Imitar Su pobreza y humildad

Posted by: Laudem Gloriae

Pesebre 07 (26)

Jesús, no sólo se ha despojado por nuestro amor, hasta cierto punto, de toda su grandeza y majestad, sino que desde el primer momento de su vida terrena ha abrazado las mayores privaciones.
Despojémonos también nosotros, voluntariamente y de corazón, por amor a Jesús, de todo: del amor a las riquezas, del apego a nuestro bienestar material, de las comodidades, de lo superfluo.
Quienes tenemos voto o promesa de pobreza, ella nos obligan ya a este desprendimiento: pero, aun suponiendo que no tuviéramos tal compromiso, ¿cómo soportaría tranquilamente nuestra conciencia una vida cómoda, viendo a nuestro Dios abrazado voluntariamente con tan grande pobreza e incomodidad?

Mira en qué condiciones está el Niño Jesús: pajas punzantes, escasos pañales, un establo de animales por casa, un pesebre por cuna… Ante el pesebre nos convencemos de que el camino de la nada no nos pide demasiado:
“Desear entrar, por Cristo, en toda desnudez y vacío y pobreza de todo cuanto hay en el mundo” (San Juan de la Cruz)
Si queremos corresponder al amor infinito de Jesús, despojémonos generosamente de todo por Él, porque, como enseña San Juan de la Cruz,
“amar es obrar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios”. El camino de la nada lleva rápidamente a Belén, donde Dios se ha unido a la humanidad de la manera más íntima y personal y donde Dios nos espera para unirse con nuestras almas.

¡Oh, cuánto poder y amor me manifiestas, Jesús mío, al quererte hacer como un niño cualquiera que calla y tiene necesidad de todo! Y la primera voz que dejaste oír fue el llanto, como dice el Sabio, para darme a conocer mi miseria. Te alimentas únicamente de la leche, que recibes como un don del Eterno Padre; sí, de la misma manera mi alma no debe nutrirse sino con el alimento que procede de ti. Pero antes de nutrirte Tú, quieres darme el alimento a mí. ¿Y qué alimento me das? El de tu humildad y pobreza, cuando reclinas tus delicados miembros en el pesebre sobre el heno y reclinas sobre una piedra tu cabeza” (Santa María Magdalena de Pazzis).

¡Oh Señor, dulce Verbo encarnado!, quiero corresponder a tu infinito amor; quiero probarte con los hechos que te amo de verdad. ¿Qué haré por ti, dulcísimo Jesús? Me despojaré por tu amor de todo lo que no seas Tú, porque no ansío ni deseo cosa alguna fuera de ti, y quiero tan sólo hacerme semejante a ti. Tú, que de Dios te hiciste carne, haz que yo de soberbio me haga humilde; Tú que de dueño y Señor de todo el universo te has hecho pobre e indigente, haz que yo de aficionado a mis comodidades me convierta en amador de la verdadera pobreza. La humildad y la pobreza me introducirán en la senda de la nada y, de esta manera, vacío de mí mismo y de todas las cosas, podré amarte finalmente con todas mis fuerzas, podré decirte con toda sinceridad: ¡Oh Señor, te amo más que a mí mismo, y más que a todas las cosas!

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina