Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas

Posted by: Laudem Gloriae

Virgen de Fátima 02 (19)

Lucía, la vidente de Fátima, cuenta en las ‘Memorias’ (cartas al Obispo sobre varios temas que le manda escribir), las apariciones del Ángel, antes de ver a Nuestra Señora. Las primeras –mientras pastoreaba sus rebaños con tres amigas– son confusas, ‘una figura como si fuera una estatua de nieve que los rayos del sol volvían como transparente’. Luego, lo ven con sus primos Francisco y Jacinta, cuando ellos comienzan a pastorear el rebaño de sus padres y son sus nuevos compañeros. Lo siguiente es un extracto de dichas cartas:
 
“Hacía poco tiempo que jugábamos, cuando un viento fuerte sacudió los árboles y nos hizo levantar la vista para ver lo que pasaba, pues el día estaba sereno. Vemos, entonces, que, desde el olivar se dirige hacia nosotros la figura de la que ya hablé.
Jacinta y Francisco aún no la habían visto, ni yo les había hablado de ella. A medida que se aproximaba, íbamos divisando sus facciones: un joven de unos 14 ó 15 años, más blanco que la nieve, el sol lo hacía transparente, como si fuera de cristal, y de una gran belleza. Al llegar junto a nosotros, dijo:
– ¡No temáis! Soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo.
Y arrodillándose en tierra, dobló la frente hasta el suelo y nos hizo repetir por tres veces estas palabras:
– ¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
Después, levantándose, dijo:
– Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas.
 
“Sus palabras se grabaron de tal forma en nuestras mentes, que jamás se nos olvidaron. Y, desde entonces, pasábamos largos ratos así, postrados, repitiéndolas muchas veces, hasta caer cansados. Entonces, les recomendé que era preciso guardar silencio, y esta vez, gracias a Dios, me hicieron caso.
Pasado bastante tiempo, en un día de verano, en que habíamos ido a pasar el tiempo de siesta a casa, jugábamos al lado de un pozo que tenía mi padre en la huerta, a la que llamábamos “Arneiro’. De repente vimos junto a nosotros la misma figura o Ángel, como me parece que era, y dijo:
– ¿Qué hacéis?
Rezad, rezad mucho. Los Santísimos Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios.
– ¿Cómo nos hemos de sacrificar?– le pregunté.
En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio como acto de reparación por los pecados con que El es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra Patria la paz. Yo soy el Ángel de su guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad, con sumisión, el sufrimiento que el Señor os envíe.
 
Pasó bastante tiempo y fuimos a pastorear nuestros rebaños a una propiedad de mis padres, que queda en la falda del mencionado monte, un poco más arriba que los Valinhos. Es un olivar al que llamábamos «Pregueira». Después de haber merendado, acordamos ir a rezar a la gruta que queda al otro lado del monte; para lo cual, dimos una vuelta por la cuesta y tuvimos que subir un roquedal que queda en lo alto de la «Pregueira». Las ovejas consiguieron pasar con muchas dificultades.
 
Después que llegamos, de rodillas, con los rostros en tierra, comenzamos a repetir la oración del Ángel: ¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo, etc. No sé cuántas veces habíamos repetido esta oración, cuando vimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos levantamos para ver lo que pasaba y vimos al Ángel, que tenía en la mano izquierda un Cáliz, sobre el cual había suspendida una Hostia, de la que caían unas gotas de Sangre dentro del Cáliz. En Ángel dejó suspendido en el aire el Cáliz, se arrodilló junto a nosotros, y nos hizo repetir tres veces.
– Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
 
Después se levanta, toma en sus manos el Cáliz y la Hostia.
Me da la Sagrada Hostia a mí y la Sangre del Cáliz la divide entre Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo:
– Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.
Y, postrándose de nuevo en tierra, repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: «Santísima Trinidad... etc.», y desapareció. Nosotros permanecimos en la misma actitud, repitiendo siempre las mismas palabras; y cuando nos levantamos, vimos que era de noche y, por tanto, hora de irnos a casa.”