La caridad cristiana

Posted by: Ioseph

San Francisco de Sales 02 (03)
San Francisco de Sales, modelo de caridad fraterna

Considera que el amor de Dios está tan ligado con el amor del prójimo, que no puede subsistir sin esta caridad fraterna. “Si alguno ama a Dios, dice el Discípulo amado, y no ama a su hermano, miente.” Pero ¿cuál debe ser la medida, y, por decirlo así, el modelo de esta caridad? Es el amor que nos tenemos a nosotros mismos (sin hablar aun de imitar la caridad del Divino Maestro). ¡Ah, Señor, qué pocos hay en el mundo que tengan caridad!
 
Consideremos todas las cualidades de nuestro amor propio: qué atención para buscar uno sus comodidades, para apartar todo lo que pueda entristecer, todo lo que pueda dañar; qué ingenioso para ocultar, para disimular sus defectos; qué pronto para defender sus intereses; qué ardor para procurarse todas las ventajas; excusa hasta las imperfecciones más groseras, aprueba todo lo que halaga ¿Conocemos por estas señas el amor que tenemos a nuestros hermanos? ¿Tenemos con respecto a ellos la misma voluntad, la misma sensibilidad, la misma dulzura, la misma indulgencia? Esas negras envidias, esas frialdades desdeñosas, esas malignas interpretaciones, esos juicios implacables, esas censuras mordaces, esas durezas, ¿prueban que amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos?
 
Sin embargo, es este uno de los puntos esenciales de la religión; es esta como la base de toda la moral cristiana. Esta es la señal por la que se conocen los discípulos de Jesucristo; este es el mandamiento especial y distintivo del Salvador. No guardarle, es estar en desgracia suya (
Jn 3); y no obstante, ¿hay alguno menos observado, más universalmente, más tranquilamente violado?
¡En qué error he vivido hasta aquí, Señor, lisonjeándome de que os amaba, mientras amaba tan poco a mis hermanos! Mi conducta, con el auxilio de vuestra gracia, va a probar de aquí en adelante cuánto detesto mi extravío.
 
Tomemos desde ahora una resolución decidida de sobresalir, con el auxilio de la gracia, en la caridad cristiana, de tener de aquí en adelante modos dulces y agradables con todo el mundo. Dejemos los ademanes altaneros, los términos injuriosos, los tonos eternamente encolerizados, las maneras duras y picantes. Tengamos una delicadeza extremada por los intereses de los demás y por su reputación. Excusemos siempre a nuestro prójimo, conmuévannos sus desgracias, regocijémonos por sus prosperidades. Tengamos con todos una caridad benéfica, constante, universal. Sea nuestro amor propio, por decirlo así, la regla de nuestra caridad.

Fuente: J. Croisset, sj, Año Cristiano, Tomo XIV