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BEATO CARLOS DE AUSTRIA

PATRONO DE ARCADEI

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Beato Carlos de Austria

Ejemplo de laico perfecto, modelo de esposo y de padre de familia, ejemplo de espíritu reparador, de magnanimidad, de humildad y de abandono confiado a la Divina Providencia, gran devoto de la Eucaristía, del Sagrado Corazón, a Quien consagró toda su familia, y de la Santísima Virgen; Patrono de ARCADEI.

Oh, Dios, fuente de toda gracia y santidad, míranos con bondad a nosotros, tus servidores, que hoy nos colocamos bajo el patronazgo del Beato Carlos de Austria, y haz que experimentemos la intercesión de este santo, el cual, convertido en coheredero de Cristo, resplandece como testigo de vida cristiana heroica y como egregio intercesor ante Ti. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Beato Carlos de Austria, ruega por nosotros.


Carlos de Austria nació el 17 de agosto de 1887 en el Castillo de Persenbeug, en la región del Austria Inferior. Sus padres eran el archiduque Otto y la Princesa María Josefina de Sajonia, hija del último rey de Sajonia. El emperador Francisco José I era tío abuelo de Carlos.

Muy pronto creció en Carlos un gran amor por la Santa Eucaristía y por el Corazón de Jesús. Todas las decisiones importantes provenían de la oración.

El 21 de octubre de 1911 se casó con la princesa Zita de Borbón-Parma. Durante los diez años de vida matrimonial feliz y ejemplar la pareja recibió el don de ocho hijos. En el lecho de muerte, Carlos decía aún a Zita: “¡Te quiero sin fin!”.

El 28 de junio de 1914, tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero al trono, en un atentado, Carlos se convierte en el heredero al trono del Imperio Austro-Húngaro.


Mientras se encarnizaba la primera Guerra Mundial, con la muerte del emperador Francisco José, el 21 de noviembre de 1916, Carlos se convierte en emperador de Austria. El 30 de diciembre es coronado Rey apostólico de Hungría.

Este deber Carlos lo concibe, también, como un camino para seguir a Cristo: en el amor por los pueblos a él confiados, en el cuidado por su bien y en la donación de su vida por ellos.

A lo largo de la terrible primera guerra mundial, Carlos puso el compromiso por la paz al centro de sus preocupaciones. Fue el único, entre los responsables políticos, que apoyó los esfuerzos por la paz de Benedicto XV.

Por lo que respecta a la política interior, incluso en tiempos extremadamente difíciles, abordó una amplia y ejemplar legislación social, inspirada en la enseñanza social cristiana.

Su comportamiento hizo posible al final del conflicto una transición a un nuevo orden sin guerra civil. A pesar de ello fue desterrado de su patria.


Por deseo del Papa, que temía el establecimiento del poder comunista en Centroeuropa, Carlos intentó restablecer su autoridad de gobierno en Hungría. Pero dos intentos fracasaron, porque él quería en cualquier caso evitar el estallido de una guerra civil.

Carlos fue enviado al exilio en la Isla de Madeira (Portugal). Dado que él consideraba su misión como un mandato de Dios, no consintió abdicar de su cargo.

Sumergido en la pobreza, vivió con su familia en una casa bastante húmeda. A causa de ello se enfermó de muerte y aceptó la enfermedad como un sacrificio por la paz y la unidad de sus pueblos.  

Carlos soportó su sufrimiento sin lamento y perdonó a todos los que no le habían ayudado. Murió el 1 de abril de 1922 con la mirada dirigida al Santísimo Sacramento.

Como él mismo recordó todavía en el lecho de muerte, el lema de su vida fue: “Todo mi compromiso es siempre, en todas las cosas, conocer lo más claramente posible y seguir la voluntad de Dios, y esto en el modo más perfecto”. Fue beatificado en Roma el 3 de octubre de 2004. Su Fiesta Litúrgica se celebra el 21 de octubre.

Para rezar la Novena al Beato Carlos de Austria: https://beatocarlos.com/liga-de-oracion/novena/


ORACIÓN AL BEATO CARLOS DE AUSTRIA, como PATRONO DE ARCADEI

DIOS Padre Todopoderoso te damos gracias porque en el Beato Carlos de Austria nos has dado un ejemplo de laico perfecto, modelo de espíritu reparador, de magnanimidad, de humildad y de abandono confiado a tu Providencia. Sus acciones públicas como Emperador y sus actos personales como padre de familia estaban firmemente basados en las enseñanzas de la Fe Católica. Consagró su familia al Sagrado Corazón y en todo buscaba cumplir tu Divina Voluntad del modo más perfecto. Su amor a su Señor Eucarístico y a la Santísima Virgen le ayudó a unirse al Sacrificio de Cristo en las pruebas de su vida. Fortalécenos por su intercesión cuando el desaliento, la debilidad, la soledad y la amargura nos inquieten. Por su mediación, protege a todos los miembros de ARCADEI, a nuestra Patria y a nuestras familias hasta el día del triunfo del Reinado de Cristo y del Inmaculado Corazón de María. Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor. Amén.


LETANÍAS DEL BEATO CARLOS DE AUSTRIA

Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial,
ten piedad de nosotros.
Dios, Hijo, Redentor del mundo,
Dios, Espíritu Santo,
Santísima Trinidad, un solo Dios,

Santa María, ruega por nosotros.
Beato Carlos, dócil al Espíritu Santo,
Beato Carlos, buscador de la voluntad de Dios en todo,
Beato Carlos, ejemplo de profunda vida espiritual,
Beato Carlos, guiado por la Palabra de Dios,
Beato Carlos, ejemplo para aquellos con responsabilidad política,
Beato Carlos, apóstol generoso y valiente del Evangelio,
Beato Carlos, promotor de la justicia y la paz,
Beato Carlos, siervo de Dios y de los hermanos,
Beato Carlos, ejemplo de la vida familiar,
Beato Carlos, esposo y padre devoto,
Beato Carlos, líder contra el espíritu del mal,
Beato Carlos, firme ante la injusticia y la difamación,
Beato Carlos, fiel en todas las pruebas,
Beato Carlos, sereno y paciente en cada dificultad,
Beato Carlos, unido al sacrificio de Cristo,
Beato Carlos, modelo de fe en el sufrimiento,
Beato Carlos, inflamado de amor por la Eucaristía,
Beato Carlos, devoto del Sagrado Corazón de Jesús,
Beato Carlos, amante del Santo Rosario,

Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.

Oremos. Oh Dios Todopoderoso y Eterno, Padre de misericordia y Dios de toda consolación, nos hemos reunido para dar gloria a Tu Nombre. Por el amor del Sagrado Corazón de tu Hijo, ayúdanos a nosotros y a todas las naciones en tiempos de necesidad. Acepta nuestras oraciones y sacrificios para extinguir la injusticia. Ayúdanos a seguir el ejemplo de tu siervo, el Beato Carlos de Austria, quien, a pesar del sufrimiento por la injusticia, la difamación y el exilio, se mantuvo fiel y siempre trató de cumplir tu divina voluntad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Contacto o información para la Canonización: beatocarlosdeaustria.com


Oración a la Sierva de Dios Zita de Borbón Parma

Dios Padre, que redimiste al mundo por el anonadamiento de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, que siendo Rey se hizo servidor y dio su vida por una multitud, por eso Tú lo exaltaste. Dígnate ahora conceder a tu Sierva Zita, emperatriz y reina, la gracia de ser elevada al honor de los altares. En ella nos das un ejemplo admirable de fe y esperanza ante las pruebas, así como una confianza inquebrantable en Tu divina Providencia. Te pedimos que junto a su esposo, el Beato Carlos de Austria, Zita se convierta en ejemplo de amor y fidelidad conyugal para los matrimonios de hoy; para las madres de familia, en modelo de educación cristiana, y para todos, en ejemplo de servicio y amor al prójimo. Por su intercesión, escucha nuestra oración (se pide la gracia). Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria.

En el año 2009 se inició el Proceso de Beatificación de la esposa del Beato Carlos de Austria, la Sierva de Dios Zita de Borbón Parma.

Contacto o información para la Beatificación: associationimperatricezita.com
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Beato Carlos de Austria

Ejemplo de laico perfecto, modelo de esposo y de padre de familia, ejemplo de espíritu reparador, de magnanimidad, de humildad y de abandono confiado a la Divina Providencia, gran devoto de la Eucaristía, del Sagrado Corazón, a Quien consagró toda su familia, y de la Santísima Virgen.

CARLOS Y ZITA DE AUSTRIA,

MATRIMONIO SANTO,

LAICOS EJEMPLARES

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BEATO CARLOS I DE AUSTRIA

En plena Gran Guerra, en 1917, el escritor Anatole France, poco sospechoso de simpatizar con el catolicismo, escribía: “El emperador Carlos de Austria ha presentado una oferta de paz; es el único hombre razonable en el transcurso de la guerra, pero nadie le ha escuchado”. Para explicar su búsqueda obstinada en pro de la paz, el emperador había confiado a su jefe de gabinete: “De ello depende la seguridad y la tranquilidad de la Iglesia, así como la salvación eterna de muchas almas en peligro”. Carlos I fue beatificado el 3 de octubre de 2004 por el Papa Juan Pablo II.

Carlos de Habsburgo, primogénito del archiduque Otón y de María Josefa de Sajonia, nace el 17 de agosto de 1887 en Persenbeug, no lejos de Viena (Austria). El pequeño, que es sobrino nieto del emperador de Austria Francisco José, crece bajo la vigilancia amorosa pero estricta de su madre, mujer muy cristiana. Por su parte, el padre lleva una vida licenciosa. La educación de Carlos es confiada a preceptores cristianos que impulsan sus excelentes aptitudes. Sólo tiene un defecto: la timidez.

Carlos toma la primera comunión en 1898, en Viena. Uno de los asistentes comenta: “Si no supiéramos rezar, ese joven nos enseñaría a hacerlo”. El muchacho asiste asiduamente al instituto público de los benedictinos escoceses, donde desarrolla sus cualidades: franqueza, caridad, tenacidad y modestia. Aunque de salud algo irregular, el archiduque Carlos no deja de progresar en lo intelectual y espiritual. De conducta irreprochable, no por ello deja de ser alegre, y siente gran afición por la música. En 1905 inicia la carrera militar, obligatoria para un Habsburgo. El año siguiente pierde a su padre, que fallece dando muestras de una piedad y de una serenidad inesperadas. Se convierte, entonces, en el segundo en el orden de sucesión al trono, después de su tío Francisco Fernando, que le inicia en los asuntos de estado.


AYUDARNOS MUTUAMENTE A GANAR EL CIELO

En 1908, Carlos es nombrado jefe de escuadrón en Bohemia. Uno de sus allegados dirá de él: “El sincero amor del joven archiduque hacia todas las bellezas de la naturaleza revelaba a un ser profundamente bueno que adoraba al Creador a través de todas sus obras, dejando adivinar a un hombre totalmente desprovisto de desconfianza y de odio, que acogía a todos con el corazón abierto”. En 1909, Carlos conoce a la princesa Zita de Borbón-Parma, cinco años más joven que él y educada por las benedictinas de Solesmes (Francia). Carlos obtiene autorización del emperador Francisco José para pedir su mano. Después de la Misa de compromiso, Carlos insinúa a Zita: “Ahora debemos ayudarnos mutuamente a ganar el Cielo”. Preparada mediante un retiro espiritual, la boda tiene lugar el 21 de octubre de 1911. Algún tiempo antes, en el transcurso de una audiencia concedida a Zita, el Papa san Pío X predice a los prometidos su próxima ascensión al trono. A pesar de que la princesa le recuerda que el heredero directo es Francisco Fernando y no Carlos, el Papa mantiene su sorprendente afirmación.

En 1912, Carlos sirve en Galitzia con el grado de capitán, encargándose activamente de su tropa para mejorar su bienestar material y moral. El 20 de noviembre, Zita da a luz a un niño, Otto; seis años más tarde, el día de la primera comunión de este primogénito, Carlos consagrará su familia al Sagrado Corazón. En febrero de 1913, la pequeña familia se establece en el castillo de Hetzendorf, cerca de Viena, donde Carlos lleva una vida de asceta, trabajando hasta altas horas de la noche, sometiéndose a todas las molestias de la vida de un oficial, sin aprovecharse nunca de su rango para obtener privilegios.

A principios de 1914, el archiduque Francisco Fernando confiesa a Carlos: “Estoy convencido de que moriré asesinado; la policía está al corriente de ello”. De hecho, la francmasonería había condenado a muerte a Francisco Fernando, que representaba un obstáculo para destruir el imperio católico de Austria-Hungría. El empeño por parte de los ambientes masónicos para destruir el último imperio católico de Europa no puede sorprender a nadie. Los grupos masónicos, incluso cuando se llaman a sí mismos espiritualistas, tienen una visión del mundo cerrada a lo sobrenatural y rehúsan la noción de revelación divina como dogma; por eso la francmasonería se ha opuesto constantemente a la Iglesia Católica. Un francmasón de alto grado reconocía, en 1990, ese fundamental antagonismo: “El combate que actualmente se libra condiciona el futuro de la sociedad. Opone dos culturas: una está fundada en el Evangelio, y la otra en la tradición del humanismo republicano. Y esas dos culturas se oponen en lo fundamental. O bien la verdad es revelada y es intangible, procedente de un Dios que se halla en el origen de todas las cosas, o bien encuentra su fundamento en las construcciones del hombre, cuestionadas siempre, ya que son perfectibles hasta el infinito” (Paul Gourdeau).

El 26 de noviembre de 1983, el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, precisaba: “El juicio negativo de la Iglesia hacia las asociaciones masónicas sigue siendo el mismo, porque sus principios se han considerado siempre como irreconciliables con la doctrina de la Iglesia, y la afiliación a esas asociaciones sigue estando prohibida por parte de la Iglesia. Los fieles que pertenecen a asociaciones masónicas se hallan en pecado grave, y no pueden acceder a la Sagrada Comunión”.

“BAJO TU PROTECCIÓN”


Francisco Fernando tiene grandes expectativas, compartidas ampliamente con su sobrino Carlos: quiere reformar el imperio apostando por el federalismo, para darle a cada uno de los pueblos que lo constituyen una mayor autonomía. Pero, el 28 de junio de 1914, es asesinado en Sarajevo por un conspirador serbio. De ese modo, Carlos se convierte en el heredero directo de la doble monarquía de la que su tío Francisco José es todavía emperador. El 19 de julio de 1914, el Consejo austro-húngaro de la Corona dirige un ultimátum a Serbia, exigiéndole una investigación para encontrar a los culpables del atentado. El rechazo parcial de ese ultimátum provoca el desencadenamiento de una guerra europea. Carlos presiente que ese conflicto será terriblemente sangriento, pero acata lealmente las órdenes de su tío abuelo y parte para el frente. En su sable, manda grabar la siguiente invocación a María: “Sub tuum praesidium confugimus, sancta Dei Genitrix” (“Bajo tu protección nos refugiamos, oh! santa Madre de Dios”). Italia declara la guerra a Austria en mayo de 1915. Ascendido a coronel, Carlos es enviado a la región de Trentino, donde consigue una serie de victorias. Aunque combate a los italianos, no lo hace con gusto, ya que su esposa es una princesa italiana. En junio de 1916, nombrado general, consigue detener una ofensiva rusa en Galitzia. Sus relaciones con algunos oficiales alemanes que sirven en el mismo frente resultan difíciles. Carlos se rebela contra el uso de los gases tóxicos, práctica corriente en el frente francés; después de parlamentar con los rusos, consigue que ninguno de ambos contendientes recurra a ellos. Rechaza igualmente el bombardeo de las ciudades.

En noviembre de 1916, Francisco José muere piadosamente, tras un reinado de 68 años. Carlos de Habsburgo se convierte entonces en emperador de Austria y rey apostólico de Hungría. Tiene 29 años. En un manifiesto publicado ese mismo día, declara: “Haré todo lo que esté en mi poder para desterrar lo más pronto posible los horrores y los sacrificios que acarrea la guerra, y para procurar a mi pueblo los beneficios de la paz”. El 22 de diciembre, Carlos manda a su ministro Czernin que redacte unas proposiciones de paz, aceptadas con la boca pequeña por su aliado, el emperador de Alemania Guillermo II, pero serán rechazadas por las potencias de la Entente (Francia, Gran Bretaña, Rusia e Italia). El 30 de diciembre de 1916, en Budapest, Carlos ciñe la corona que san Esteban recibiera del Papa Silvestre II en el año 1001. Sin embargo, realiza la siguiente confidencia: “Ser rey no significa satisfacer una ambición, sino sacrificarse por el bien de todo el pueblo”. Poco después, Guillermo II da la orden de desencadenar a ultranza la guerra submarina. El soberano austriaco rechaza apoyar esa ofensiva, ya que, al dirigirse contra los barcos mercantes, provocará la muerte de numerosos civiles. No puede soportar la idea de que se produzcan terribles combates, que ya han provocado millones de muertos en toda Europa, y todo ello en beneficio de objetivos irrisorios. Carlos hace la siguiente observación: “No basta que sea el único en querer la paz. Es necesario que todo el pueblo y también todos los ministros estén a mi lado”. No obstante, la prensa no cesa de excitar el belicismo del pueblo mediante comunicados triunfalistas, pero escondiendo la verdad acerca de la situación del imperio, donde la miseria del pueblo es cada vez mayor.

UN EMPEÑO POR LA PAZ


En marzo de 1917, Carlos pide a sus cuñados, Sixto y Javier de Borbón-Parma, que combaten en el ejército belga, que contacten con los gobiernos de la Entente. El emperador les hace entrega de una carta, en la cual declara que Austria está dispuesta a renunciar a diversas exigencias formuladas en 1914, referidas sobre todo a Serbia. Además, propone dejar a Galitzia en manos de Alemania, como compensación a la restitución a Francia de Alsacia-Lorena. Se prevé igualmente una transacción con Italia. Sin embargo, la intransigencia de las diferentes partes presentes provoca el fracaso de esa propuesta de paz. Un segundo ofrecimiento de Carlos a la Entente también fracasa, al igual que la del Papa Benedicto XV, apoyada con entusiasmo por Carlos. Los ministros francmasones franceses e italianos, por una parte, y los oficiales del estado mayor alemanes, por otra, prefieren la guerra a toda costa. Sólo en el ejército francés, aquel rechazo provocará la muerte de 300.000 soldados.

Desde el acceso al trono del emperador, se han organizado campañas calumniosas contra él, incluso en relación a sus costumbres, a pesar de su seriedad y temperamento incontestables. En contrapartida, se le considera un santurrón, ya que oye Misa diariamente y comulga; reza asiduamente el rosario y le gusta visitar los santuarios dedicados a la Virgen. En esa intensa vida espiritual, halla la fuerza necesaria para asumir sus pesadas responsabilidades. Se le acusa también de incapaz, a pesar de haber demostrado ser un oficial destacado. Habla siete lenguas y su capacidad de trabajo es extraordinaria, poseyendo además una singular y elevada capacidad de síntesis. Es capaz de discernir, mucho mejor que su entorno, el peligro mortal en que se halla su imperio. En la primavera de 1917, rechaza enérgicamente que Lenin, que vive exiliado en Suiza, atraviese sus Estados para dirigirse a sembrar la revolución en Rusia, plan maquiavélicamente concebido por el estado mayor alemán. Carlos ha comprendido que Lenin es potencialmente peligroso para toda Europa, ya que, según presiente, el bolchevismo no se contentará con arruinar Rusia, sino que se extenderá por todas partes. Sin embargo, Lenin conseguirá alcanzar Rusia a través de Alemania, viajando en un tren especial.

EN EL CAOS DE LA DERROTA


Ante la imposibilidad de concertar la paz con los países de la Entente, Carlos se ve obligado a continuar una guerra que aborrece, a fin de evitar en la medida de lo posible la desgracia que causaría a sus pueblos el derrumbamiento del imperio. En octubre de 1917, Austria consigue, contra Italia, la victoria de Caporetto; pero el emperador no se deja deslumbrar por ese éxito, alcanzado con el precio de sangre derramada y que nada soluciona. Sus poderes constitucionales, que no son ilimitados, le obligan a dejar las manos libres a los parlamentos belicistas y a su desleal ministro Czernin, que juega la carta de la “paz por la victoria”, es decir, mediante la guerra. En Baden, en una sencilla casa, el emperador lleva una vida laboriosa. Su comida es de las más frugales, a causa del horror que le inspira el mercado negro, que lo contamina todo. Zita, por su parte, se consagra en cuerpo y alma a los heridos y huérfanos, creando obras asistenciales. El pueblo, en su inmensa mayoría, no se equivoca, aclamando a la pareja imperial en sus viajes.

En enero de 1918, mediante sus “catorce puntos”, inspirados en los objetivos de la francmasonería, Wilson, presidente de los Estados Unidos, proclama la necesidad para la paz futura de reorganizar la Europa central y balcánica según el “principio de las nacionalidades”. Ello significa el desmantelamiento del imperio austro-húngaro en provecho de pequeños estados-naciones. Esa concepción utópica, inspirada por los socialistas checos Benes y Masaryk, estará en el origen de los conflictos que desgarrarán Europa central hasta nuestros días. Carlos intenta en vano hacer entrar en razón a la Casa Blanca. En el oeste, las últimas ofensivas alemanas de mayo y junio de 1918 son detenidas, y en julio son seguidas de una contraofensiva por parte de la Entente. Durante las semanas siguientes, Alemania se repliega y, tras el desencadenamiento de la revolución de Berlín, debe solicitar el armisticio, que será firmado el 11 de noviembre. La derrota alemana provoca de rebote la secesión de las nacionalidades eslavas del imperio austro-húngaro. El parlamento húngaro proclama el destronamiento de los Habsburgo. El 2 de noviembre, el emperador se ve obligado a solicitar el armisticio a Italia. Los medios políticos le instan a abdicar, pero no se considera con derecho de disponer de una autoridad que emana de Dios. Tras ser sometido a presiones hostigadoras, el día 12, en Viena, abandona el ejercicio del poder, pero sin haber abdicado. Después, se retira al castillo de Eckartsau, donde es sometido enseguida a vigilancia policial. En marzo de 1919, la “república austriaca” proscribe a Carlos I, que protesta contra el desafuero al que se le ha sometido y reafirma su legitimidad frente a un poder surgido de la insurrección.

El emperador y su familia se instalan en Prangins, cerca de Ginebra, en Suiza. Desde ese lugar, animado por el Papa Benedicto XV, Carlos se esforzará por recuperar el trono de Hungría. Quizás pueda entonces –es la esperanza del Santo Padre– volver a formar una federación de estados católicos en Europa central. El 25 de marzo de 1921, Carlos abandona Suiza para dirigirse clandestinamente a Hungría. El almirante Horthy, jefe del estado desde 1920, se ha arrogado el título de regente y exhibe su lealtad hacia el rey. De origen calvinista, es en realidad ateo y detesta la tradición católica de los Habsburgo. El día de Pascua, en Budapest, Carlos es recibido por Horthy, que vacila, pone como pretexto mil dificultades y hace lo posible para amotinar a las potencias extranjeras a fin de impedir la restauración monárquica. Carlos, mientras tanto, cae enfermo; a pesar de que sus partidarios le proponen recobrar el poder por las armas, él lo rechaza para evitar el derramamiento de sangre. Finalmente, es enviado manu militari a Suiza a bordo de un tren especial.

UN NOBLE Y FIRME RECHAZO


Carlos visita repetidamente el monasterio benedictino de Disentis, donde busca en la oración la fuerza que necesita. Con motivo de una de esas estancias, el emperador revela a dos monjes que ciertas personalidades influyentes de Francia y de Hungría le han prometido impulsar la restauración de la monarquía en Hungría, e incluso en Austria, con la condición de que “consienta en introducir en sus Estados la escuela neutra y el matrimonio civil, junto con su secuela, el divorcio”. Pero Carlos se ha negado categóricamente. El emperador no tiene ninguna ambición personal, pero el día de su coronación juró consagrarse, ante Dios y ante el pueblo húngaro, a buscar el bien de quienes la Providencia había puesto bajo su dirección. No puede soportar ver cómo el país depende de una camarilla, mientras el pueblo vive en la miseria. El 21 de octubre de 1921, en compañía de la emperatriz Zita, Carlos escapa y toma un avión en Zurich. Aterriza al oeste de Hungría y marcha hacia Budapest, reuniendo para su causa a los regimientos que encuentra. Sin embargo, el almirante Horthy, haciendo creer al ejército que Carlos es rehén de los comunistas checos, ataca a las fuerzas imperiales. Carlos ordena entonces el alto el fuego. Secuestrado, rechaza de nuevo abdicar, por fidelidad a su juramento de rey coronado.

Los países de la Entente consideran indeseable al Habsburgo, ocupándose ellos mismos de su expulsión. El 31 de octubre, Carlos y Zita son embarcados en un navío británico que desciende el curso del Danubio hasta el Mar Negro. Luego, un navío rumano los conduce hasta Constantinopla. Ignoran lo que les ha podido suceder a sus hijos, que han quedado en Suiza. Cuando el capitán del buque le confiesa que va a ser trasladado a Asunción, islote perdido en medio del Atlántico sur, Carlos se estremece y exclama: “¡Entonces nunca volveremos a ver a los niños!”. No obstante, enseguida sonríe, diciendo con voz sosegada: “¡Qué pusilánime soy! Sólo pueden enviarnos al lugar elegido por Dios”. El 19 de noviembre de 1921, el navío atraca en Funchal, capital de la isla portuguesa de Madeira, que será –según habían decidido los ingleses– el lugar de exilio del emperador destituido. Las “Naciones aliadas” habían previsto una dotación anual para cubrir las necesidades del exiliado, pero nunca será desembolsada. Creen que Carlos es rico, pero en realidad es pobre, por lo que debe buscar un alojamiento poco oneroso. Elige la villa Quinta, situada a 600 metros de altitud, pero la elección es desafortunada, ya que, en invierno, el clima es insalubre a causa de la niebla. El 2 de febrero de 1922, tras enormes dificultades, Zita puede traer a sus hijos a Madeira.

“EL SEÑOR HARÁ LO QUE QUIERA”


El Papa Benedicto XV concede autorización a Carlos para disponer de una capilla doméstica donde acoger al Santísimo Sacramento y celebrar la Misa, preciado consuelo para él. Durante las semanas que siguen, la ascensión espiritual de Carlos suscita la admiración de su esposa. Al enterarse de que corren rumores malintencionados acerca de su mala salud, el emperador exclama: “No quisiera morir aquí”. Pero enseguida sonríe y prosigue: “El Señor hará lo que quiera”. Tiene cada vez más la sensación de que el Señor va a pedirle que ofrezca su vida por el bien de sus pueblos, y confía ese pensamiento a Zita, añadiendo: “¡y lo haré!”. No permanece en él ninguna rebelión contra los acontecimientos o contra las personas. Un testigo dirá a propósito de ello: “Nunca quería presentarse como mártir; nunca condenó a quienes le habían traicionado, y si alguien hablaba mal de ellos en su presencia, él los defendía”.

El 9 de marzo, el emperador se resfría tras haber subido a pie desde Funchal a la villa. El 17, su temperatura asciende a 39º y tose. El 21, tiene 40º de fiebre y una bronquitis generalizada, que deriva en congestión pulmonar. Carlos todavía no ha cumplido 35 años, pero se encuentra moral y físicamente debilitado por las pesadas tribulaciones de los años que acaban de transcurrir. Durante los días siguientes, la neumonía se agrava. Los últimos días del emperador son los de un santo. A pesar de su extrema fatiga, asiste a la Misa que se celebra diariamente en su habitación. El 27 de marzo, solicita la Extremaunción y realiza una confesión general con plena lucidez. Manda llamar a su hijo primogénito, Otto, que solamente tiene nueve años: “Quiero que sea testigo de todo; será un ejemplo para toda su vida; debe saber lo que ha de hacer en tal circunstancia un rey, un católico y un hombre”. El día 29, Carlos es víctima de dos crisis cardiacas; en privado, confiesa: “¿No es una bendición tener una confianza ilimitada en el Sagrado Corazón? Si no fuera así, mi estado sería insoportable”. Un poco más tarde, declara: “Debo sufrir mucho, a fin de que mis pueblos puedan reencontrarse todos juntos”. El sábado 1 de abril, tiene deseos de rezar, pero su enfermera le aconseja que duerma. Él responde: “¡Tengo tanto que rezar!”. Durante la mañana, su estado es desesperado, pero todavía puede recibir la Sagrada Comunión en el viático. El Santísimo Sacramento se expone en la habitación del moribundo, que murmura: “Ofrezco mi vida como sacrificio por mi pueblo”, y después: “Mi Salvador, ¡hágase tu voluntad!”. A las doce y veinticinco minutos, después de haber exclamado “Jesús, María y José”, entrega su último suspiro. El emperador-rey deja tras él una viuda que espera su octavo hijo.

A pesar del aparente fracaso de su vida, Carlos I dio un admirable testimonio de conformidad a la divina Providencia en la desgracia. Por eso la Iglesia lo propuso como ejemplo por la beatificación. Puede aplicársele el siguiente pasaje del Libro de la Sabiduría: En cambio, las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno. Creyeron los insensatos que habían muerto; tuvieron por quebranto su salida de este mundo, y su partida de entre nosotros por completa destrucción; pero ellos están en la paz” por una corta corrección recibirán largos beneficios, pues Dios los sometió a prueba y los halló dignos de sí (Sb 3, 1-5). “Desde el principio, el emperador Carlos concibió su cargo como un servicio santo por sus pueblos. Su principal preocupación era seguir la llamada del cristiano a la santidad, incluso en la acción política. Que sea un ejemplo para todos nosotros, sobre todo para quienes tienen hoy en día en Europa la responsabilidad política” (Juan Pablo II).

SIERVA DE DIOS ZITA DE HABSBURGO

“Sin aquellos que nos precedieron, nada seríamos” —decía Zita de Borbón-Parma pensando en su madre y en sus tías, mujeres ejemplares y radiantes, princesas de la familia real de Portugal, que tenían como principio: “Nada es duradero en este mundo, nada es más aleatorio que el poder temporal. Lo que cuenta es el amor, y nada más”. Sin embargo, el agradecimiento de Zita iba dirigido sobre todo a su esposo Carlos de Habsburgo-Lorena, sobrino nieto del emperador de Austria Francisco José. Tras convertirse en emperador en medio de la tormenta de la Gran Guerra, Carlos, respaldado fielmente por su esposa, intentó lo imposible para devolver la paz a sus pueblos y al mundo entero. Después de su muerte en el exilio en 1922, fue beatificado por san Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004. Zita, última emperatriz de Europa, le sobrevivió valientemente durante sesenta y siete años.

Zita María de Borbón-Parma, la quinta de doce hijos, nace el 9 de mayo de 1892 en Pianore (Italia). Es hija de Roberto de Parma y de María Antonia de Braganza, su segunda esposa. La cuestión de los orígenes de la familia se plantea con frecuencia: “Para las gentes de Pianore —relata Zita— éramos de los suyos. Nuestros amigos de Schwarzau-am-Steinfeld consideraban que éramos austríacos. En Chambord nos reivindicaban como franceses (los Borbón-Parma son descendientes directos de Luis XIV). Todo ello nos parecía a la vez extraño y hermoso, pero papá debía precisar de vez en cuando nuestra situación: somos príncipes franceses que han reinado en Parma”. El ejercicio del poder político, que durante mucho tiempo fue el destino de la familia de Zita, está al servicio del bien común: “El compromiso político es una expresión cualificada y exigente del empeño cristiano al servicio de los demás. La búsqueda del bien común con espíritu de servicio; el desarrollo de la justicia con atención particular a las situaciones de pobreza y sufrimiento; el respeto de la autonomía de las realidades terrenas; el principio de subsidiaridad; la promoción del diálogo y de la paz en el horizonte de la solidaridad: éstas son las orientaciones que deben inspirar la acción política de los cristianos laicos” (Compendio de la doctrina social de la IglesiaCDSE, núm. 565).

EL MEJOR REMEDIO


Zita guarda un recuerdo excelente de su juventud: “Tuve una infancia extremamente feliz y alegre… La doble mudanza de Austria a Pianore y el regreso, en primavera, a Schwarzau, donde pasábamos el verano, era para nosotros, que éramos niños, el mayor de los acontecimientos”. Y recuerda: “Si, durante las vacaciones, estudiábamos muy poco según nuestros preceptores, teníamos que coser, remendar y reparar. Y no solamente nuestra propia ropa, sino también la ropa de las personas mayores y de los enfermos de Schwarzau”. Las chicas se encargaban también de los enfermos sin familia: “Por la tarde, regresábamos con frecuencia agotados y debíamos desinfectarnos como medida preventiva hacia los más jóvenes. Cuando esa limpieza duraba demasiado, nuestra madre nos recordaba: “La caridad es el mejor remedio contra los riesgos de contagio”.

También hay momentos de distracción, en que los niños príncipes pueden hacer picnic a su antojo y entregarse hasta la noche a actividades como montar a caballo, bañarse y jugar con los niños del pueblo. La educación es estricta, pero llena de amor: “Para nosotros, el peor castigo —raramente infligido— era quedarnos sin postre. Nuestras comidas eran sencillas, de tal manera que cualquier cosita dulce extra era una fiesta… Mi madre era severa, pero la adorábamos. Papá era todo alegría y bondad. Nunca nos pegó, pero cuando tenía que reprender a uno de nosotros, eso nos afectaba grandemente”. Entre ellos, los niños ríen y charlan, pero, cuando hay invitados, hay que respetar el orden jerárquico y hacer reverencia. Las jóvenes altezas aprenden enseguida a captar la importancia de los huéspedes observando el volumen de polvo que levanta el carruaje o el cortejo que los conduce. “¡Evidentemente —confesará Zita—, preferíamos a menudo a aquellos que levantaban menos polvo!”.

Zita está interna en el convento de Zangberg, en Alta Baviera, cuando se entera de que su padre está moribundo; éste recibe la llamada de Dios el 16 de noviembre de 1907, antes incluso de que ella pueda volver a verlo. En 1909, su madre la envía a estudiar a Ryde, en la isla de Wight, con las monjas de Solesmes, entonces exiliadas. Su abuela materna, que había ingresado en el monasterio antes de enviudar, es la priora, y también está su hermana Adelaida, monja desde hace poco. Allí, Zita recibe una educación de enorme valor en filosofía, teología y música. En su alma nace la atracción por la clausura.

PROFECÍA


Sin embargo, Zita y Carlos, que se conocen desde la infancia, se frecuentan con gozo creciente. En 1911, el archiduque pide la mano a la joven princesa regalándole un anillo de compromiso que Zita guarda en el bolsillo con un “¡Gracias!” travieso. El 24 de junio, Zita y su madre son recibidas por el Papa Pío X. En el transcurso de esa audiencia, éste declara a la joven, con una sonrisa: “¿Así que va a casarse con el heredero al trono?”. Zita intenta desengañarlo en tres ocasiones: “Santo Padre, mi novio es el archiduque Carlos; el archiduque heredero es Francisco Fernando”. Pero el Papa no modifica su observación: “Me alegro infinitamente de que Carlos sea la recompensa que Dios concede a Austria por los servicios que ella ha aportado a la Iglesia”. A la salida de la entrevista, Zita suelta lo siguiente a su madre: “¡Gracias a Dios el Papa no es infalible en cuestión de política!”. “Con motivo del proceso de beatificación de Pío X —dirá Zita—, atestigüé que se trataba de una profecía que se había cumplido plenamente”.

Durante un encuentro al aire libre cerca de Viena, los jóvenes novios reciben una ovación, pero Zita se entristece y señala: “Esas aclamaciones parecen clamores de insurrección”. Carlos se extraña de ello, pero ella evoca entonces la caída de su familia en Parma y la de los Braganza en Portugal: “Hay que ser realista; nuestra vida es frágil y el poder, efímero”. Carlos calla durante unos minutos, sopesando esas palabras. “Creo entender lo que quieres decir… pero en Austria no ocurre lo mismo. Te lo ruego, ¡no hablemos más de ello!”. Zita señalará: “Durante años, dejamos de hablar de ello. Pero el 24 de marzo de 1919, justo después de franquear la frontera para alcanzar el infierno del exilio, Carlos me dijo: “Tenías razón…”. Entendí inmediatamente lo que quería decir y le musité en voz baja: “¡Cómo me habría gustado equivocarme!”. Y aquella fue la última frase de nuestra discusión, o, mejor dicho, de la mayor divergencia en nuestros puntos de vista que jamás tuvimos”.

La boda se celebra el 21 de octubre de 1911 con todo el fasto que reclama una de las mayores cortes de Europa. El viaje de novios de las altezas consiste en recorrer en automóvil el imperio austro-húngaro. Carlos puede expresarse en las diecisiete lenguas habladas en el imperio, seis de las cuales conoce a la perfección; Zita aprende con fervor los rudimentos de las que le faltan. El 20 de noviembre de 1912, da a luz a Otto, el primero de sus ocho hijos. Carlos ha retomado su vida de oficial de dragones, a la vez que intensifica sus relaciones con su tío Francisco Fernando. Hace ya mucho tiempo que el archiduque heredero expone de buen grado sus opiniones políticas al sobrino y le prepara de ese modo para sus responsabilidades venideras.

“En el contexto del compromiso político del fiel laico —apunta el Compendio— requiere un cuidado particular la preparación para el ejercicio del poder, que los creyentes deben asumir… El ejercicio de la autoridad debe asumir el carácter de servicio, se ha de desarrollar siempre en el ámbito de la ley moral para lograr el bien común: quien ejerce la autoridad política debe hacer converger las energías de todos los ciudadanos hacia este objetivo, no de forma autoritaria, sino valiéndose de la fuerza moral alimentada por la libertad” (CDSE, núm. 567).

EL ULTIMÁTUM


Una noche, con motivo de una cena familiar, Francisco Fernando confía a su sobrino: “¡Van a asesinarme! Carlos: te he dejado unos documentos, bajo llave en un cofre. Son reflexiones, proyectos, ideas, que quizás te resulten útiles. Pero guarda silencio, pues no quiero que Sofía esté triste”. El heredero había contraído matrimonio con Sofía Chotek (en matrimonio morganático, pues la esposa carecía de abolengo suficiente para convertirse en emperatriz; como consecuencia de ello, sus hijos no podían heredar el trono). Zita comprende enseguida que es probable que Carlos suceda a su tío a la cabeza del imperio mucho antes de lo previsto. El 28 de junio de 1914, Carlos y Zita se enteran con dolor del asesinato del príncipe heredero y de su esposa en Sarajevo, de manos de un nacionalista serbio. “Nos encontrábamos en medio de un extraño dilema —recordará Zita—. Por una parte, había que hacer todo lo posible para obtener la paz, y ello iba en el sentido del heredero al trono asesinado. Por otra, cosa que se olvida demasiado fácilmente con el paso del tiempo, una gran potencia como Austria-Hungría no podía permitirse que asesinaran impunemente al heredero al trono que encarnaba el futuro. En semejante situación, ¡ningún gobierno habría podido actuar como si nada hubiera ocurrido!”. Así pues, el emperador Francisco José considera ineludible el deber de justicia y, creyéndose capaz de circunscribir localmente el conflicto, lanza a Serbia el ultimátum que desencadenará, de hecho, el engranaje de las alianzas ofensivas y la guerra europea. La familia de Zita se encuentra dividida : tres hijos combatirán en el ejército imperial aliado de Alemania, mientras que los dos mayores, Sixto y Javier, rechazados por la República Francesa por ser príncipes borbones, se alistarán en el ejército belga. Zita disimula su conmoción durante la última velada en familia en la terraza de Schwarzau. Javier anota en su diario: “Jamás antes de ese momento habíamos sido tan conscientes de la solidez de nuestros lazos. Combatimos en frentes completamente diferentes, y, sin embargo, estamos todos en el bando de quienes defienden Europa contra quienes pretenden demoler nuestro continente”.

Durante la guerra, Zita se encarga de inspeccionar los hospitales y de realizar un informe detallado. Las condiciones se tornan enseguida deplorables. Tras haber predicho un final desastroso de la guerra, el emperador Francisco José intenta una manera de restablecer la paz, pero sus consejeros y el espíritu del pueblo, influenciado por la propaganda alemana, se oponen a ello. Seguía trabajando con ese propósito cuando expira, a la edad de ochenta y seis años, el 21 de noviembre de 1916. Carlos se convierte entonces en emperador. A Zita le anima el mismo espíritu de fe que a su esposo: “¡Mil poderes, poder único! —dirá ella—. Todas las fuerzas que, a nuestro alrededor, se agitan, empujan o frenan, no son nada al lado del Único Poder (Dios) que nos domina. Y el emperador Carlos estuvo a su servicio”. La coronación como soberanos de Hungría en Budapest, el 30 de diciembre de 1916, hace pensar en la transfiguración de Jesús en el monte Tabor antes de la Pasión. La cabeza de Zita recibe la corona de las reinas de Hungría; luego, tras ser ceñido su esposo con la corona de san Esteban, primer rey de Hungría, el arzobispo primado se la pone a ella sobre el hombro derecho y dice: “Recibe la corona de la soberanía, para que sepas que eres la esposa del rey y que siempre debes cuidar al pueblo de Dios. Cuanto más alto te encuentres, más humilde debes ser y más debes permanecer en Jesucristo”. Esas fastuosas ceremonias no hacen que la pareja real olvide los sufrimientos del pueblo afectado por la guerra: los dieciocho platos del banquete de ese día se presentan solamente a los invitados y se envían a los heridos del hospital de guerra de Budapest, suprimiéndose además el baile tradicional.

ZITA RECONFORTA AL PUEBLO


El nuevo emperador toma rápidamente el mando efectivo del ejército; con su prudencia, ahorra cientos de miles de vidas. Por su parte, Zita reconforta al pueblo y le procura todo el apoyo material que ostenta. A partir de 1917, el emperador intenta firmar una paz separada entre Austria y los aliados (Francia, Inglaterra e Italia). Con ese propósito, manda varias veces a los príncipes Sixto y Javier para tratar con los gobernantes de Francia y de Inglaterra. Desgraciadamente, diversos avatares políticos hacen fracasar esas tentativas que tantas vidas habrían salvado.

“El quinto mandamiento condena la destrucción voluntaria de la vida humana. A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, la Iglesia insta constantemente a todos a orar y actuar para que la Bondad divina nos libre de la antigua servidumbre de la guerra. Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras. Sin embargo, mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa” (
CEC, núm. 2307-2308).

En octubre de 1918, una revolución de inspiración comunista estalla en Budapest, y el imperio se fragmenta rápidamente. El 3 de noviembre, se firma un armisticio entre Austria-Hungría y las potencias de la Entente. Mientras la revolución alcanza la capital austríaca, la mayoría de los guardias imperiales abandonan su puesto. Los cadetes de la escuela militar se presentan espontáneamente para asegurar la protección del palacio imperial de Schönbrunn, con gran consuelo de Zita, emocionada por esos jóvenes cuya fiel bravura supera la de sus mayores. Algunos miles de obreros socialistas, hábilmente manipulados por agitadores republicanos, reclaman “en nombre del pueblo” la salida de los Habsburgo. El emperador rechaza el derramamiento de sangre de sus pueblos que tanta han derramado ya, y, el 11 de noviembre de 1918, renuncia a ejercer sus funciones, pero sin abdicar. La familia imperial se retira a una residencia de caza, donde está expuesta a la inseguridad, al frío, a la desnutrición y a la enfermedad. El teniente coronel inglés Strutt, encargado por el gobierno británico de mejorar las condiciones de vida de Carlos y Zita, se convierte en un valioso amigo. Frente a las amenazas revolucionarias, aconseja a los soberanos que abandonen el país. Carlos se decide a ello el 24 de marzo de 1919. El exilio comienza en Suiza. De allí, con el apoyo del Papa Benedicto XV, intenta restaurar en dos ocasiones la monarquía en Hungría, pero resulta en vano. Los aliados exilian entonces a Carlos y a Zita a la isla de Madeira (Portugal), donde se instalan el 19 de noviembre de 1921 con algunos sirvientes, pero sin sus hijos, que se unirán a ellos más tarde. Sus bienes personales son expoliados y no cobran ninguna de las compensaciones económicas que les habían prometido. El clima invernal es frío y húmedo, y la casa está mal calentada. El 9 de marzo de 1922, el emperador sufre una congestión pulmonar, muriendo el 1 de abril, primer sábado del mes, día dedicado al Corazón Inmaculado de María.

UN GRAN DEBER


El 13 de mayo, aniversario de la primera aparición de la Virgen en Fátima, Zita consagra su familia al Corazón Inmaculado de María, antes de abandonar Madeira hacia España. En adelante, es regente de su hijo Otto: “Tengo un gran deber político, y quizás solamente ése. Debo educar a mis hijos siguiendo el espíritu del emperador, hacer de ellos hombres buenos temerosos de Dios. La historia de los pueblos y de las dinastías —que no calcula el tiempo tomando como referencia la vida humana, sino según medidas mucho más largas— debe inspirarnos confianza”. En agosto de 1922, la familia imperial se establece en Lekeitio, en el País Vasco español, bastante cerca de Lourdes, que tanto ama Zita. En 1929, Zita fija su residencia en Bélgica, cerca de Lovaina, donde lleva una vida campestre reglada por una etiqueta simplificada, cultiva rosas y se encarga ella misma, a veces, de las veinticinco cabras y ovejas. Para sus hijos, elige escuelas católicas francófonas. Otto obtendrá, en 1935, en la Universidad de Lovaina, un doctorado en ciencias políticas y sociales. El 20 de noviembre de 1930, alcanzada la mayoría de edad, se convierte en jefe de la Casa de Habsburgo.

En 1938, Hitler invade Austria para realizar el Anschluss (anexión para la unificación política de los pueblos de la “Gran Alemania”). El dictador, nacido en Austria, ha odiado siempre a los Habsburgo. El 22 de abril, Otto es condenado a muerte por alta traición, en razón de su hostilidad hacia el Reich. El 9 de mayo de 1940, aniversario del nacimiento de la emperatriz, los alemanes atacan Bélgica. El día 10 al alba, los bombarderos de la Luftwaffe sobrevuelan la residencia imperial. Los diecisiete ocupantes parten precipitadamente hacia Francia en tres automóviles. Dos horas más tarde, la casa arde en llamas; según Otto, se trata de “un regalito de Hitler”. La familia se embarca para Nueva York, estableciéndose después cerca de Quebec, donde los cuatro benjamines acabarán sus estudios en la Universidad Católica. Los cuatro mayores se ganan la vida y defienden los intereses de sus pueblos en los Estados Unidos o en Inglaterra. La emperatriz representa a Otto ante el presidente Roosevelt; el 11 de septiembre de 1943, éste la recibe en Hyde Park. Zita aboga en favor de Austria y de un proyecto de federación de los pueblos danubianos. De otra parte, se dedica a recolectar fondos y a apoyar a sus súbditos mediante toda suerte de ayudas. En Navidad de 1948, se instala cerca de Nueva York y hace un último favor político a Austria: al enterarse de que el Senado considera excluir a su país del Plan Marshall, a causa de su pretendida acogida entusiasta a Hitler en 1938, la emperatriz convence a unas cincuenta mujeres de senadores con objeto de que influyan en sus esposos para restablecer la verdad. Gracias a ella, se aprueban subvenciones para Austria.

ENTRE LAS MONJAS


Los matrimonios de tres de sus hijos reconducen a la familia a Europa. En 1953, Zita decide establecerse en el castillo de Berg, propiedad de los grandes duques de Luxemburgo. Como oblata benedictina de Santa Cecilia de Solesmes desde 1926, siente una renovada atracción por la clausura. Sin embargo, el Abad de San Pedro de Solesmes la disuade de abandonar el mundo a causa de su posición social, que le permite actuar en favor de una Europa cuya identidad no puede entenderse sin el cristianismo. No obstante, gracias a un indulto de Pío XII, Zita podrá realizar varias estancias entre las monjas, que sumarán en total más de tres años. Su nieta Catalina, al verla un día detrás de la reja del oratorio, exclama: “Abuela, ¿está Vd. en la cárcel?”. A lo que responde la emperatriz: “Hija mía, ¿soy yo quien está en la cárcel o eres tú?”. En 1959, las autoridades políticas no le permiten asistir a las exequias de su madre, que tienen lugar en Alta Austria, en una propiedad de los Borbón-Parma. En esa época, Zita reside alternativamente en casa de sus hijos, en Baviera y en Bruselas. En 1962, se establece en Zizers, en el cantón suizo de los Grisones.

Tras levantarse a las cinco de la mañana, la emperatriz asiste cada día a varias Misas, medita sobre la Pasión de Jesús ayudada por las quince oraciones de santa Brígida y reza asiduamente el Rosario. En 1982, una sentencia del Tribunal Superior de Justicia Administrativa reconoce que la ley de exilio anti Habsburgo no debería haber afectado a Zita, miembro aliado de esa dinastía, por lo que su regreso triunfal a Austria, ese mismo año, después de sesenta y tres años de exilio, representa una de sus mayores alegrías. El 13 de noviembre, más de 20.000 personas asisten a la Misa celebrada en su presencia en la catedral de San Esteban de Viena. Habiendo considerado que ser forzada al exilio no autoriza a abandonar la misión encomendada por Dios, nunca renunció a sus títulos. Sin embargo, su salud se deteriora: pierde la vista y se desplaza con dificultad. Pero sus allegados dan testimonio de su enorme paciencia, a la espera serena de la muerte que le permitirá reencontrarse con su esposo. Tras fallecer el 14 de marzo de 1989, a la edad de 96 años, es inhumada en la cripta de los Capuchinos de Viena, con la magnificencia propia del ritual imperial que corresponde a su rango. Su corazón reposa con el de Carlos en la abadía de Muri, en la diócesis de Basilea. El proceso de beatificación de la emperatriz se inauguró en 2009. Los favores obtenidos mediante su intercesión pueden enviarse a la 
Association pour la béatification de l’impératrice Zita, Abbaye Saint-Pierre, 1 place Dom Guéranger, 72300 Solesmes (Francia).

Roguemos para que, siguiendo su ejemplo, aprendamos a servir a Dios y a su Reino por el bien de la humanidad, incluso en medio de las circunstancias humanamente más desfavorables.

(Dom Antoine Marie, Cartas Espirituales, Abadía San José de Clairval)
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Carlos y Zita de Austria

Reseña Biográfica del Beato Carlos I de Austria y de su esposa Zita, Sierva de Dios. Sirvieron a Dios y a su Reino por el bien de la humanidad, incluso en medio de las circunstancias humanamente más desfavorables.

ARTÍCULO EDITORIAL
La Reparación al Corazón Eucarístico

Publicado por: Ioseph

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REPARADORES DEL CORAZÓN EUCARÍSTICO

“Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado por los hombres en el Santísimo Sacramento que esta sed me consume, y no hallo a nadie que se esfuerce, según mi deseo, en apagármela correspondiendo de alguna manera a mi Amor.”

Esta frase del Corazón de Jesús a Santa Margarita debería traspasar como una lanza el corazón de todo cristiano. ¡Nuestro Señor tiene sed de ser amado en la Eucaristía! Es como si dijera a cada uno de nosotros: Tanto te ama mi Corazón Eucarístico que siente una ardiente necesidad de ser amado por ti. ¿Podremos permanecer indiferentes a este clamor del Corazón de Jesús? ¿No deberíamos vivir espiritualmente en el Sagrario, ofreciéndole todo lo que emprendamos durante la jornada?

Tal vez, distraídos como somos, nos cueste mantener esta intención en todos los momentos del día, pero ¿por qué no procurar al menos renovarla cada mañana, al iniciar una tarea, al llegar el momento del descanso? El amor es ingenioso: una estampa sobre el escritorio, una medalla en el vehículo, un simple “IHS” escrito en la hoja de estudio, pueden servirnos de memorándum para elevar nuestra alma y nuestro corazón al divino Prisionero del Sagrario. Incluso las campanadas de un reloj o hasta el sonido del teléfono podemos acostumbrarnos a tomarlos como recordatorios para hacer un acto de amor a nuestro Señor. Inscribirnos en la Guardia de honor del Corazón Eucarístico para ofrecer una hora de nuestro día en reparación de este divino Corazón puede ser también un medio muy a propósito para contribuir a calmar su sed de amor.

“Amor, reparación, desagravio” es el lema de los devotos del Corazón de Jesús. La reparación y el desagravio que Él nos pide es nuestro amor, manifestado aun en los acontecimientos más insignificantes, en las tareas -pequeñas o grandes- que nos tocan emprender. “Oh Jesús, esto es por tu amor y en reparación de tu Corazón Eucarístico”. “Todo por Ti, Corazón Eucarístico de Jesús”. Todo: esta oración, este trabajo, este dolor, esta alegría, este cansancio, esta visita al Sagrario... Todo. El ejercicio de la caridad fraterna -esos pequeños actos de amor al prójimo que siempre encontramos ocasión de practicar- ¡qué gran medio nos proporciona para manifestar nuestro amor al Corazón de Jesús!: “En verdad os digo, cuanto hicisteis con uno de éstos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).

Pero el mayor medio para consolar a Jesús presente en la Eucaristía lo encontramos en la Santa Misa. ¿Qué mayor acto de amor y reparación podemos ofrecerle que este santo Sacrificio, en el cual se renueva místicamente la oblación que este Corazón divino hizo por cada uno de nosotros en la Cruz, desde la cual vuelve a clamar: “Tengo sed”? ¿Cómo no procurar la frecuente asistencia a la Santa Misa para renovar, en el momento del ofertorio, el ofrecimiento de todo nuestro ser al Corazón de Jesús? “Tomad, Señor, y recibid; todo cuanto soy y cuanto tengo os lo ofrezco en reparación de vuestro Corazón Eucarístico”. Y en el momento de la consagración, cuando el Corazón de Jesús comienza a latir en la Hostia consagrada, ¿cómo no unir nuestro pobre corazón al de Nuestro Señor, haciéndole la ofrenda de nuestro amor? “Haz mi corazón semejante al Tuyo, para que pueda amarte como mereces ser amado por mí”. Ojalá nuestro mayor anhelo sea procurar la unión íntima y profunda con el Corazón de Jesús a través de la sagrada Comunión, diaria de ser posible.

Para reflexionar: el Corazón de Jesús tiene sed, ardiente sed de ser amado en la Eucaristía. ¿Le daremos el agua fresca de nuestros actos de amor o el vinagre de nuestra indiferencia?

Quienes estén interesados en la Guardia de honor del Corazón Eucarístico, pueden ingresar al texto informativo que está en la barra lateral derecha.

Ioseph (Fr. Ricardo de San Juan)

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“Tengo una sed tan ardiente de ser amado por los hombres en el Santísimo Sacramento, que esta sed me consume, y no hallo a nadie que se esfuerce en apagármela correspondiendo de alguna manera a mi Amor.”

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La Semana del Buen Cristiano


Lunes
Dedicado a orar de manera especial por nuestros difuntos, las Benditas almas del Purgatorio.

El Sagrado Corazón
de Jesús

Las promesas hechas por el Sagrado Corazón de Jesús en estas varias apariciones a …:

1º A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado.
2º Daré paz a sus familias.
3º Las consolaré en todas sus aflicciones.
4º Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte.
5º Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas.
6º Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano de la misericordia.
7º Las almas tibias se harán fervorosas.
8º Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección.
9º Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón se exponga y sea honrada.
10º Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones más empedernidos.
11º Las personas que propaguen esta devoción tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.

12º Yo te prometo en el exceso de misericordia de mi Corazón, que mi amor todopoderoso concederá a aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos... la gracia de la Penitencia final; ellos no morirán en mi desgracia, ni sin recibir los Santos Sacramentos, siéndoles mi Corazón refugio seguro en aquella hora postrera.
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¡Tú eres el Mesías!


Sea miembro de la Guardia de Honor del Corazón Eucarístico

Guardia de Honor del Corazón Eucarístico

(Inspirado en la Asociación fundada por la Sierva de Dios María del Sagrado Corazón Bernaud)

Ser miembro de esta Guardia de Honor consiste en ofrecer una hora del día con el deseo de reparar el Corazón Eucarístico de Jesús.

El fin de la Guardia es rendir culto de gloria, de amor y de reparación al Corazón de Jesús Sacramentado, herido visiblemente una vez con la lanza en la cruz y herido invisiblemente todos los días por los ultrajes, sacrilegios e indiferencia de los hombres.

Su práctica es muy sencilla: esta hora de guardia o de presencia no consiste en hacer algo especial, sino en ofrecer lo que se esté haciendo en esa hora, con sus penas y alegrías.

Cada miembro de la Guardia de Honor elige la hora del día durante la cual ofrecerá sus ocupaciones ordinarias. La hora de guardia puede hacerse frente al Santísimo, durante la Santa Misa, en la casa, en la oficina, en el trabajo, en el colegio, haciendo deporte, estudiando, de paseo, jugando con los hijos, descansando, en el lecho de enfermo, etc.

Vivir la hora de guardia hace que, a la larga, nos vayamos habituando a la frecuente elevación del alma a Dios y a la reparación del Corazón Eucarístico de Jesús con nuestras vidas, por lo cual se convierte en un excelente medio para vivir la espiritualidad de los Siervos Reparadores en el mundo, para crecer en la intimidad con Cristo y para conquistar almas para Él.

Finalmente, y muy importante: nada de esto obliga bajo pena de pecado; no deben temerse olvidos. El tiempo irá haciendo que se genere el hábito de encomendar esta hora, pero hay que evitar caer en escrúpulos cuando no se haya recordado. En este sentido, también es importante que no se requiere un esfuerzo especial de concentración durante la Hora, ni el continuo repetir de alguna jaculatoria, sino simplemente ofrecer lo que se está haciendo. Basta con hacer este ofrecimiento al comenzar la Hora, poniendo la intención de hacer del mejor modo posible lo que nos toque en ese momento.

Por otra parte, los Siervos Reparadores se comprometen a encomendar diariamente en la Santa Misa, a perpetuidad, a los miembros vivos y difuntos de la Guardia de Honor del Corazón Eucarístico.

Vale aclarar que cualquier fiel católico puede pertenecer a la Guardia de Honor del Corazón Eucarístico.

¿Qué debe hacer si desea pertenecer a la Guardia de Honor del Corazón Eucarístico?

Simplemente ingresar en el siguiente enlace, que le llevará a la página de registro.

Se le pedirá que ingrese al sistema.

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Mar
18

Santo del día