Ya que el tiempo era llegado...

Posted by: Laudem Gloriae

San Juan de la Cruz 03 (13b)

Mañana celebramos la memoria del gran místico y doctor de la Iglesia San Juan de la Cruz. Meditemos en esta bellísima poesía suya. Es parte del Romance sobre el evangelio “In principio erat Verbum” acerca de la Santísima Trinidad. En estos versos podemos ‘palpar’ la locura de amor del Padre que crea el alma para ser esposa de Jesucristo, y del Hijo que se encarna para deleitar a la esposa y rescatarla.
Que San Juan de la Cruz que penetró tan hondamente en este inmenso misterio del amor de Dios por su creatura, nos alcance la gracia de
conocer y creer en el amor que Dios nos tiene y prepararnos debidamente para esta Navidad, que nos enseñe a corresponder a tanto amor.

Con esta buena esperanza
que de arriba les venía,
el tedio de sus trabajos
más leve se les hacía;
pero la esperanza larga
y el deseo que crecía
de gozarse con su Esposo
continuo les afligía;
por lo cual con oraciones,
con suspiros y agonía,
con lágrimas y gemidos
le rogaban noche y día
que ya se determinase
a les dar su compañía.

Unos decían: «-¡Oh, si fuese
en mi tiempo la alegría!».
Otros: «-¡Acaba, Señor;
al que has de enviar envía!».
Otros: «-¡Oh, si ya rompieses
esos cielos, y vería
con mis ojos que bajases,
y mi llanto cesaría!
¡Regad, nubes, de lo alto,
que la tierra lo pedía,
y ábrase ya la tierra,
que espinas nos producía,
y produzca aquella flor
con que ella florecía!».

Otros decían: «-¡Oh, dichoso
el que en tal tiempo sería,
que merezca ver a Dios
con los ojos que tenía,
y tratarle con sus manos,
y andar en su compañía,
y gozar de los misterios
que entonces ordenaría!».



En aquestos y otros ruegos
gran tiempo pasado había;
pero en los postreros años
el fervor mucho crecía,
cuando el viejo Simeón
en deseo se encendía,
rogando a Dios que quisiese
dejalle ver este día.
Y así, el Espíritu Santo
al buen viejo respondía
que le daba su palabra
que la muerte no vería
hasta que la vida viese
que de arriba descendía,
y que él en sus mismas manos
al mismo Dios tomaría,
y le tendría en sus brazos
y consigo abrazaría.


- Prosigue la Encarnación

Ya que el tiempo era llegado
en que hacerse convenía
el rescate de la esposa,
que en duro yugo servía
debajo de aquella ley
que Moisés dado le había,
el Padre con amor tierno
desta manera decía:
«-Ya ves, Hijo, que a tu esposa
a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había.
En los amores perfectos
esta ley se requería;
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza
más deleite contenía;
el cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía».

«-Mi voluntad es la tuya
-el Hijo le respondía-,
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía,
y a mí me conviene, Padre,
lo que tu Alteza decía,
porque por esta manera
tu bondad más se vería;
veráse tu gran potencia,
justicia y sabiduría;
irélo a decir al mundo
y noticia les daría
de tu belleza y dulzura
y de tu soberanía.
Iré a buscar a mi esposa,
y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,
y sacándola del lago
a ti te la volvería».


Entonces llamó un arcángel
que San Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella
que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en el cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra,
en él uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tiene solo Padre,
ya también madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrañas de ella
él su carne recibía,
por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía.



- Del Nacimiento
Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en un pesebre ponía
entre unos animales
que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio
que entre tales dos había.

Pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía.
Y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía;
el llanto del hombre en Dios
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.