María y las distracciones (II)

Posted by: Ioseph

Virgen en oracion 02 (02)

Decíamos en nuestro anterior artículo sobre las distracciones en la oración que las distracciones se pueden dividir en dos clases: las que tienen su causa en una pasión o afección, y las que provienen de la sola movilidad de nuestro espíritu. Podríamos decir: las distracciones del corazón y las de la pura imaginación. Trataremos hoy de las segundas, aquellas que no tienen otra causa más que la movilidad de nuestro espíritu y son involuntarias.

Encontramos en la Perfecta Devoción a María Santísima indicaciones especiales para comprender su naturaleza, remediarlas y sacar provecho de ellas. La divagación voluntaria de nuestro espíritu y la agitación exterior turban nuestra vida de recogimiento interior. Por el contrario, el hábito de obrar por María y de vivir en su dependencia, es su perfecta realización. Nuestra alma es entonces como un niño que se queda tranquilo o se recrea junto a su madre.
Pero un niño no permanece mucho tiempo en reposo. Escuchemos estas observaciones de San Francisco de Sales, a propósito de las distracciones. Es menester
“que tengamos necesidad de retirar nuestro espíritu para impedirle que corra detrás de estas moscas y mariposas (que son las distracciones), como hace una madre con su hijo. Ella ve que este pobre pequeño se aficiona a correr detrás de las mariposas, pensando que podrá atraparlas. Ella lo retira y retiene en sus brazos, diciéndole: ‘Hijo mío, te pasmarás corriendo detrás de estas mariposas al sol; es mejor que te quedes junto a mí’. Este pobre niño allí se queda hasta que ve otro de esos insectos, detrás del cual estaría también listo para correr, si la madre no lo retuviera como antes”. (Plática IX, De la modestia).

Todos hemos tenido durante los primeros años esta movilidad, esta dificultad para permanecer tranquilos cerca de nuestra madre. Poco a poco por nuestra docilidad a sus reiterados llamados nos hemos vuelto (con la ayuda de la reflexión) hijos sabios, según la expresión vulgar. Apliquemos este procedimiento a la vida interior: ¡es tan simple, tan atrayente y tan eficaz! Estar recogidos, entonces, es estar tranquilos junto a nuestra Madre; es pensar y obrar con calma bajo su mirada. Pero, cuando a cada instante nuestro espíritu y nuestro corazón se lancen tras todo lo que se mueve delante de nuestros ojos, escuchemos a María, que nos retiene, o que nos llama junto a Ella si ya hemos corrido. Sacrifiquémosle este deseo, esta ensoñación, este apego a nuestra idea o a nuestra voluntad, este placer que nos solicita, y prefiramos la alegría de contentarla permaneciendo con Ella. Tal vez cien veces debamos volver junto a Ella con humildad y confianza durante la oración. Con
humildad, ya que esta inconstancia y este ardor excesivo son defectos que nos harán sufrir largo tiempo. Son propias de nuestra naturaleza y jamás nos veremos totalmente libres de las distracciones involuntarias; pero la humildad, que se aprovecha de todo, sacará partido de ella y nos atraerá la compasión de María. Con confianza también, ya que sabemos que Ella reparará nuestras pérdidas, si las hubiere; que por sus cuidados y mediando nuestra docilidad adquiriremos el hábito de recogimiento y de tranquilidad, y que nuestras distracciones serán cada vez menos frecuentes.

Fuente: R.P. Antonin Lhoumeau, La Vida Espiritual en la
escuela de San Luis María Grignion de Montfort