Humildad y temor de Dios (II)

Posted by: Ioseph

Cenizas 01 (01)
Recuerda que eres polvo y al polvo volverás

El primer grado de la humildad es escuchar humildemente las palabras de la verdad, grabarlas en la memoria y ponerlas por obra. Es cierto que la verdad huye siempre de las mentes que no son humildes. Cuanto más humilde sea el hombre ante sí mismo, más grande será ante Dios; el soberbio, cuanto más glorioso aparece ante los hombres, más abyecto es delante de Dios. El que reúne todas las demás virtudes y no tiene humildad es como el que transporta el polvo contra el viento. Además, la Escritura dice: ¿«De qué te ensoberbeces, polvo y cenizas», si el viento de la soberbia disuelve y dispersa cuanto has reunido con ayunos y limosnas?

No te gloríes por tus virtudes, porque no serás tú tu juez, sino otro, ante el cual procura humillarte en tu corazón, a fin de que Él te exalte en el tiempo de la retribución. Baja si quieres subir, humíllate si quieres ser exaltado, para que cuando seas exaltado no vengas a ser humillado, porque el que es deforme a sus propios ojos es hermoso delante de Dios; el que se disgusta a sí mismo agrada a Dios; sé, pues, pequeño a tus ojos para que seas grande a los de Dios; porque serás tanto más precioso a los ojos de Dios cuanto más bajo seas ante ti mismo. En el sumo honor, ten suma humildad; la alabanza del honor es la virtud de la humildad.
Pero nadie puede alcanzar la virtud de la humildad sin la del temor de Dios; porque la una no puede existir sin la otra. Escuchad, hijos míos, cuáles son los efectos del temor de Dios:
el temor de Dios es el principio de la sabiduría; el temor de la presencia de Dios es el gran medio para evitar el pecado; quien teme a Dios con todas sus fuerzas se guarda de pecar; a quien teme a Dios le irá bien en sus postrimerías y el día de su fin hallará gracia.

Quien se avergüenza de pecar delante de los hombres, cuánto mejor haría si se avergonzara de hacer el mal en presencia de Dios, que ve no sólo las obras sino también los corazones. Quien teme a Dios santamente procura hacer su beneplácito. Distinto es el temor del siervo: el siervo teme por miedo a la pena; el hijo, por amor al padre. Si somos hijos de Dios temámosle por la dulzura de la caridad, no por la amargura del temor. El hombre sabio obra siempre con temor de Dios, porque sabe que es imposible huir de su presencia; como dice a Dios el Salmista:
«¿Dónde podría alejarme de tu espíritu? ¿A dónde huir de tu presencia?» y en otro lugar añade que ni en Oriente ni en Occidente podrá nadie esconderse de Dios.

Fuente: San Agustín, Sermón sobre el temor de Dios y la verdadera humildad