Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo

Posted by: Laudem Gloriae

Pesebre 08 (27)

“Hemos visto su estrella en Oriente y venimos con dones a adorarle”.
En estas palabras del versículo del Aleluya sintetiza la misa de Epifanía la conducta de los Magos. Divisar la estrella y ponerse en camino, fue todo uno. No dudaron porque su fe era sólida, firme, maciza. No titubearon frente a la fatiga del largo viaje, porque su corazón era generoso. No lo dejaron para más tarde, porque tenían un ánimo decidido.
En el cielo de nuestras almas aparece también frecuentemente una estrella misteriosa: es la inspiración íntima y clara de Dios que nos pide algún acto de generosidad, de desasimiento, o que nos invita a una vida de mayor intimidad con Él. Si nosotros siguiéramos esa estrella con la misma fe, generosidad y prontitud de los Magos, ella nos conduciría hasta el Señor, haciéndonos encontrar al que buscamos.

Los Magos continuaron buscando al Niño aún durante el tiempo en que la estrella permaneció escondida a sus miradas; también nosotros debemos perseverar en la práctica de las buenas obras aún en medio de las más oscuras tinieblas interiores: es la prueba del espíritu, que solamente se puede superar con un intenso ejercicio de pura y desnuda fe.
Sé que Dios lo quiere, debemos repetirnos en esos instantes, sé que Dios me llama, y esto me basta: “Scio cui credidi et certus sum” (II Tim. 1, 12); sé muy bien en qué manos me he colocado y, a pesar de todo lo que pueda sucederme, no dudaré jamás de su bondad.
Animados con estas disposiciones, vayamos también nosotros con los Magos a la gruta de Belén:
“Y así como ellos en sus tesoros ofrecieron al Señor místicos dones, también del fondo de nuestros corazones se eleven ofrendas dignas de Dios” (Breviario Romano).

Tú me das a comprender, oh Jesús mío, que deseas mi colaboración para la venida de tu reino; tú quieres que yo ore, sufra y trabaje por la conversión de todos, vecinos y lejanos… Tú quieres que también yo lleve ante tu cuna los regalos de los Magos: el incienso de la oración, la mirra de la mortificación y del sufrimiento abrazado generosamente, y el oro del amor; un amor que convierta mi corazón en posesión exclusivamente tuya, y me incite a trabajar y a darme por completo en beneficio de los pecadores y de los infieles y para la mayor santificación de tus escogidos.
¡Oh dulcísimo Rey!, crea en mí un corazón de apóstol. ¡Con cuánta ilusión yo quisiera traer hoy a tus plantas las sinceras alabanzas y adoraciones de todos los hombres de la tierra!
¡Oh Jesús mío!, te suplico que, al mismo tiempo que te manifiestas al mundo, te des a conocer cada vez más a mi alma. Que brille hoy también para mí tu estrella y me enseñe el camino que conduce a ti; que el día de hoy sea también para mí una verdadera Epifanía, es decir, una nueva manifestación tuya a mi entendimiento y a mi corazón. Quién más te conoce más te ama, oh Señor; y yo deseo conocerte sólo para amarte y para darte a ti cada vez con mayor generosidad.

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina