La Confesión (I)

Posted by: Laudem Gloriae

Confesión Sacramental 02 (03b)

A los pies de tu cruz, Jesús mío, confieso mis pecados y te pido que derrames sobre mí tu Sangre preciosa para que mi alma sea purificada.

La Confesión es el Sacramento de la Sangre de Cristo, con la cual -según la expresión gráfica de Santa Catalina de Siena- “ha querido prepararnos un baño para purificar de la lepra del pecado la cara de nuestras almas”.
Aunque sólo los pecados mortales constituyen la materia
necesaria de este Sacramento, los veniales son de por sí materia suficiente y toda la tradición católica ha insistido siempre en la oportunidad de acudir a la Confesión frecuente aun cuando sólo se tiene conciencia de pecados veniales. Pero quien, siguiendo esta norma, practique la confesión semanal, debe procurar con todo cuidado que no se convierta en una costumbre mecánica, sino que sea siempre un acto vital, que lo haga capaz de beneficiarse plenamente de todas las gracias ofrecidas en este Sacramento.

“¡No despreciéis la Sangre de Cristo!”, exclamaba Santa Catalina de Siena; y en verdad, quien aprecia la Sangre de Cristo, no se acercará ligeramente a la Confesión. Para esto piensa que la Absolución no es más que la efusión de la Preciosa Sangre de Cristo que, inundando y penetrando en el alma, la purifica del pecado, le devuelve la gracia santificante si la hubiere perdido o se la aumenta si ya la posee. Esta remisión de la culpa y producción de la gracia es el fruto de la acción de Jesús, expresada por la fórmula que el sacerdote pronuncia en su nombre: “Yo te absuelvo”…
En ese momento es Jesús quien obra en el alma, ya perdonando el pecado, ya produciendo o aumentando la gracia. Y conviene recordar que la eficacia de la absolución no se limita únicamente a los pecados cometidos, se extiende también al futuro, mediante la presencia de la gracia sacramental, previniendo al alma contra las recaídas y dándole fuerza para resistir a las tentaciones y para actuar sus buenos propósitos.
De esta manera la Sangre de Jesucristo no es sólo medicina para el pasado, es también un preservativo y un fortificante para el porvenir; el alma que se sumerge en ella como en un baño saludable, adquiere nuevo vigor y poco a poco sentirá extinguirse la fuerza de sus pasiones.
De aquí la importancia de la Confesión frecuente para un alma que anhela unirse con Dios y que por lo tanto debe aspirar necesariamente a la purificación total.

“¡Jesús dulce, Jesús amor! Para vestirnos de la vida de la gracia, te despojaste Tú de la vida del cuerpo; y sobre el madero de la santísima Cruz extendiste tu cuerpo, como un cordero sacrificado que se desangra por todas las venas, y por medio de esta Sangre nos creaste de nuevo a la vida de la gracia.
Dulce Jesús, mi alma desea ardientemente verse toda bañada y sumergida en tu Sangre… Porque en la Sangre encuentro la fuente de la misericordia; en la Sangre, la clemencia; en la Sangre, el fuego; en la Sangre, la piedad; en la Sangre se ha hecho justicia de nuestras culpas; en la Sangre se ha saciado la misericordia; en la Sangre se disuelve nuestra dureza; en la Sangre las cosas amargas se convierten en dulce y los grandes pesos se hacen ligeros. Y ya que en tu Sangre ¡oh Cristo! maduran las virtudes, embriaga y sumerge mi alma en tu Sangre, para que se revista de verdaderas y auténticas virtudes” (Santa Catalina de Siena).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina