Enemistad entre Satanás y María

Posted by: Ioseph

Inmaculada 04

Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo (Gén. 3, 15). He aquí esta oposición radical, esta enemistad profunda entre Satanás y María. ¡Qué importante es comprenderla bien si queremos vivir como cristianos y como verdaderos hijos de la Santísima Virgen!

“Enemistades”,
inimicitias. Este plural no solamente es enfático y solemne; profetiza además un conjunto de actos y de sentimientos cuyas causas secundarias son diversas, pero que tienen como primer principio, por un lado, al Espíritu de Dios, y por el otro, al espíritu de Satanás; y de esta oposición nace la lucha que se prolongará hasta el fin de los tiempos.
Es útil meditar en la enemistad que separa a los hijos de María y a los hijos de Belial, los esclavos de Satanás, los amigos del mundo. Sin embargo, qué poco numerosos son aquellos que piden a la Santísima Virgen les inspire, no sólo el alejamiento (que es insuficiente), sino el odio al espíritu del mundo, ¡un odio vivo y que no se extinga jamás! Este odio es un signo distintivo de los hijos de la Santísima Virgen, tanto como el amor a Jesús del que es la consecuencia necesaria y la garantía indispensable.

¿Tenemos suficiente sentido cristiano, suficiente inteligencia de nuestras promesas del bautismo, para implorar este odio como una gracia? Encendemos cirios, ofrecemos flores, entonamos cánticos, y no nos damos cuenta que estas cosas, buenas en sí mismas, no son más que una ilusión si no tenemos en el corazón, viviente y práctico, el odio de sí, en el sentido evangélico. Debemos odiar lo que en nosotros es pecado, lo que nos lleva a él o lo que queda de él en nosotros; odiar incluso las ideas y las seducciones de este mundo, que glorifica al mal, lo propaga y lo vuelve seductor.

Éste es un signo característico de una verdadera devoción a la Santísima Virgen, de una devoción interior y no solamente exterior. Es que esta dulce Madre representa para nosotros el amor de Dios en lo que tiene de más tierno e indulgente, es el amor del Padre celestial que se hace madre para sus hijos. Pero María es también la mujer fuerte por excelencia, y sus verdaderos devotos, los hijos que Ella ha formado, se vuelven al mismo tiempo almas tan afectuosas como recias. Los nombres más dulces que nuestro amor filial pueda prodigarle, son sin duda muy justos; pero, si todo esto no está sazonado por la sal de la divina sabiduría en la que entra el odio al pecado, todo ello no será más que sentimentalismo insulso y amaneramiento afectado y ridículo.

Fuente: R.P. Antonin Lhoumeau, La Vida Espiritual en la
escuela de San Luis María Grignion de Montfort