Mortificar el propio yo

Posted by: Laudem Gloriae

San José 01 (03)
San José, modelo de mortificación interior

El espíritu de mortificación no se limita a la parte física del hombre; abraza también la negación del yo, de la voluntad, de la inteligencia. Así como en nuestro cuerpo y en nuestros sentidos existen inclinaciones desordenadas a los goces materiales, también en nuestro espíritu existen inclinaciones desordenadas a la afirmación de nuestro propio yo. El amor y la estimación de la propia excelencia son muchas veces tan grandes, que el hombre tiende, aún inconscientemente, a hacer de su propio yo como el centro del mundo.
 
El espíritu de mortificación es verdaderamente completo cuando, sin descuidar la mortificación del cuerpo, tiende ante todo a mortificar el amor propio en todas sus múltiples manifestaciones. El fariseo, que ayunaba puntualmente pero que tenía el corazón hinchado de soberbia, para quien su oración era alabarse a sí mismo y despreciar al prójimo, no poseía el espíritu de mortificación y por eso no fue justificado ante Dios. De poco servirá al alma el imponerse mortificaciones corporales, si no sabe luego renunciar al propio modo de ver las cosas para hacer la voluntad de Dios, ni soportar con paz un agravio o una palabra hiriente ni callarse una respuesta punzante.
Mientras la mortificación no dé en el blanco del amor propio, su eficacia se quedará a medio camino, sin conseguir su verdadera finalidad.
 
Santa Teresa se preguntaba por qué no avanzamos en la mortificación interior, si de ésta depende el que todos los trabajos y mortificaciones exteriores sean con más mérito, más perfectos, y que los obremos con más suavidad y descanso. Dice que esto se adquiere con ir poco a poco, no haciendo nuestra voluntad y apetito, aun en cosas pequeñas, hasta acabar de rendir el cuerpo al espíritu; que es trabajo grande porque es guerra contra nosotros mismos, pero que comenzando a trabajar en esto,
obra Dios tanto en el alma y le hace tantas mercedes, que todo le parece poco cuanto se puede hacer en esta vida. (Cfr. Camino de perfección 12,1)
 
¡Oh Señor! Tú que conoces los repliegues más ocultos de mi corazón y los impulsos más disimulados de mi egoísmo, prepárame la medicina que Tú creas más eficaz para purificarme, sanarme y transformarme. Tú sólo sabes dónde se esconde el microbio más nocivo, y Tú sólo puedes destruirlo. Mas ¡ay, cuántas veces no he sabido reconocer tu mano ni tu obra en las diversas circunstancias de la vida, y he tratado de esquivar los sufrimientos físicos y morales, las mortificaciones, las humillaciones, las contrariedades que Tú mismo me habías preparado!
Heme aquí, Señor; en tus manos me pongo, para que me purifiques como mejor te plazca, porque donde Tú hieres, todo mal queda curado, y donde Tú matas, brota la vida.

  Fuente: Cfr. P. Gabriel de Santa María Magdalena, O.C.D., Intimidad Divina