La fuerza de Jesús

Posted by: Laudem Gloriae

Crucifixión 05 (17)

¡Oh Jesús, fortaleza divina! Me acerco a Ti, en busca de apoyo para mi debilidad y mi enfermedad.

Desde el primer domingo de Cuaresma la Iglesia nos presenta a Jesús luchando contra el demonio; en un principio era una actitud humilde de defensa frente a las tentaciones del maligno. Hoy, al contrario, es una posición de ataque, coronado por una estrepitosa victoria.

He aquí un pobre endemoniado que, según el Evangelio (Lc. 11,14,28),
“era mudo”; Jesús, con un solo acto de su potencia divina, “expulsó el demonio… y así que salió el demonio habló el mudo y la muchedumbre se admiró”. Pero el enemigo, queriéndose vengar de la derrota, sugiere a los fariseos una abominable calumnia: “Por el poder de Beelzebuh, príncipe de los demonios, expulsa éste los demonios”.

Jesús es acusado de estar endemoniado y de haber recibido de Satanás el poder de librar al poseso. El Señor quiere desenmascarar abiertamente a su enemigo, y con una lógica cerrada responde que Satanás no puede conferirle semejante poder, pues en tal caso él mismo cooperaría a la destrucción de su reino. No, esto es imposible: Jesús arroja los demonios en el nombre de Dios, es decir, por virtud divina. Si Satanás es fuerte y sus satélites luchan contra Él para conquistar el reinado sobre el hombre, Jesús, que es más fuerte, lo vencerá, arrancándole de su mano la presa. Ha venido precisamente para librar al hombre del poder de las tinieblas, para destruir el reino de Satanás y para fundar el reino de Dios.

Si Dios permite que el demonio aún hoy trabaje y procure hundir a los individuos y a la sociedad en el mal, Jesús, muriendo sobre la cruz, derramó su Sangre, que era el precio de nuestra victoria. Este precio está a nuestra disposición: con la virtud de Cristo, con la gracia de Cristo, todo cristiano puede salir victorioso de cualquier ataque de su enemigo. Las victorias del mal no deben desconcertarnos; son triunfos aparentes, porque Jesús es el más fuerte, el vencedor único y último.

“Mis ojos siempre están en Dios, porque Él es quien saca mis pies de la red. Vuélvete a mí y ten de mí piedad, que estoy solo y afligido. Guarda mi vida y sálvame, no tenga que confundirme de haber acudido a Ti” (Sal 24,15-16 y 20).
“¡Oh Trinidad eterna! ¡Oh alta y eterna Trinidad! Tú nos diste tu dulce y amoroso Verbo. ¡Oh dulce y amoroso Verbo, Hijo de Dios! Así como nuestra naturaleza es débil e inclinada a todo mal, así la tuya es fuerte capaz de todo bien, porque Tú la has recibido de tu eterno y omnipotente Padre. Tú, dulce Verbo, has robustecido nuestra naturaleza, uniéndote a ella; en esta unión nuestra naturaleza ha sido fortificada porque la virtud de tu Sangre destruye nuestra debilidad.

Hemos sido fortalecidos también con tu doctrina; el hombre que la practica verdaderamente, identificándose perfectamente con ella, se hace tan fuerte y capaz para el bien, que apenas siente la rebelión de la carne contra el espíritu, venciendo así todo mal.
Tú, oh Verbo eterno, has matado la debilidad de nuestra naturaleza con la fortaleza de la naturaleza divina, que Tú recibiste del Padre, y nos has dado esta misma fortaleza en tu Sangre y en tu doctrina”
(Santa Catalina Siena).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina