El Varón de dolores

Posted by: Laudem Gloriae

Jesus 14 (21)

La Misa del Miércoles Santo (según el calendario antiguo del rito romano) contiene dos lecciones de Isaías (62,11; 63,1-7; 53,1-12) que nos dibujan de una manera impresionante la figura de Jesús, el Varón de dolores. Es Cristo paciente que se presenta a nuestras miradas cubierto con la púrpura encendida de su sangre y llagado de pies a cabeza… “¿Cómo está, pues, rojo tu vestido y tus ropas como la de los que pisan en el lagar?” “He pisado en el lagar yo solo, y no había conmigo nadie de las gentes”.

Jesús solo ha pisado el lagar de su Pasión. Pensemos en la agonía del huerto, cuando la vehemencia del dolor tiñó todos sus miembros con un sudor de sangre. Recordemos el momento en que Pilatos, después de haberlo hecho azotar, lo presentó a la muchedumbre, diciendo:
“Ahí tenéis al hombre”; Jesús apareció entonces con la cabeza coronada de espinas y las carnes destrozadas por los azotes, mientras el rojo vivo de su Sangre se confundía con el bermejo del manto de púrpura con que le habían vestido los soldados para escarnecerle como rey de burla.
Y mientras Cristo se entrega a los hombres derramando su Sangre para salvarlos, los hombres le abandonaban:
“Miré, y no había quien me ayudara, me maravillé de que no hubiera quien me apoyase”. ¿Dónde están los enfermos por Él curados, los ciegos que al contacto de sus manos recuperaron la vista, los muertos resucitados, las miles de personas que Él sació con el pan milagroso, todos cuantos habían experimentado de mil modos los efectos de su bondad? Ante Jesús no se ve más que una muchedumbre enfurecida que grita: “Crucifícale, crucifícale”. También los Apóstoles, también los más íntimos amigos de Jesús han desaparecido, y hasta uno de ellos le ha hecho traición: “No, no es un enemigo quien me afrenta; eso lo soportaría… Eres tú, otro yo, mi amigo, mi íntimo, tú que conmigo tomabas el dulce alimento” (Sal. 54,13-14). A este texto que hoy se lee en los salmos de Tercia y que tan gráficamente expresa la amargura de Jesús por la traición y el desamparo de los suyos, corresponde un responsorio de Maitines: “En cambio de mi amor me combaten sin motivo. Y me vuelven mal por bien y odio en cambio de mi amor” (Breviario Romano).

Contemplando a Jesús en su Pasión, cada uno de nosotros puede exclamar:
tradidit semetipsum pro me: se entregó a sí mismo por mí (Gál. 2,20); y después preguntarse: ¿cómo he respondido yo a su amor?

“¡Cuántos son los que te hieren, Jesús mío! ¡Y cuántos son los que te entregan! El Padre celestial te entregó por el bien de todos nosotros; y Tú mismo te entregaste, como San Pablo gozosamente exclama: “Me amó y voluntariamente se entregó por mí” (Gál. 2,20).
¡Oh, qué cambio verdaderamente maravilloso! El Señor se entregó a sí mismo por amor del siervo, Dios por el hombre, el Criador por la criatura, el inocente por el pecador. Y Tú espontáneamente te entregaste en las manos de aquel traidor, del falso discípulo. El traidor te entregó a los judíos. Los malvados judíos te entregaron a los gentiles, quienes te ridiculizaron, te azotaron y crucificaron. Tú habías dicho estas cosas, las habías anunciado; y se cumplieron. Y, consumadas todas estas cosas, te vemos ahí crucificado y puesto entre dos malhechores. ¡Y ojalá se hubieran contentado con herirte! Más añadiendo otras maldades al dolor de tus llagas y, viéndote abrasado por la sed, te dieron a beber vino mezclado con hiel.
Yo lloro por ti, Rey mío, Señor y Maestro, Padre y Hermano mío, amantísimo Jesús”
(San Buenaventura).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina