáramos que nuestro juicio precipitado causa más desavenencias que la mala intención de los demás habría más paz y menos discordias en el mundo.
¿Has visto las grandes cajas de madera en que se transportan objetos de vidrio por los ferrocarriles? ¿Te has fijado en la inscripción que llevan con caracteres llamativos? ¡
Cuidado! ¡Frágil! Pues bien. El joven tontamente quisquilloso, que desbarata los partidos de juego, que promueve discordias, debería ser coloca­do en una caja de madera con el mismo letrero, o sobre una peanita, como si fuera un soldadito de plomo, colgándole del cuello esta leyenda: El joven que se ofende y que ofende a cada paso no puede vivir en sociedad; o también: A méchant chien, court lien!, “al perro que muerde hay que atarlo con cadena corta”.

Fuente: Mons. Tihamer Toth, El Joven de Porvenir