Santa Cecilia, patrona de la música

Posted by: Laudem Gloriae

Santa Cecilia 01 (01)

Santa Cecilia es una de las vírgenes mártires más celebradas; su nombre figura en el canon de la Misa. Fue martirizada en tiempos de Alejandro Severo hacia el 230. En 1599, se abrió su sepulcro y se halló el cuerpo de la santa que se conservaba intacto, como si acabara de expirar.
Interpretando en sentido literal una antífona litúrgica que dice:
“Al canto del órgano, Cecilia al Señor pedía: Consérvese mi corazón inmaculado para que no sea confundida”, Santa Cecilia fue elegida, en 1584, patrona de la Academia de música de Roma y por extensión también protectora de los músicos del mundo entero.

Santa Cecilia vivía entregada a la oración y a la contemplación.
“La gloriosa virgen llevaba siempre el Evangelio de Cristo en su pecho y no cesaba ni de día ni de noche sus coloquios divinos; levantadas las manos, oraba al Señor y su corazón ardía con el fuego celestial.” “Domaba sus miembros con el cilicio y rogaba a Dios con gemidos.” Hizo voto de perpetua virginidad.
Un joven llamado Valeriano quería desposarla. Todo estaba preparado para la boda:
“Mientras resonaban los órganos, Cecilia, virgen de corazón, sólo al Señor cantaba diciendo: guardad, Señor, mi corazón y mi cuerpo inmaculados, para que no sea confundida. Ayunó y oró, confiando al Señor lo que temía.” Llegada la noche de las bodas, confió un secreto a Valeriano: “Valeriano, un secreto quiero confiarte: un ángel de Dios me ama y guarda mi cuerpo con celo vigilante”. Valeriano prometió que creería en Cristo si veía al ángel. Pero Cecilia le explicó que sin recibir el bautismo no podía verlo; Valeriano dijo que estaba dispuesto a recibir el bautismo. Cecilia lo envió con una señal al papa Urbano, que vivía escondido en las catacumbas.

Valeriano encontró a los pobres, protegidos de los santos:
“Cecilia me manda a vosotros para que me mostréis al santo prelado; pues he de confiarle un secreto”. Continuó Valeriano su camino y, ayudado por la señal, encontró a San Urbano. El papa de rodillas dio gracias al Señor por la buena semilla, que daba sus frutos: “Señor Jesucristo, buen Pastor, sembrador del casto consejo, recibe el fruto de la semilla que en Cecilia sembraste; vuestra sierva Cecilia os sirve como laboriosa abeja; porque el esposo que recibió como feroz león, os lo trae como manso cordero”.
Después bautizó a Valeriano. Al volver éste a casa
“halló a Cecilia en oración y al ángel del Señor de pié junto a ella; viéndolo Valeriano, fue presa de gran temor”. El ángel le presentó dos coronas de rosas, rojas como el fuego y blancas como la nieve, flores del paraíso, como premio por su amor a la castidad.
Valeriano sintió entonces un deseo y suplicó al ángel que lo oyera: le pidió la conversión de su hermano Tiburcio. Cuando se presentó Tiburcio a felicitar a los recién casados, aspiró un olor incalificable a rosas y lirios. Al conocer la causa pidió el bautismo.
“Santa Cecilia dijo a Tiburcio: hoy te reconozco por cuñado, porque el amor de Dios te ha hecho despreciar a los ídolos. Así como el amor de Dios me dio a tu hermano por esposo, te hizo a ti mi cuñado”.

Cecilia había encomendado a los dos jóvenes nobles, quienes podían moverse con cierta libertad, la piadosa tarea de recoger los cadáveres de los mártires durante la noche. Para ellos era un honor tocar los cuerpos de los santos, pero fueron descubiertos. Supo el prefecto Almaquio la conversión de los dos hermanos y los detuvo, esperando que sacrificarían a Júpiter. Su martirio fue precedido por la conversión de Máximo, el verdugo, y su familia, que fueron bautizados por la noche. Por la mañana, Cecilia animó a los dos hermanos para que combatieran heroicamente por Cristo:
“cuando la aurora llegó a su fin Cecilia exclamó: Ea, soldados de Cristo, arrojad las obras de las tinieblas y vestíos las armas de la luz.”
La persecución del prefecto se volvió contra Cecilia. Se le confiscaron los bienes pero los soldados también se convirtieron.
“Creemos que Cristo es verdadero hijo de Dios, pues tal sierva eligió para sí”.

Para evitar el escándalo, ordenó el prefecto que Cecilia fuera escaldada en baño; salió de él intacta:
“Bendígote, Padre de mi Señor Jesucristo, porque por tu Hijo se apagó el fuego a mi alrededor.” Hubo que decapitarla.
El verdugo descargó tres golpes y la dejó bañada en su propia sangre. Vivió tres días más animando a los desgraciados y consagró su casa como Iglesia al servicio de Dios.

Pidamos a la gloriosa Santa Cecilia que nos alcance la gracia de que toda nuestra vida, hasta los actos más insignificantes, sean una alabanza a Dios por el fiel cumplimiento de Su santísima voluntad. Que nos contagie su ardiente amor a Dios que nos inflame de celo por la salvación de las almas, nos llene de fe y fortaleza para afrontar todas las pruebas y dificultades por las que Dios, en su amorosa providencia, quiera hacernos pasar.

Fuente: Dom Pius Parsch, El Año Litúrgico, Ed. Desclée de Brouwer, 1948