Solemnidad de San José, Patrono de la Iglesia I

Posted by: Laudem Gloriae

San José 03 (15)

¡Oh glorioso San José! Concédeme que bajo tu patrocinio crezca y se desarrolle mi vida interior.
 
La Iglesia nos presenta hoy a San José, el gran Patriarca a cuya custodia quiso Dios confiar la porción más preciosa de su grey: María Santísima y Jesús. Precisamente por haber sido José destinado por Dios para custodio de la familia de Nazaret, primer núcleo de la gran familia cristiana, ha querido la Iglesia reconocer en él al custodio y patrono de la cristiandad entera. Este es el significado de la fiesta de hoy, la cual nos invita de esta manera a fijar los ojos en la misión que el gran Santo ha recibido en relación con Jesús y con su Iglesia.
 
Conocido el misterio de la Encarnación, toda la vida de San José gravita en torno a la asistencia del Verbo Encarnado; por Él y para Él sus sufrimientos, sus fatigas, su trabajo; para Él todos sus cuidados, sus energías, sus recursos, su tiempo. No se reservó nada para sí; olvidándose completamente de sus exigencias, deseos y modos de ver personales, se entregó únicamente a los intereses y a la obra de Jesús. Para José no existían más que Jesús y María; comprendió que su vida no tenía otra razón de ser que la de servirles y protegerles. De esta manera participó de lleno, como colaborador humilde y escondido, en la obra de la Redención y, aunque no acompañase como María a Jesús en su vida apostólica y en su muerte en cruz, trabajó, sin embargo, por los mismos fines del Salvador.
 
Habiendo sido en la tierra el fiel custodio de la Sagrada Familia, no hay duda que continuará siéndolo desde el cielo con la gran familia cristiana, la Iglesia entera; la cual, segura de su protección y acogiéndose a ella, ruega de esta manera en la Misa del día:
“Sostenidos por el patrocinio del Esposo de tu Santísima Madre, imploramos, Señor, tu clemencia…, y por sus méritos e intercesión haznos participantes de su gloria celestial” (Misal Romano)
 
“¡Oh bienaventurado San José, a quien fue concedido no sólo ver y escuchar al Dios que tantos reyes desearon ver y no vieron, desearon escuchar y no escucharon, sino también llevarlo en brazos, besarlo, vestirlo y cuidarlo!... Los demás sólo después de la muerte gozan de Dios y están a su lado, pero tú mientras vivías gozaste ya de esta prerrogativa, como los bienaventurados. Tu abrazas contra tu corazón al Niño Jesús, tú lo sigues cuando huye a Egipto, tu le das habitación bajo tu propio techo.” (Breviario Romano)
 
“¡Oh, qué dulces besos recibiste de Él! ¡Qué dulzura sentirías al oír cómo Jesús, el Divino Niño, balbuciendo, te llamaba padre, y cuán suaves abrazos recibirías de Él! ¡Cuán amorosamente le harías descansar sobre tus rodillas cuando, todavía niño, se sentía fatigado durante los viajes! Un amor sin reservas te arrastraba hacia Él, como al hijo dulcísimo que el Espíritu Santo te había dado mediante la Virgen, tu Esposa.” (San Bernardino de Sena)

Fuente: P. Gabriel de Santa María Magdalena, O.C.D., Intimidad Divina