La vida escondida

Posted by: Laudem Gloriae

San JoseĢ 10 (41)

¡Oh Jesús, Dios escondido! Enséñame el secreto de la vida oculta.

A lo largo de su vida terrena Jesús se complació en esconder su divinidad bajo las apariencias humanas. Si exceptuamos alguna rara ocasión, no permitió jamás, especialmente durante los treinta años que precedieron a su apostolado, que su persona trasparentase su grandeza, su sabiduría, su omnipotencia divina. Más tarde, en los años de la vida pública, quiso adaptarse Él, que era infinitamente superior, a la manera tan baja de vivir y de obrar de sus apóstoles. Verdaderamente, Jesús es el Dios escondido y con su existencia profundamente escondida nos enseña las excelencias de la vida escondida.

Si quieres imitar profundamente la humildad de Jesús, tienes que vivir su vida escondida, ocultando como Él todo lo que pueda llamar la atención y provocar la alabanza de los demás, disimulando todo lo que te puede hacer especial, todo lo que te puede destacar sobre los otros, huyendo en cuanto está en tu poder cualquier motivo de distinción.
«
Ama nesciri et pro nihilo reputari»: ama el vivir desconocido y el ser reputado en nada, dice la Imitación de Cristo (I 2,3), pues así te asemejarás más a Jesús, que, siendo Dios, quiso tomar la forma de siervo y ser tenido en su aspecto externo como un hombre cualquiera (Flp. 2, 6 y 7). El mismo Jesús nos ha enseñado la práctica de la vida oculta diciéndonos que obremos el bien en secreto, sin ostentación alguna, solamente para agradar a Dios. Así te enseña a guardar en secreto tu vida interior y tus relaciones con El: «Tú, cuando ores, entra en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre»; a ocultar a los demás tus mortificaciones y penitencias: «tú, cuando ayunes, úngete la cabeza y lava tu cara»; a no publicar tus buenas obras: «cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace la derecha», porque todos los que hiciesen «obras buenas delante de los hombres, para ser vistos ... ya recibieron su recompensa y no serán recompensados por el Padre celestial» (Mt. 6, 1-18).

“Oh Jesús! Cuando dijisteis: "Mi reino no es de este mundo", me revelasteis que la verdadera sabiduría consiste en "querer ser ignorada y tenida en nada", en poner la propia alegría en el desprecio de sí misma...
¡Ah! ¡Cómo ansío que mi rostro, a semejanza del vuestro, "permanezca verdaderamente escondido, que nadie me reconozca en la tierra!" Tengo sed de sufrir y de ser olvidada...
Vos no habéis querido ni brillo ni belleza. Vuestro rostro estaba como escondido y cubierto de desprecio. Los hombres no lo tuvieron en nada. Yo también deseo estar sin brillo y sin belleza, desconocida de toda criatura.
Es verdad: debo guardarlo todo para vos con celoso cuidado. ¡Qué hermoso es trabajar sólo para vos, oh Jesús, sólo para vos...! ¡Oh, cómo se llena entonces el corazón, qué ligera se siente! Haced, Señor, que nadie piense en mí, que mi existencia sea, por decirlo así, ignorada. No deseo más que una cosa: ser olvidada, ser tenida en nada. Sí, deseo ser olvidada, y no solamente de las criaturas, sino también de mí misma. Quisiera ser de tal modo reducida a la nada, que no tuviera ya deseo alguno. Vuestra gloria, ¡oh Jesús!: he ahí todo. En cuanto a la mía os la entrego a vos”
(Santa Teresa del Niño Jesús).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina