Hay que orar con humildad (IV)

Posted by: Ioseph

San Isidro Labrador 02 (02)
San Isidro Labrador

El mismo Señor dijo un día a Santa Catalina de Siena: Aprende, hija mía, que el alma que persevera en la oración humilde, alcanza todas las virtudes.

A este propósito parécenos bien apuntar aquí un consejo que en una nota a la carta decimoctava de Santa Teresa trae el piadosísimo Obispo Palafox y que se dirige muy especialmente a las personas que tratan de cosas del espíritu y quieren hacerse santas.
Escribe la Santa a su confesor y le da cuenta de los grados de oración sobrenatural con que el Señor la había favorecido. Sobre esto el citado Prelado nos enseña que esas gracias sobrenaturales que se dignó conceder Dios a Santa Teresa y a otros santos no son necesarias para llegar a la santidad, ya que muchas almas llegaron sin ellas a la más alta perfección y otras muchas por el contrario, aunque alguna vez las gozaron, al fin miserablemente se perdieron.
De aquí concluye que es tontería y presunción pedir esos dones sobrenaturales, ya que el verdadero camino para llegar a la santidad es ejercitarnos en la virtud y en el amor de Dios, y a esto se llega por medio de la oración y de la correspondencia a las luces y gracias de Dios, que sólo desea vernos santos, como dice el Apóstol:
Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación.

Luego pasa a tratar el dicho piadoso escritor de los grados de oración extraordinaria de los cuales la Santa escribía, esto es, de la oración de quietud, del sueño y suspensión de las potencias, de la unión, del éxtasis, del vuelo y de la herida espiritual. Sobre estas cosas escribe discretamente el sabio autor.
En vez de
oración de quietud debemos pedir y desear que Dios nos libre de todo afecto y deseo de bienes mundanos que, no sólo no dan la paz, sino que por el contrario traen consigo inquietud y aflicción de espíritu, como dijo Salomón: Todo es vanidad y aflicción de espíritu. No hallará jamás verdadera paz el corazón del hombre si no arroja de sí todo aquello que no es del agrado de Dios, para dejar lugar totalmente al amor divino, el cual debe poseerlo por completo. Mas esto de por sí no puede tenerlo el alma y tendrá que alcanzarlo con continua oración.

En vez del
sueño y suspensión de potencias, pidamos a Dios que tengamos el alma dormida y muerta para todas las cosas temporales y muy despierta para meditar la bondad divina y para suspirar por el amor santo y los bienes eternos.
En vez de la
unión de las potencias pidamos a Dios la gracia de no pensar, buscar y desear sino lo que sea su divino querer, pues la santidad más alta y la perfección más sublime sólo consisten en la unión de nuestra voluntad con la voluntad divina.
En vez de
éxtasis y raptos será mucho mejor que pidamos a Dios que nos arranque del alma el amor desordenado de nosotros mismos y de las criaturas y que nos arrastre detrás de sí, y de su amor.

En vez del
vuelo del espíritu pidamos al Señor la gracia de vivir enteramente despegados de este mundo, como las golondrinas, que no se posan sobre la tierra para comer, si no que volando comen. Con lo cual debe entenderse que sólo debemos tomar aquellas cosas materiales que son necesarias para el sostenimiento de la vida, pero volando por los aires siempre, es decir, sin detenernos en la tierra para saborear los placeres de este mundo.
En vez del
ímpetu del espíritu pidamos al Señor que nos dé aquella energía y aquella fortaleza que nos son necesarias para resistir a los ataques de nuestros enemigos y para vencer las pasiones y abrazarnos con la cruz, aun en medio de las desolaciones y tristezas espirituales.

Y en cuanto a la
herida espiritual pensemos que, así como las heridas con sus dolores nos traen a cada paso a la memoria el recuerdo de nuestro mal, así hemos de pedir a Dios que de tal suerte nos hiera con la lanzada de su santo amor, que recordemos continuamente su bondad y el amor que nos ha tenido, y de esta manera podamos vivir siempre amándolo y complaciéndolo con obras y deseos.
Todas estas gracias, pues, no se alcanzan sin oración, y con ella se alcanza todo, con tal que sea humilde, confiada y perseverante.

Fuente: San Alfonso María de Ligorio, El gran medio de la oración