El Domingo de Pasión

Posted by: Ioseph

Crucifixión 02 (09)

El quinto Domingo de Cuaresma tiene un nombre particular que le viene de muy antiguo: Domingo de Pasión. A continuación ofrecemos algunas consideraciones que podrán ser de ayuda para vivir más adecuadamente este último tiempo antes de la Pasión, muerte y resurrección del Salvador. (Algunas, referidas a cuestiones litúrgicas, han de entenderse de la liturgia anterior al Concilio Vaticano II –liturgia que conoció el autor abajo citado–, la cual está aún vigente en la Iglesia y que, gracias al Motu Proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, puede ser actualmente celebrada por cualquier sacerdote).
 
Siempre se ha contado este domingo en el número de los más solemnes, y no cede a ninguna otra solemnidad en la Iglesia. Como no hay misterio en nuestra religión que nos toque más de cerca –y en que el amor que Jesucristo nos tiene aparezca con más viveza– que el de la redención, no hay tampoco otro que más nos interese, ni que exija de nosotros un reconocimiento más vivo y un tributo más justo de compasión, de imitación, de ternura, de amor.
 
La Iglesia comienza hoy a llamar nuestra atención sobre los preparativos de la muerte de Jesucristo, por la consideración particular del misterio de su Pasión, que no pierde de vista en toda la Cuaresma, pero singularmente en estos últimos quince días; de suerte que puede decirse que las cuatro primeras semanas de Cuaresma están particularmente destinadas a conducir al pecador a que haga penitencia por sus pecados, y las dos últimas a hacerle honrar el misterio de la Pasión del Salvador, por la participación –por decirlo así– de sus tormentos.
 
Como fue este el tiempo más o menos en que los sacerdotes, los doctores de la ley y los fariseos (confundidos y desconcertados por la resurrección de Lázaro, la cual había atraído un gran número de nuevos discípulos a Jesucristo, a quién se consideraba ya por todas partes como el Mesías) comenzaron a tramar su muerte, y como se cree que en este día fue cuando quedó determinada, la Iglesia, para manifestar su tristeza, se viste de luto, quita de sus oficios todo cántico de alegría, y en todas sus oraciones da a entender su dolor y su aflicción.
 
Los santos padres distinguen las cuatro semanas precedentes de estas últimas dos: éstas se llaman semanas de Pasión, porque la Iglesia en todo este tiempo está en mayor duelo, y los fieles dedicados a ejercicios de una devoción más sentida y de una penitencia más austera; aquéllas se llaman simplemente semanas de Cuaresma, durante las cuales la penitencia y el ayuno se observaban con un poco menos de rigor.
 
Pocos santos hay a quienes la meditación de la Pasión de Jesucristo no haya sido familiar y que no hayan encontrado en este gran misterio un fondo inagotable de fortaleza, de confianza y aun de alegría en las adversidades. Se consuela uno fácilmente en sus aflicciones y en sus molestias cuando mira con los ojos de la fe y con un corazón cristiano a un Dios expirando por nosotros en la cruz. Con su ejemplo, Jesucristo nos ha suministrado un motivo poderoso para animarnos a sufrir y nos ha merecido la gracia para ello. El Padre Eterno dice a cada uno de los cristianos, mostrándole a su Hijo sobre el Calvario, lo que había dicho en otro tiempo a Moisés:
“Mira este modelo que se te propone sobre esta montaña, y aplícate a imitarlo”.
 
La Iglesia nada omite para inspirarnos el espíritu de humildad, de compunción, de mortificación y de santa tristeza en estas dos últimas semanas de Cuaresma: sus oficios, su gran luto, sus oraciones, todo tiende a hacernos sensibles a los tormentos y a la muerte de Jesucristo. Es muy extraño que en el tiempo mismo en que todo nos predica la pasión del Salvador, en un tiempo singularmente consagrado a honrar sus humillaciones y sus tormentos, apetezca un cristiano las comodidades, alimente un fondo de orgullo y de ambición, y viva entre los placeres.

Fuente: Cfr. J. Croisset, sj, Año Cristiano, Tomo XV