La soledad del alma

Posted by: Lotario de Segni

Madre Teresa de Calcuta 01 (01)

El hombre se teme a sí mismo, por ello huye de su intimidad. La soledad es una aventura por cuanto supone un enfrentamiento consigo mismo.
 
La soledad es ante todo una cosa íntima, un estado del alma. Lo contrario del hombre solitario es el hombre que se planta en medio de la gran masa, en cuya alma todos pueden entrar y salir, acomodarse y hacer ruido. Un hombre así se disuelve en los seres y Criaturas que a diario pasan frente a sus ojos y por su alma. No vive otra vida que este constante comercio con los demás.
 
Se ve desde luego que ambos estados ofrecen peligros y defectos. El solitario puede ser también un ser aislado, hostil a toda vida, pobre en amor y enemigo de toda comunidad de espíritu. Pero el hombre del público puede ser como el que todo lo ha vendido, como el que se ha entregado del todo en manos ajenas, un hombre desgarrado y desparramado por doquier.
 
Existe una soledad de aislamiento, de rechazo a los demás, uno de cuyos orígenes es el miedo a las gentes y a la vida, el sentimiento de no poder enfrentarlas, de verse amargado por ellas, la idea, apoyada en muchas turbias experiencias, de ser inservible; no significa nada para nadie, nadie lo necesita, nadie lo echa de menos, nadie lo quiere, nadie entiende su alma, se lo menosprecia, se lo toma por burla. El efecto de esta amarga experiencia es que al cabo se cierran a toda mirada ajena, a toda alma ajena, aún las comprensivas y benévolas. Y así ellos tampoco comprenden a los demás, se alejan de ellos y hacen que los demás se sientan ofendidos y rechazados y así se ensancha el abismo.
 
Otro género de soledad es la de los que tienen un sentimiento negativo y hostil hacia su entorno; y es así porque se aman a sí mismos, se reconocen a sí mismos, son soberbios que rinden culto de idolatría a su propio yo, lo cual es el máximo pecado.
 
La soledad dichosa nunca es absoluta. No amuralla todo el espacio espiritual, ni para todo el tiempo, sino que es como un santuario en el centro del alma, semioscuro pero alumbrado por lamparitas perpetuas, en el que el alma entra de vez en cuando y del que sale para volver a sus deberes en el mundo. Esta soledad es, pues, un temporal retorno del alma a casa, de donde se excluye al mundo y su trajín, donde el hombre está solo consigo y con los seres que tienen ingreso a ese santuario: Dios y los hombres a quienes Dios en cierto modo abre la puerta de ese lugar.
 
Esta dicha es un verdadero sentimiento vital, por eso obra la aventura saludablemente; todo lo enfermizo, escuálido e inauténtico, todo lo exagerado e insuficiente se desprende del alma que acierta a penetrar en su soledad y moverse en ella libre y fácilmente, como en una profunda inmensidad. El ser que posee una soledad semejante nunca puede enfermar espiritualmente, sino que,  al contrario, en ella sana y se fortalece, se torna cada vez más tranquilo, ecuánime y maduro. De aquí que el retorno temporal y bastante frecuente a este solitario santuario sea para un ser así una necesidad vital. Y cuanto más intensa y abnegada es su labor en el mundo exterior, cuanto mayor el número de seres a quienes ayudar y asistir, tanto más indispensables le es esta capilla doméstica en lo íntimo de su corazón.

Fuente: R.P. Peter Lippert, s.j., La aventura de la soledad, “El Mensajero del Corazón de Jesús”, Buenos Aires, 1954