Vida Escondida de María Santísima

Posted by: Laudem Gloriae

Virginity

Ya próximos a esta hermosa fiesta de la Natividad de nuestra dulcísima Madre, reflexionemos (con textos de "Intimidad Divina", del P. Gabriel de S. M. Magdalena O.C.D), sobre la importancia de este día y una de las características más notorias de toda su vida: su ocultamiento.

La Liturgia celebra con entusiasmo el nacimiento de María.
"Tu natividad, oh Virgen Madre de Dios -canta el oficio-, anunció la alegría al mundo entero; porque de ti salió el Sol de Justicia, Cristo nuestro Dios". La natividad de María es el preludio de la natividad de Jesús, porque precisamente en aquella tiene su primer principio la realización del gran misterio del Hijo de Dios hecho hombre para salvación de la humanidad. ¿Cómo podría pasar inadvertido al corazón de los redimidos el día natal de la Madre del Redentor? La Madre preanuncia al Hijo, dice que el Hijo está para venir, que las promesas divinas, vaticinadas desde siglos, están para cumplirse. El nacimiento de María es la aurora de nuestra redención, su aparición proyecta una luz de inocencia, de pureza, de gracia, anticipo esplendoroso de la gran luz que inundará la tierra cuando aparezca Cristo, Lux mundi. María, preservada del pecado en previsión de los méritos de Cristo, no sólo anuncia que la redención está cerca, sino que trae consigo las primicias, como primer redimida por su Hijo divino.

Por Ella, toda pura y toda llena de gracia, la Santísima Trinidad dirige finalmente a la tierra una mirada de complacencia, porque encuentra finalmente en Ella una creatura en que puede reflejar Su belleza infinita.

Después del nacimiento de Jesús, ningún nacimiento ha sido tan importante a los ojos de Dios, ni tan importante para el bien de la humanidad, como el de María. Y sin embargo, ese nacimiento permanece en completa oscuridad: nada dicen de él las Sagradas Escrituras. Los orígenes de la Virgen se ocultan en el silencio, como oculta en el silencio fue toda su vida. La natividad de María nos habla de humildad: cuanto más queramos crecer a los ojos de Dios, más nos hemos de esconder a los ojos de las criaturas; cuanto más grandes cosas queramos hacer por Dios, en mayor silencio y retiro hemos de trabajar.

La vida de María se confunde, se pierde en la de Jesús; María vivió verdaderamente escondida con Cristo en Dios. Y notemos que vivió en la oscuridad no solo durante su infancia, sino también en los días de su maternidad divina, hasta en los momentos de triunfo de su Hijo.

Sea, pues, para nosotros esta solemnidad mariana una invitación a la vida escondida, a escondernos con María en Cristo y con Cristo en Dios. Muchas veces es Dios mismo el que, a través de las circunstancias o de las disposiciones de los superiores, se encarga de hacernos vivir en la oscuridad; debemos, entonces, estarle muy agradecidos y valernos de estas ocasiones para progresar cada vez más en la práctica de la humildad y de la vida oculta. Otras veces, por el contrario, el Señor nos puede confiar misiones, oficios, obras de apostolado que nos pongan en el candelero; pues bien, en tales circunstancias, igualmente debemos procurar desaparecer lo más posible. No debemos negarnos a obrar, pero tenemos que obrar de forma que sepamos eclipsarnos apenas nuestra palabra deje de ser necesaria para el feliz éxito de las obras a nosotros encomendadas. Todo lo demás: las alabanzas, los aplausos, la relación de los triunfos o la apología de los fracasos, no nos debe interesar; frente a todo esto, nuestra táctica debe ser la de retirarnos con santa naturalidad. Un alma de vida interior debe abrigar el ansia de esconderse lo más que pueda bajo la sombra de Dios, porque si algo bueno ha podido hacer, está convencida de que todo ha sido obra de Dios y por eso procura con premurosa delicadeza que todo redunde únicamente en gloria suya.

Que la vida humilde y escondida de María sea el modelo de la nuestra, y, si para emularla tenemos que luchar contra las tendencias siempre renacientes del orgullo, recurramos confiados a su ayuda materna y María nos hará triunfar de toda suerte de vanagloria.

“Cuando en el mar de este mundo me siento juguete de las borrascas y tempestades, tengo los ojos fijos en ti, oh María, fúlgida estrella, para no ser sumergido por las olas”.
“En los peligros, en las angustias, en las perplejidades siempre pensare en ti, oh María, siempre te invocaré. No te apartes, oh María, de mi boca, no te apartes de mi corazón; para obtener el apoyo de tus plegarias, haz que no pierda nunca de vista los ejemplos de tu vida. Siguiéndote, oh María, no me extravío, pensando en ti no yerro, si tú me sostienes no caigo, si tú me proteges no tengo que temer, si tú me acompañas no me fatigo, si tú me eres propicia llegaré al término” (S. Bernardo).