La Pasión del Señor (II)

Posted by: Nycticorax

Pasión de Jesucristo 02 (02)

Vuelve Jesús a presencia de Pilato: El gobernador, conociendo el odio de los fariseos, desea salvar a Jesús. Espera hallar más justicia en el pueblo, y siguiendo la costumbre de indultar a un preso en el tiempo pascual, equipara a Jesús a un asesino llamado Barrabás: “¿A quien queréis que ponga en libertad, pregunta a la muchedumbre, a Jesús o a Barrabás?” El pueblo, seducido por los fariseos, pide la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Pilato se indigna; y para mover al pueblo a compasión, condena a Jesús a la pena de azotes, no obstante haberle declarado inocente.
 
Este suplicio, reservado para los esclavos, era, según la ley romana, horriblemente cruel. El condenado, completamente desnudo, era atado a una columna baja, de modo que presentara la espalda encorvada a los golpes terribles de los verdugos ejercitados en el arte de la tortura. Los ramales de cuero terminaban en corchetes para desgarrar las carnes, o en bolas de plomo para magullar las llagas. Cada golpe arrancaba jirones de carne, y la sangre corría de todas las partes del cuerpo. Bien pronto la víctima, encorvándose hacia un lado, dejaba todo su cuerpo expuesto a los golpes desgarradores: no era raro ver al condenado expirar en este suplicio. La paciencia divina de Jesús asombra a los verdugos y excita su rabia; y de la planta de los pies hasta la coronilla no hay en Él un punto sano, pudiéndosele contar todos los huesos, con lo que se realizaba la profecía de Isaías
: Dinumeraverunt omnia ossa mea. De esta suerte la pureza por esencia pagaba las impurezas de los hombres.
 
Después de tan espantoso tormento material, los soldados romanos quisieron burlarse de este Rey de los judíos. Hiciéronle sentar sobre un fragmento de columna como sobre un trono; le echaron sobre las espaldas, a manera de manto real, un harapo de púrpura; pusieron en sus manos una caña por cetro y ciñeron a sus sienes una corona de punzantes espinas, adaptándola a fuerza de golpes; luego, como tributo, le escupieron en el rostro y le dieron de bofetadas.
Para expiar el orgullo del hombre, el Salvador sufre estas crueles ignominias con paciencia divina.
 
Pilato presenta al pueblo a Jesús en un estado capaz de conmover las mismas piedras. La víctima tiene el cuerpo desgarrado, la cabeza coronada de espinas, el rostro manando sangre; y cuando así lo ha puesto a vista del pueblo, el juez dice:
“¡He ahí al hombre!”. Los judíos prorrumpen en gritos de furor: “¡Crucifícalo!...Nosotros tenemos una ley, y según ella debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios”.
Los romanos acostumbraban a respetar las leyes religiosas de los pueblos conquistados, y por eso los fariseos substituyen el crimen de Estado, que Pilato rehúsa admitir, con el crimen de religión. Sin embargo, el gobernador todavía vacila. Entonces ellos le descargan el último golpe
: “Si lo pones en libertad, no eres amigo del César, puesto que todo aquel que se hace rey se declara contrario al César”.
 
Al oír estas palabras, Pilato se estremece ante el temor de perder su puesto, y se lava las manos diciendo:
“Soy inocente de la sangre de este justo; vosotros responderéis de ella”.
Los judíos gritan:
“¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestro hijos!”. El gobernador pronuncia la sentencia y condena a Jesús a muerte de cruz.
Dos años más tarde, este juez inicuo, acusado por los judíos, fue desterrado a Poitiers, en las Galias, donde, desesperado, se suicidó. La imprecación del pueblo judío, por otra parte, se cumplió: la maldición de Dios cayó sobre él y sobre su raza, que se halla dispersa por todo el mundo, llevando siempre en su frente el estigma de Caín.

Fuente: P. A. Hillaire, La Religión demostrada, 1935