El puesto de honor

Posted by: Laudem Gloriae

Ultima Cena 02 (05)

¡Oh Jesús!, que dijiste: no he venido “a ser servido sino a servir” (Mt 20, 28). Enséñame a amar el último puesto.

Durante la última cena Jesús quiso dar a sus apóstoles otra lección de humildad: mientras ellos discutían “sobre quién de ellos debía ser tenido por mayor”, Él les dijo: “…el mayor entre vosotros será como el menor y el que mande como el que sirve”, porque “Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve” (Lc 22, 24-27).
Cuando Jesús habla de nuestras relaciones con el prójimo insiste siempre en que cada uno tome la actitud de siervo y se considere siervo de los otros. Lo dijo cuando, tomando un niño, lo presentó como modelo de perfección:
“Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 34), y lo repitió cuando advirtió a sus discípulos que no imitasen la conducta soberbia de los fariseos: “El más grande de vosotros sea vuestro servidor” (Mt 23,11).

La cosa es clara: para los seguidores de Cristo el puesto de honor, el puesto privilegiado es el puesto de siervo y el Maestro divino insiste precisamente en que aquellos que ocupan los primeros puestos sean los más solícitos en servir a todos.
Por lo tanto, si has sido constituido en autoridad sobre tu prójimo, piensa que se te dio no para honor, sino para que sirvas a los demás. Si por el contrario nada te distingue de los que viven contigo, no te afanes por sobresalir; y, finalmente, si tu puesto es el de súbdito, ocúpalo de buena gana, y no trabajes para abandonarlo. Si Dios te destinó un puesto humilde, es porque Él mismo se preocupa de hacerte practicar la humildad; es ésta una de las gracias más excelsas que Él te ha podido hacer, por eso corresponde ejercitándote continuamente en esta virtud.
“La única cosa que nadie envidia es el último puesto -decía Santa Teresa del Niño Jesús- y solamente en él no hay vanidad ni aflicción de espíritu”.

“¡Oh Amado mío!… No podíais abajaros más para enseñarme la humildad. Por eso quiero responder a vuestro amor, ponerme en el último lugar, participar de vuestras humillaciones, a fin de tener parte con Vos en el reino de los cielos.
Os suplico, mi divino Jesús, que me enviéis una humillación cada vez que intente sobreponerme a los demás.
Pero conocéis, Señor, mi debilidad; cada mañana tomo la resolución de practicar la humildad, y por la noche reconozco haber cometido muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también orgullo. Quiero, por tanto, Dios mío, fundar mi esperanza sólo en Vos. Puesto que todo lo podéis, dignaos hacer nacer en mi alma la virtud que deseo.”
(Santa Teresa del Niño Jesús).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina