El camino de la verdadera felicidad

Posted by: Laudem Gloriae

San Juan de la Cruz 04 (17)

Muéstrame, Señor, la senda estrecha que conduce a la verdadera vida y el camino que lleva a la unión contigo.

Si quieres entrar decididamente en el camino del desasimiento total –el único que termina con certeza en la unión con Dios– tienes que “poner el hacha a la raíz del árbol”, es decir, debes herir y cortar la raíz misma de tus afecciones, que no es más que una desordenada tendencia a gozar, esto es, a buscar tu satisfacción en ti mismo, en tu amor propio y en las demás criaturas.
Es verdad que has sido creado para gozar, pero para
gozar de Dios. Pero mientras que Dios no puede caer bajo la acción de tus sentidos, tu propio yo y las cosas terrenas están tan cerca de ti, que, en vez de pasar por encima de ti y de esas cosas para llegar a Dios, y en vez de servirte de las criaturas para subir al Creador, te detienes en buscar en ellas tu felicidad. Y lo haces con afecto desordenado, atando así, por unas migajas de gusto propio, tu corazón a la tierra y haciéndote incapaz de llegar a la unión con Dios, que es la única fuente de la verdadera felicidad.

Esa tendencia desordenada a gozar es precisamente la que aparta de Dios tus deseos y tus afectos y los dirige a las criaturas. Esta es la raíz de todos tus asimientos, por pequeños que sean.
Para que aprendas a mortificar hasta el fondo esa tendencia desarreglada, oye lo que te enseña San Juan de la Cruz: “Lo
primero, traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus cosas, conformándose con su vida, la cual debe considerar para saberla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera él. Lo segundo, para poder bien hacer esto [imitar a Cristo], cualquier gusto que se le ofreciere a los sentidos, como no sea puramente para honra y gloria de Dios, renúncielo y quédese vacío de él por amor a Jesucristo, el cual en esta vida no tuvo otro gusto ni le quiso que hacer la voluntad de su Padre, lo cual llamaba él su comida y manjar (Jn. 4,34)”.

No pretende el Santo que vivas sin el mínimo gusto ni la más mínima satisfacción –cosa imposible, pues el hombre ha sido creado para la felicidad–; pero te enseña a renunciar a todo aquello que desagrada a Dios y a poner todo tu gusto y toda tu alegría en cumplir la voluntad de Dios, y en darle gusto y gloria, imitando así a Jesús, que bien pudo decir:
“Yo hago siempre lo que es del agrado de mi Padre” (Jn. 8,29).

¡Oh Señor! A la luz de tus enseñanzas, el mismo camino duro y áspero del desasimiento total se convierte en atrayente y todo me invita a emprenderlo con entusiasmo. Y sin embargo, Tú sabes cuán débil soy y cómo huyo espontáneamente, por naturaleza, de todo lo que es difícil, fatigoso y desconsolador, Tú sabes cómo mi naturaleza tiende siempre al mínimo esfuerzo, a lo que es más fácil, más gustoso y de mayor consuelo. Pero tu amor, oh Señor, es omnipotente, y Tú que me creaste de la nada por amor, puedes también con el mismo amor cambiar mis gustos y mis tendencias. Sí, sólo tu amor me puede empujar por este camino y darme valor para comenzar esta profunda reforma de mí mismo. Sólo tu amor, oh Señor, puede ser el peso que me incline a la renuncia total. Dígnate, pues, Dios mío, imantarme cada vez más poderosamente, pues mi debilidad me tienta para que me pare y me entretenga en el camino, y esto es precisamente lo que yo temo.

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina