Sobre la lectura de la Sagrada Escritura III

Posted by: Nycticorax

Straubinger, Johann

Continuamos con el Prólogo de Mons. Juan Straubinger:
El amor lee entre líneas. Imaginemos que un extraño vio en una carta ajena este párrafo:
“Cuida tu salud, porque si no, voy a castigarte”. El extraño puso los ojos en la idea de este castigo y halló dura la carta. Mas vino luego el destinatario de ella, que era el hijo a quien su padre le escribía, y al leer esa amenaza de castigarle si no se cuidaba, se puso a llorar de ternura viendo que el alma de aquella no era la amenaza sino el amor siempre despierto que le tenía su padre, pues si le hubiera sido indiferente no tendría ese deseo apasionado de que estuviera bien de salud.
Nuestras notas y comentarios, después de dar la exégesis necesaria para la inteligencia de los pasajes en el cuadro general de la Escritura – como hizo Felipe con el ministro de la reina pagana (
Hc 8, 30s. y nota) – se proponen ayudar a que descubramos  (usando la visión de aquel que se sabe amado y no la desconfianza del extraño) los esplendores del espíritu que a veces están como tesoros escondidos en la letra. San Pablo, el más completo ejemplar en esa tarea apostólica, decía, confiando en el fruto, estas palabras que todo apóstol ha de hacer suyas: “Tal confianza para con Dios la tenemos en Cristo; no porque seamos capaces por nosotros mismos…sino que nuestra capacidad viene de Dios…, pues la letra mata, más el espíritu da vida” (II Cor 3, 4-6).
La bondad del divino Padre nos ha mostrado por experiencia a muchas almas que así se han acercado a El mediante la miel escondida en su palabra y que, adquiriendo la inteligencia de la Biblia, han gustado el sabor de la sabiduría que es Jesús (
Sab 7, 26; Prov 8, 22; Eclo 1, 1), y hallan cada día tesoros de paz, de felicidad y de consuelo en este monumento -  el único eterno (Salmo 118, 89) – de un amor compasivo e infinito (cf. Salmo 102, 13; Ef 2, 4 y notas).
Para ello sólo se pide atención, pues claro está que el que no lee no puede saber. Como cebo para esta curiosidad perseverante, se nos brindan aquí todos los misterios del tiempo y de la eternidad. ¿Hay algún libro mágico que pretenda lo mismo?
Sólo quedarán excluidos de este banquete los que fuesen tan sabios que no necesitasen aprender; tan buenos, que no necesitasen mejorarse; tan fuertes, que no necesitasen protección. Por eso los fariseos se apartaron de Cristo, que buscaba a los pecadores. ¿Cómo iban ellos a contarse entre las
“ovejas perdidas”? Por eso el Padre resolvió descubrir  a los insignificantes esos misterios que los importantes – así se creían ellos – no quisieron aprender (Mt 11, 25). Y así llenó de bienes a los hambrientos de luz y dejó vacíos a aquellos “ricos” (Lc 1, 53). Por eso se llamó a los lisiados al banquete que los normales habían desairado (Lc 14, 15-24). Y la sabiduría, desde lo alto de su torre, mandó su pregón diciendo: “El que sea pequeño que venga a Mi”. Y a los que no tienen juicio les dijo: “Venid a comer de mi pan y a beber el vino que os tengo preparado” (Pr 9, 3-5).
Dios es así; ama con predilección fortísima a los que son pequeños, humildes, víctimas de la injusticia, como fue Jesús: y entonces se explica que a estos, que perdonan sin vengarse y aman a los enemigos, Él les perdone todo y los haga privilegiados. Dios es así; inútil tratar de que Él se ajuste a los conceptos y normas que nos hemos formado, aunque nos parezcan lógicos, porque en el orden sobrenatural Él no admite que nadie sepa nada si no lo ha enseñado Él (
Jn 6, 45; Hb 1, 1s). Dios es así; y por eso el mensaje que Él nos manda por su hijo Jesucristo en el evangelio nos parece paradójico. Pero Él es así; y hay que tomarlo como es, o buscarse otro Dios, pero no creer que Él va a modificarse según nuestro modo de juzgar. De ahí que, como le decía San Agustín  a San Jerónimo, la actitud de un hombre recto está en creerle a Dios por su sola palabra, y no creer a hombre alguno sin averiguarlo. Porque los hombres, como dice Hello, hablan siempre por interés o teniendo presente alguna conveniencia o prudencia humana que los hace medir el efecto que sus palabras han de producir; en tanto que Dios, habla para enseñar la verdad desnuda, purísima, santa, sin desviarse un ápice por consideración alguna. Recuérdese que así hablaba Jesús, y por eso lo condenaron, según lo dijo El mismo. (Véase Jn 8, 37, 38, 40, 43, 45, 46 y 47; Mt 7, 29, etc.) “Me atrevería a apostar – dice un místico – que cuando Dios nos muestre sin velo todos los misterios de las divinas Escrituras, descubriremos que si había palabras que no habíamos entendido era simplemente porque no fuimos capaces de creer sin dudar en el amor sin límites que Dios nos tiene y de sacar las consecuencias que de ello se deducían, como lo habría hecho un niño”.
Continuaremos...