La Santísima Virgen en el tiempo previo a la Natividad II

Posted by: Laudem Gloriae

Santísima Virgen María 01 (02)

Mientras María adora en silencio el misterio que se ha realizado en ella, no descuida los humildes deberes de la vida; su vivir con Dios que vive en ella no la abstrae de la realidad de la existencia cotidiana. Pero su estilo continúa siendo el de adoradora del Altísimo: «¡Con qué paz, con qué recogimiento se sometía y se prestaba María a todas las cosas! ¡Y cómo hasta las más vulgares quedaban en ella divinizadas, pues la Virgen, en todos sus actos, permanecía siendo la adoradora del don de Dios! Esta actitud no la impedía consagrarse a otras actividades externas cuando se trataba de ejercitar la caridad... La actitud observada por la Virgen durante los meses que transcurrieron entre la Anunciación y la Navidad –concluye Isabel de la Trinidad– me parece ser el modelo de las almas interiores, de esos seres que Dios ha elegido para vivir dentro de sí, en el fondo del abismo sin fondo»

María enseña al cristiano el secreto de la vida interior, vida de recogimiento en Dios presente en su espíritu. Es un recogimiento hecho de huida de curiosidades, charlas, ocupaciones inútiles y adobado con silencio, con un profundo sentido de la divina presencia y de adoración de la misma. Ese silencio no es pobreza sino plenitud de vida, intensidad de deseos, grito que invoca a Dios no sólo como Salvador propio sino de todos los demás:
¡Oh llave de David, que abres la puerta del Reino eterno, ven y saca al hombre de la prisión del pecado! (Leccionario).
“¡Cuánto me agrada contemplarte así, oh María, profundamente recogida en la adoración del misterio que se obra en ti! Tú eres el primer templo de la Santísima Trinidad, tú la primera adoradora del Verbo encarnado, tú el primer tabernáculo de su santa Humanidad. ¡Oh María, templo de la Trinidad! María, portadora del fuego divino, Madre de la misericordia, de ti ha brotado el fruto de la vida, Jesús. Tú eres la nueva planta de la cual hemos recibido la flor olorosa del Verbo, Unigénito Hijo de Dios, pues en ti, como en tierra fructífera, fue sembrado este Verbo... ¡Oh María, carro de fuego! Tú llevaste el fuego escondido y oculto bajo la ceniza de tu humanidad. (Sta. Catalina de Sena).
¡Oh María!, después de Jesucristo –aunque salvando la distancia que existe entre lo finito e infinito– tú eres también la grande alabanza de la Santísima Trinidad... Tú fuiste siempre pura, inmaculada e irreprensible a los ojos de Dios tres veces santo. Tu alma es sencilla y tus movimientos son tan íntimos, que es imposible comprenderlos... Toda tu historia puede sintetizarse en estas breves palabras: «La Virgen conservaba todas estas cosas en su corazón». Tú viviste siempre en la intimidad de tu corazón, con tanta profundidad, que ninguna mirada humana te puede seguir. Cuando leo en el Evangelio que «atravesaste presurosa las montañas de Judea» para cumplir un deber de caridad con tu prima Isabel, ¡te veo caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro de ti, llevando al Verbo de Dios!... También tu oración, como la de él, fue siempre ésta: «Ecce, Heme aquí!» ¿Quién? «La esclava del Señor», la última de sus criaturas. ¡Tú, su Madre! Tú fuiste tan sincera en tu humildad porque viviste siempre olvidada, ignorada de ti y en absoluto desprendimiento de tu persona. Por eso pudiste exclamar: «El Omnipotente ha hecho en mí maravillas. Desde ahora, me llamarán feliz todas las generaciones». (Isabel de la Trinidad).

Fuente: P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina