Humildad en las caídas (I)

Posted by: Laudem Gloriae

San Pedro 04 (11)
San Pedro arrepentido

“Yo soy pobre y menesteroso, el Señor cuidará de mí… y me amparará a la sombra de sus alas” (Sal 39, 18; 56, 2)

Si al contemplar tu miseria no levantas tus ojos a Dios, Padre de las misericordias, fácilmente te sentirás oprimido y desanimado. Si te examinas atentamente verás que este desaliento procede siempre de dos causas, íntimamente unidas entre sí: la una consiste en que, habiendo contado con tus fuerzas, tu orgullo se ha sentido fuertemente herido y desilusionado ante el fracaso sufrido; la segunda, es que, habiendo hecho caso omiso de Dios, no has pensado en recurrir a Él, ni para pedirle el éxito en el bien, ni cuando has caído en el mal. En conclusión has obrado siempre solo: solo has buscado el triunfo, solo estabas cuando caíste, y solo cuando reflexionaste en tu caída.

El único resultado posible de ésta tu manera de obrar es el abatimiento; ¿por ventura podrás tener energía suficiente para levantarte, tú, que precisamente por falta de fuerzas te encuentras postrado en tierra? Dios no quiere que tú obres solo
¡Ay del que está solo -dice la Sagrada Escritura- que si se cae no tiene quién le levante! (Ecl 4,10). Desgraciado el hombre que funda sus propósitos sobre su fuerza, porque el día que cayere no tendrá a su disposición la fuerza de Dios, para levantarse de nuevo, y permanecerá postrado en su miseria, humillado y confuso.

Del mismo modo que no debes obligarte con nuevos propósitos sin presuponer la ayuda de Dios para ser fiel a ellos, así tampoco debes contemplar tus caídas sin considerar al mismo tiempo la misericordia divina, porque si sólo Dios puede darte la victoria en el bien, ese mismo Dios es el único que puede levantarte del mal.
He aquí el motivo por qué los santos enseñan que el conocimiento propio nunca debe ir separado del conocimiento de Dios y viceversa. Santa Teresa de Jesús dice:
“Así el alma en el propio conocimiento: créame, y vuele algunas veces a considerar la grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí misma, y más libre de las sabandijas”, es decir, de las propias miserias (M 1 2,8).

¡Oh Señor! “No siento pena alguna al ver que soy la debilidad misma; antes al contrario, me glorío de ello, y cuento con descubrir en mí cada día nuevas imperfecciones…
¡Qué ilusión! ¿Quisiéramos no caer nunca? ¿Qué importa, Jesús mío, que yo caiga a cada instante? Veo en ello mi debilidad y esto es para mí una gran ganancia. Vos veréis en ello lo que puedo hacer, y entonces os sentiréis más inclinado a llevarme en vuestros brazos… Si no lo hacéis, es que os gusta verme en el suelo… No voy a inquietarme por eso, sino que seguiré tendiéndoos mis brazos suplicantes y llenos de amor. ¡No puedo creer que me abandonaréis!
(Santa Teresita).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina