La Santísima Virgen en el tiempo previo a la Natividad I

Posted by: Laudem Gloriae

Anunciación 02 (06)

«¡Oh Llave de David, que abres la puerta del Reino eterno, ven y saca de la cárcel al prisionero que yace en las tinieblas!» (Leccionario).

Aunque la vida de María Santísima estuvo siempre recogida y concentrada en Dios, hubo de estarlo ciertamente de una manera especialísima durante aquel período en que, por la virtud del Espíritu Santo, tuvo en sus entrañas al Verbo divino encarnado. El ángel Gabriel había ya encontrado a María en la soledad y en el recogimiento, y en esa atmósfera le había revelado los decretos de Dios: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el hijo engendrado será santo, será Hijo de Dios» (Lc 1, 35).
El recogimiento había hecho a María abierta a la escucha del mensaje divino, abierta al consentimiento y dispuesta al don total de sí misma. En aquel momento recibió ella
«al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo» (LG 53) y Dios se hizo presente en María de un modo especialísimo que supera toda otra presencia de Dios en la criatura. La humilde Virgen atestigua el sublime cántico del Magníficat: «Mi alma engrandece al Señor... porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso» (Lc.1, 46. 48). Sin embargo, encubre en sí el gran misterio y lo vive recogida en la intimidad de su espíritu. Llegará el día en que José descubrirá la maternidad de María y no sabrá cómo comportarse; pero ella no creerá oportuno romper el silencio ni para justificarse ni para dar alguna explicación. Dios que le ha hablado y que obra en ella, sabrá defender su misterio e intervenir en el momento oportuno. María está segura de ello y a él remite su causa, continuando en su doloroso silencio, fiel depositaria del secreto de Dios. Aquel silencio debió conmover el corazón del Altísimo; y he aquí que un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 20). Dios no puede resistir a un silencio que es fidelidad incondicionada y entrega total de la criatura en sus manos.

A nadie como a María se entregó Dios tan abundantemente, pero tampoco criatura alguna comprendió como María la grandeza del don divino ni fue como ella tan fiel depositaria y adoradora de él. Así nos la presenta la beata Isabel de la Trinidad:
«Hubo una criatura que conoció este don de Dios; una criatura que no desperdició nada de él... Es la Virgen fiel, "la que guardaba todas aquellas cosas en su corazón"... El Padre, al contemplar esta criatura tan bella, tan ignorante de su hermosura, determinó que fuera en el tiempo la Madre de Aquel de quien Él es el Padre en la eternidad. Vino entonces sobre ella el Espíritu de Amor que preside todas las operaciones divinas. La Virgen pronunció su «fiat»: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra"; y se realizó el mayor de los misterios. Por la encarnación del Verbo, María fue para siempre posesión de Dios».

Fuente: P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina