La Virgen Mártir (II)

Posted by: Lotario de Segni

Crucifixión 03 (14)

María entiende claramente lo que su Hijo le dice con la mirada; y con la suya repite el “Fiat” que pronunció al aceptar la Maternidad divina y que ha estado renovando toda la vida: que se cumpla en mí la voluntad de Dios.
 
Llegan al Monte Calvario y presencia la crucifixión. Ve que le arrancan a su Hijo las vestiduras que ella con tanto primor y cariño le había hecho, ve que le quitan la túnica inconsútil que ella le había tejido y ni siquiera tiene el consuelo de recibirla como recuerdo; los soldados la sortean entre ellos. Oye los golpes de martillo sobre los clavos que desgarran la carne delicadísima formada con la sangre de sus venas; ve a su Hijo desnudo en lo alto de la Cruz y ella, que con tanto amor arropaba el cuerpecito de su Hijo en la fría noche de Belén, ahora no puede cubrir aquel cuerpo desgarrado y aterido.
Al Hijo que ella había tratado con tanto respeto y cariño en sus brazos virginales, le ve cosido con clavos en el madero de la Cruz; la frente que se reclinaba suavemente sobre su corazón, está dolorida por las heridas de las espinas, sin apoyo alguno donde poder descansar y ella no puede proporcionarle alivio.
 
En los momentos supremos de la agonía, Jesús tiene para ella una mirada y un recuerdo postrero. Ya que pierde a su único Hijo, la proclama públicamente Madre de los hombres; pero esa maternidad espiritual es para ella otra fuente de sufrimientos. Tendrá que amar con amor de Madre a los verdugos de su Hijo, a los que le han clavado en aquella cruz de madera y a los que volverán a crucificarle infinitas veces con sus pecados. Tendrá que cuidar de ellos e interceder por ellos ya que su Hijo Jesús le ha dado ejemplo desde la Cruz rogando por todos.
 
María permanece de pie junto a la Cruz con heroísmo de Reina de los Mártires. Estaba de pie invitando a todos los que pasan por el camino de la vida cargados con una cruz, a que se acerquen a ella y mediten si hay en la tierra dolor semejante al suyo.
Era Madre y podemos decir que en su corazón atesoraba el amor de madre y el amor de padre, pues aquel Hijo no tenía otros padres que a ella en la tierra y a Dios en el cielo.
Siempre es inmenso el dolor de una madre al ver morir a su hijo. Pero ¿y si ese hijo era el más bueno, el más sabio, el más hermoso de todos los hijos? ¿Y si muere entre horribles sufrimientos, sin que ella pueda proporcionarle alivio?
Con razón se la llama la Madre del Gran Dolor, la Dolorosa.

     Fuente: R. Real, art. publicado en la revista mariana Ella, Buenos Aires, abril de 1957