La Virgen Martir (I)

Posted by: Lotario de Segni

Virgen de los Dolores 04 (16) - encuentro Via Crucis

Bastaría saber que María fue madre para deducir que también fue mártir. La maternidad lleva consigo alegrías inefables, pero es también un martirio. Todas las madres son dolorosas de la tierra, pero María fue la Dolorosa por antonomasia, la Madre del gran dolor, como en algunas regiones se la llama.
Estaba su hijo en la plenitud de la vida, el más hermoso de los hijos de los hombres, y de pronto se lo arrebatan sus enemigos, lo llevan a los tribunales y lo condenan a muerte.
 
El apóstol San Juan le trae la noticia:
“Señora, vuestro Hijo y mi Maestro ha sido condenado a muerte y va camino al suplicio.”
La Madre no espera un instante. Aquellas palabras del apóstol son el llamamiento que le hace Jesús. Atraviesa las calles de Jerusalén en compañía de Juan y espera en una encrucijada el paso de la comitiva.
Esa calle del encuentro de María con su Hijo se llamará calle de la Amargura, porque no habrá en el mundo una calle que haya sido teatro de amargura tan honda como la de María.
 
Oye primero, lejanas y confusas, las voces del populacho. Entre ellas los silbidos insultantes que vienen a clavarse como flechas en su corazón. El rumor confuso va aclarándose. No son las aclamaciones que en aquellas mismas calles daban a Jesús días antes. Son insultos, amenazas, blasfemias.
Comienza el desfile de la comitiva: primero el centurión romano, a caballo y con traje de campaña; el casco, la coraza y la lanza centellean heridos por el sol del mediodía oriental; luego un pelotón de soldados romanos a pie, en traje de campaña; en medio de ellos tres reos con sus respectivas cruces; uno de ellos es su Hijo.
 
Le cuesta trabajo reconocerle. Va aplastado por el pesado madero, desangrado por el sudor del huerto, los azotes y las espinas; su paso es lento y vacilante, las piernas le flaquean, el suelo está pavimentado por piedras, los hilos de sangre que le corren por la frente le ciegan y no le permiten ver donde pone los pies. Su aspecto es tan lastimero que unas mujeres, naturalmente compasivas, al verle rompen a llorar. Tan agotado está que los verdugos temen que se les muera en el camino.
 
Así le encontró su Madre. Al pasar frente a ella, Jesús se detiene un instante; alza la cabeza y la mira a través de un velo de sangre. La Madre dirige los ojos hacia su hijo y lo mira a través de un velo de lágrimas. No pueden hablarse con la lengua por causa de los soldados y por la emoción; pero se hablan con la mirada y el alma asomada a los ojos. ¡Qué miradas las de Jesús y María en la calle de la Amargura, camino al Calvario! Y ¿qué se dicen? El Hijo dice a la Madre: –Madre mía, ya sabes adónde voy. Te lo he dicho muchas veces en las horas felices de la casita de Nazareth y te lo acabo de decir al despedirme de Ti en el cenáculo.
He venido al mundo para redimir a los hombres con mi sufrimiento y mi muerte. Ha llegado la hora del sacrificio y quiero que me acompañes en él; quiero que unas tus sufrimientos a los míos. Yo voy al Calvario con esta cruz pesada sobre los hombros, sígueme Tú con la cruz de tu amargura sobre el corazón. Tienes que estar conmigo en el altar de la expiación: Yo ofreciendo el sacrificio de mi vida, Tú ofreciendo el sacrificio de tu corazón.

     Fuente: R. Real, art. publicado en la revista mariana Ella, Buenos Aires, abril de 1957