Diversas formas de apostolado

Posted by: Laudem Gloriae

Cartujo 01 (01)

¡Oh Jesús! Enséñame a orar, a sufrir y a trabajar contigo por la salvación de las almas.

Cuando se habla de apostolado, se piensa casi exclusivamente en la actividad externa; ciertamente es esta necesaria, pero no es la única forma de apostolado. Hay que tener siempre presente que Jesús nos ha salvado no sólo con la actividad desarrollada en los tres últimos años de su vida, dedicados a la evangelización de las turbas y a la formación del primer núcleo de la Iglesia, sino también con la oración, con el sufrimiento y, en una palabra, con toda su vida.

Jesús fue siempre
apóstol, fue siempre el enviado del Padre para nuestra salvación. Su apostolado comienza en Belén, en la miseria de una gruta donde, niño pequeñito envuelto en pañales, sufre ya por nosotros; continúa durante los treinta años de vida transcurridos en Nazaret en la oración, en el retiro y en la vida oculta; adquiere una forma externa al contacto directo con las almas durante la vida pública y culmina en la agonía del huerto de los Olivos y en la muerte de cruz. Jesús es el apóstol en el establo de Belén, en el taller de José, en las angustias de Getsemaní y del Calvario, no menos que cuando recorre Palestina enseñando a las turbas o disputando con los doctores de la ley.

Nuestro apostolado consiste en asociarnos a todo lo que Jesús ha hecho para la redención de la humanidad, por eso no se limita sólo a la actividad externa sino que consiste también, y de un modo esencial, en la oración y el sacrificio.
Se distinguen así dos formas fundamentales de apostolado: el
apostolado interior de la plegaria y de la inmolación, que es una prolongación de la vida escondida y de la Pasión de Jesús; y el apostolado externo, de la palabra y de las obras, que es una prolongación de su vida apostólica. Ambos son una participación de la obra salvífica de Jesús, pero hay entre ellos una gran diferencia: el apostolado interior es la base indispensable del apostolado exterior; nadie, en efecto, puede pensar en salvar las almas con una actividad que no esté sostenida por la oración y el sacrificio. En cambio se dan casos en que la actividad externa no existe, sin que por eso quede disminuida la interna de la oración y el sacrificio, que puede al mismo tiempo ser muy intensa y fecunda.

Todo cristiano es apóstol, no sólo en virtud de la actividad que desarrolla, sino principalmente en virtud de su participación en la oración y el sacrificio con que Jesús redimió al mundo.
“¡Oh Jesús! ¿Qué podría hacer yo para salvar las almas? Y vos me respondéis con las palabras que dirigisteis un día a vuestros discípulos, mostrándoles los campos de mieses maduras: “Alzad los ojos y mirad cómo los campos amarillean ya por la mies… En verdad, la mies es mucha pero los obreros son pocos; pedid, pues, al Señor de la mies que mande obreros”.
“¡Qué misterio, oh Jesús! ¿No sois omnipotente? ¿no son las criaturas de Quien las ha creado? ¿por qué pues, decís: “Rogad al dueño de la mies que envíe obreros”? ¿Por qué? ¡Oh, Jesús! Porque nos tenéis un amor tan incomprensible, que queréis tengamos parte con vos en la salvación de las almas. Nada queréis hacer sin nosotros. Vos, Creador del universo, esperáis la oración de una pobrecita alma para salvar a las demás almas redimidas, como ella, al precio de toda tu Sangre”
(Santa Teresa del Niño Jesús).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina