Palpar el amor de Dios contemplando a Jesús Niño

Posted by: Laudem Gloriae

Pesebre 04 (13)

“¡Dios es amor!” Es inmenso el tesoro que encierran estas palabras, tesoro que Dios descubre y revela al alma que sabe concentrarse totalmente en la contemplación del Verbo Encarnado.
Mientras no se comprende que Dios es amor infinito, infinita bondad, que se da y se derrama a todos los hombres, para comunicarles su bien y su felicidad, la vida espiritual está todavía en capullo, no se ha desarrollado aún ni es suficientemente profunda. Más cuando el alma, iluminada por el Espíritu Santo, penetra en el misterio de la caridad divina, su vida espiritual llega a la plenitud y adquiere la madurez.
Como mejor se intuye el amor infinito de nuestro Dios es acercándonos al pobre pesebre donde yace hecho carne por nosotros.
“Las virtudes y los atributos divinos se descubren por medio de los misterios del Hombre Dios”, enseña San Juan de la Cruz; y siempre el primero que se manifiesta entre estos atributos es la caridad, que constituye la misma esencia divina.

De la contemplación amorosa y callada de Jesús Niño, nace fácilmente en nosotros un
sentimiento profundo y penetrante de su infinito amor; no sólo creemos, sino que experimentamos, en cierto modo, que Dios nos ama. Entonces la voluntad acepta plenamente las enseñanzas de la fe, las acepta con amor, con todas sus fuerzas, y el alma se entrega con ímpetu incontenible a esa fe en el amor infinito.
Dios es caridad: esta verdad, fundamental en toda la vida cristiana, ha penetrado profundamente en el alma; ella la siente y la vive, porque casi la ha palpado, por decirlo así, en su Dios Encarnado. Quien cree con esta decisión en el Amor infinito, se entregará a él sin medida, totalmente.

¡Oh Dios, nada me es tan necesario como conocer tu amor infinito! Conocer para creer, creer para amar, amar para darme totalmente a ti, sin reservas, como Tú te has dado a mí.
Yo quisiera corresponder dignamente a tu don. Pero Tú, que lo eres todo, me has dado todo, mientras yo, que soy nada, nada te puedo dar. Y no obstante, aún soy avaro y perezoso para darte esta nada. ¡Cómo me reservo y con cuánta medida y prudencia me doy a ti!
¡Oh, tu amor no conoció medida, no calculó la distancia infinita que hay entre el Creador y la creatura, sino que saltó y colmó esa distancia, uniendo indisolublemente la naturaleza humana con la Persona divina del Verbo! ¡Qué verdad es que el amor no conoce obstáculo y todo lo vence y todo lo sufre con tal de conseguir su fin!
¡Oh dulce Niño Jesús, mi Dios y Salvador! Hazme la gracia de conocer cada día mejor la grandeza y la profundidad de tu amor; que yo penetre en este abismo ilimitado cuyo fondo jamás podrá tocar criatura alguna. Al paso que me adentro en él siento nacer en mí una nueva fuerza, un nuevo impulso que me incita irresistiblemente a darme del todo a ti. Tú sabes cuánta necesidad tengo que esta fuerza y este impulso crezcan y se robustezcan en mí, para ser verdaderamente generoso y estar siempre dispuesto a cualquier sacrificio y a cualquier entrega.
¡Oh Señor, que yo comprenda tu infinita caridad, que crea en ella sin desfallecer, que nunca niegue nada a tu amor: este es el regalo de Navidad que te pido!

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina