La oración y la penitencia

Posted by: Nycticorax

San Jerónimo 01 (02)
San Jerónimo Penitente

Extractos de la Encíclica “Caritate Christi Compulsi”
 
8. (…) Frente a este odio satánico contra la religión, que recuerda al
misterio de iniquidad de que habla San Pablo (II Tes 2, 7), los solos medios humanos y las providencias de los hombres no bastan: y Nos, Venerables Hermanos, creeríamos ser indignos de Nuestro apostólico ministerio si no tratáramos de señalar a la humanidad los maravillosos misterios de luz que esconden en sí ellos solos la fuerza para subyugar a las tinieblas. Cuando el Señor, descendiendo de los esplendores del Tabor, devolvió la salud al joven maltratado por el demonio, que sus discípulos no habían podido curar, a la humilde pregunta de estos: ¿Por qué causa no lo hemos podido nosotros echar?, contestó con las memorables palabras: Esta casta no se arroja sino mediante la oración y el ayuno (Mt 17, 18-20).
 
11. Mas a la oración hay que agregar también la penitencia, el espíritu de penitencia, la práctica de la penitencia cristiana. Así nos lo enseña el Divino Maestro, cuya primera predicación fue, precisamente, la penitencia:
Empezó Jesús a predicar y decir: haced penitencia (Mt 4, 17). Así nos lo enseña también toda la tradición cristiana, toda la historia de la Iglesia; en las grandes calamidades, en las grandes tribulaciones del Cristianismo, cuando era más urgente la necesidad de la ayuda de Dios, los fieles espontáneamente, o, lo que era más frecuente, siguiendo el ejemplo y la exhortación de sus sagrados Pastores, han echado mano de las dos valiosísimas armas de la vida espiritual: la oración y la penitencia.

Por aquel sagrado instinto, del que casi inconscientemente se deja guiar el pueblo cristiano cuando no ha sido extraviado por los
sembradores de cizaña y que por otra parte no es otra cosa que aquel sentimiento de Cristo, de que nos habla el Apóstol, los fieles siempre han experimentado en tales casos la necesidad de purificar sus almas del pecado mediante la contrición de corazón, con el sacramento de la reconciliación; y de aplacar la Divina Justicia aun con externas obras de penitencia.

Bien sabemos y con vosotros, Venerables Hermanos, deploramos, que en nuestros días la idea y el nombre de expiación y de penitencia, en muchos han perdido en gran parte la virtud de suscitar aquellos arranques del corazón y aquellos heroísmos de sacrificio que otrora sabían infundir, mostrándose a los ojos de los hombres de fe como marcados por un carácter divino a imitación de Cristo y de sus Santos: ni faltan quienes quieran eliminar las
mortificaciones externas, como cosas de tiempos remotos; sin hablar del moderno hombre autónomo, que desprecia la penitencia como expresión de índole servil, y es así lógico que cuanto más se debilite la fe en Dios, tanto más se confunda y desvanezca la idea de un pecado original y de una primitiva rebelión del hombre contra Dios, y, por tanto, se pierda aun más el concepto de la necesidad de la penitencia y de expiación (…).
 
13. Es por tanto, la penitencia un arma saludable, que está puesta en las manos de los intrépidos soldados de Cristo, que quieren luchar por la defensa y el restablecimiento del orden moral del universo. Es arma que va directamente a la raíz de todos los males, a saber: la concupiscencia de las riquezas materiales y de los placeres disolutos de la vida. Mediante sacrificios voluntarios, mediante prácticos renunciamientos, quizá dolorosos, mediante las varias obras de penitencia, el cristiano generoso sujeta las bajas pasiones que tienden a arrastrarlo a la violación del orden moral.

Mas si el celo de la ley divina y la caridad fraterna son en él grandes como deben serlo, entonces no sólo se da al ejercicio de la penitencia por sí y por sus pecados, sino que se impone también la expiación de los pecados ajenos, a imitación de los Santos, que con frecuencia se hacían heroicamente víctimas de reparación por los pecados de generaciones enteras; más aún, a imitación del Divino Redentor, que se hizo
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29).

Fuente: S.S. Pío XI, Carta Encíclica "Caritate Christi Compulsi"