Nuestra Señora del Rosario II

Posted by: Laudem Gloriae

Virgen del Rosario 04 (07)

El segundo fruto que debemos sacar del rezo cotidiano del Rosario es la inteligencia de los misterios de Cristo; por medio de María y con María, que nos abre su puerta, el Rosario nos ayuda a penetrar las inefables grandezas de la Encarnación, de la Pasión y de la gloria de Jesús. ¿Quién mejor que la Virgen ha comprendido y vivido estos misterios? ¿Quién mejor que la Virgen puede comunicarnos su inteligencia? Si durante el rezo de Rosario supiéramos de veras ponernos en contacto espiritual con María para acompañarla en las diversas etapas de su existencia, podríamos captar algo de los sentimientos de su corazón en presencia de los grandes misterios de que fue testigo y con frecuencia protagonista, y esto serviría admirablemente para alimentar nuestro espíritu.

De esta manera nuestro Rosario se transformaría en un cuarto de hora de meditación, iba a decir de contemplación, bajo la guía de la Virgen. ¡Esto es ni más ni menos lo que la Virgen quiere, y no ciertos Rosarios rezados a flor de labios, mientras el pensamiento divaga en todas direcciones! Las
avemarías repetidas insistentemente, han de expresar la disposición del alma que se esfuerza por elevarse hasta la Virgen, por lanzarse hacia Ella, para ser por Ella arrebatada e introducida en la comprensión de los misterios divinos. “¡Ave María!”, dicen los labios, y el corazón murmura: Enséñame ¡oh María! a conocer y a amar a Jesús como Tú le has conocido y amado.

Un rezo semejante del Rosario requiere recogimiento, requiere, como dice Santa Teresa de Jesús, que antes de comenzar se pregunte el alma con quién va a hablar y quién es la que habla, para ver cómo le ha de tratar (Camino de perfección 22,3). La Santa, con fino donaire, se burla de ciertas personas muy “amigas de hablar y de decir muchas oraciones vocales muy apriesa, como quien quiere acabar su tarea, como tiene ya por sí decirlas cada día” (Ib. 31,12).
Rosarios rezados de este modo no pueden, en verdad, nutrir la vida interior, poco fruto producen al alma y poca gloria dan a la Virgen. En cambio, rezado con verdadero espíritu de devoción, el Rosario viene a ser un medio eficacísimo de cultivar la piedad mariana y de adentrarse en las intimidades de María Santísima y de su Hijo Divino.

“¡Oh María! Pídante otros lo que quieran: salud, riquezas, bienes terrenos; yo vengo a pedirte, ¡oh Madre mía!, esas cosas que Tú misma deseas de mí y que más gratas son a tu corazón. Tú que fuiste tan humilde impétrame la humildad y el amor a los desprecios. Tú, tan paciente en los dolores de esta vida, obtenme la paciencia en las contrariedades; Tú, toda llena de amor a Dios, obtenme el don del santo y puro amor. Tú, toda caridad para con el prójimo, impétrame la caridad para con todos y particularmente para con los que me son contrarios. Tú, en suma, ¡oh María!, que eres la más santa entre todas las criaturas, hazme santo. No te falta el amor, ni el poder: todo lo quieres y todo lo puedes obtener. Sólo mi negligencia en recurrir a ti, sólo mi poca confianza en tu auxilio puede impedirme recibir tus gracias.” San Alfonso.

Fuente: Cfr. P. Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D., Intimidad Divina