María Santísima nos dio a luz al pie de la Cruz

Posted by: Laudem Gloriae

Virgen de los Dolores 05 (17)

“Los devotos de María no la llaman en vano con el nombre de Madre. Y no se cansan de invocarla con este dulce nombre. Ella es Madre nuestra, Madre espiritual, Madre de nuestra alma y de nuestra salvación.
Cuando el pecado quitó a nuestra alma la gracia de Dios, le quitó también la vida espiritual. Pero vino Jesucristo. Y movido por su gran misericordia murió en la cruz por nuestra salvación y nos devolvió la vida espiritual. Él decía: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (San Juan 10,10). Jesús con su redención nos trajo mayores bienes que los males que Adán nos había traído con su pecado. Y por habernos redimido y salvado se ha convertido en “Padre de nuestra alma”. Si Jesús por habernos devuelto la vida del alma se ha convertido en Padre de nuestra alma, María dándonos a Jesús y colaborando con Él en el Calvario a devolvernos la vida de la gracia, se ha convertido también en la Madre de nuestra alma y de nuestra salvación.
 
 Los Santos dicen que en dos ocasiones llegó a ser María nuestra Madre espiritual: la primera cuando concibió en su vientre a nuestro Salvador el día del Anuncio del ángel, y la segunda cuando en el Calvario ofreció el Eterno Padre a nuestro Redentor, por nuestra salvación.
San Lucas dice que María dio a luz a su Hijo primogénito, a su primer Hijo (San Lucas 2,7) y Santa Brígida la cual al leer la frase del Evangelio que dice que María dio a luz a su primer Hijo, se puso a pensar ¿por qué siendo María Madre únicamente de Jesucristo, la Sagrada Escritura lo llama “el primer Hijo”? Y Dios le explicó que Jesús es “el primer Hijo” de María, el primogénito según la carne, y que nosotros somos los “segundos hijos” según el espíritu.
 
San Agustín dice que María, habiendo cooperado con su amor a que los fieles naciéramos a la gracia, llegó así a ser  Madre espiritual de todos nosotros, que somos hermanos de su Hijo Jesucristo. 
María para salvar nuestras almas aceptó ofrecer en sacrificio en la cruz a su Hijo queridísimo. Para salvar nuestra alma aceptó que su propia alma llegara hasta la agonía de la angustia en el Calvario.
 
El profeta Simeón le había anunciado: “Una espada de dolor atravesará tu alma, por causa de este Hijo” (San Lucas 2,35). Y esto sucedió cuando Jesús murió atravesado por los instrumentos del martirio el Viernes Santo. Para María, Jesús era toda su vida, todo su amor, y cuando la espada del dolor atravesó su alma, al ver atravesado por la lanza el costado de Jesús, en ese entonces nos dio a luz para la vida eterna, por lo cual nosotros nos podemos llamar hijos de los dolores de María.
San Buenaventura afirma: “María, al considerar el amor del Eterno Padre que llegó a ofrecer en sacrificio a su propio Hijo por nuestra salvación, y el amor del Hijo que quiso morir por redimirnos, Ella misma para asemejarse a este excesivo amor del Padre y del Hijo, aceptó también de muy buena voluntad que su Hijo muriera, a fin de que nosotros lográramos salvarnos.
 
El único que murió por salvarnos fue Jesús. Él puede repetir la frase del profeta: “Las uvas del lago de sangre las he pisado yo solo” (Isaías 63,3). Pero al considerar el gran deseo que María tenía de sacrificarse por salvarnos, aceptó que Ella participara de sus penas en el Calvario por salvarnos y así llegará a ser Madre de nuestras almas.
Cuando Jesús señalando a su discípulo amado le dijo a María en el Calvario: “He aquí a tu Hijo” (San Juan 19,26) le estaba diciendo “he aquí al ser humano que nace a la vida de la gracia por esta ofrenda que por su salvación haces de mi vida”. San Bernardino dice que en aquel momento María quedó constituida Madre no solo de San Juan sino de todos y cada uno de nosotros. El Evangelio no dice que Jesús señaló a Juan, sino que se dirigió “al discípulo”, cuando dijo: “He aquí a tu Madre”. Con esto quiere significar que el Salvador designó a María como Madre de todos y cada uno de los que somos sus discípulos.
 
Meditemos en los Dolores de nuestra dulcísima Madre y, como buenos hijos, seamos reparadores, procuremos no herirla más con nuestros pecados y entregarle nuestros pequeños sacrificios, y toda nuestra vida.

Fuente: San Alfonso María de Ligorio, Las glorias de María
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