Dios ha mirado la humillación de su Esclava
Posted by: Laudem Gloriae
En el comienzo del adviento y preparándonos a la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima, meditemos sobre su profunda humildad, en la que Dios ha puesto su mirada para hacerla Madre de su Divino Hijo (Cfr. Lc. 1,48).
“Considera que la verdadera nobleza consiste en llevar con honor el glorioso título de cristiano; nuestra riqueza, en poseer la gracia de Dios en nuestras almas; nuestra dignidad, en ser humildes de corazón y pobres de espíritu. Para adquirir esos verdaderos tesoros de gracias, el mejor medio es la imitación de las virtudes de la Santísima Virgen, y muy particularmente de su profundísima humildad. Mira cómo al Arcángel que le propone de parte del Altísimo esta suprema dignidad, Ella contesta: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. ¡Oh portento de profundísima humildad! No se envanece cuando el Arcángel le participa que la Majestad suprema de los cielos y la tierra, la elige por su madre, sino que se humilla profundamente, como si dijera: “Yo no soy nada; yo no tengo más voluntad que la voluntad de mi Dios y Señor; puesto que Él lo quiere, y agradándole a Él, sea yo su Madre”.
¡Oh abismo de profundísima humildad! ¿Quién, sino Dios, podrá medirte? ¡Oh purísima y Santísima Virgen! ¡Cuánto no agradaría al Señor aquella tu humildísima respuesta, por la cual mereciste la extraordinaria gloria y el encumbrado trono que hoy ocupas en los cielos!
Contempla a la augustísima Emperatriz de cielos y tierra ocupada, durante los tres meses que permaneció en la casa de su prima Santa Isabel, en servir a ésta como una humildísima sierva; contémplala pobrísima, oculta e ignorada en la cueva de Belén; contémplala en su pobre casa de Nazaret, desempeñando por sí misma los oficios más humildes. Mira cómo Dios aparta su mirada de los palacios de los más grandes y de las escuelas de los sabios, y en la casa de Nazaret tiene puesto sus ojos; Jesús, José y María constituyen el encanto de Dios y de los ángeles.
Imita, pues, a la Santísima Virgen en sus virtudes, porque, exceptuando a Jesucristo, no se concibe modelo más acabado de toda perfección; pero imítala, sobre todo, en su profundísima humildad, si quieres llegar a ser un día verdaderamente grande en el cielo. Cuanto más pequeños nos hagamos, cuanto más humildes de corazón y más pobres de espíritu seamos en la tierra, mayor será nuestra dignidad y grandeza en el cielo. Porque el más pequeño de aquellos felices moradores supera inmensamente en nobleza, grandeza y majestad a todos los reyes, emperadores y potentados de la tierra.
¡Oh excelsa y gran Señora! ¡Oh portento de sublimidad y nobleza! ¡Cuánto me gozo de que el Señor os haya elevado a tan alto puesto para recompensar vuestra ardentísima caridad y vuestra profundísima humildad! Dignaos, Señora, desde ese altísimo trono que como Reina ocupáis, volver hacia mí, pobre pecador, esos ojos misericordiosos, que no saben mirar nuestras miserias sin socorrerlas. Acordaos de que Dios os ha hecho tan grande para que nos levantéis de nuestra vileza; os ha hecho tan poderosa para que sostengáis nuestra flaqueza; os ha colocado a su diestra a fin de que nos alarguéis vuestra mano para que subamos al cielo.”
Fuente: P. Francisco de Paula Garzón, Meditaciones espirituales