Arrepentimiento

Súplica del pecador arrepentido

Posted by: Ioseph

Santa María Magdalena 01 (01)

Vuestra Sangre y vuestra muerte son, Jesús mío, mi esperanza. Habéis muerto por librarme de la muerte eterna. ¿Y quién, Señor, alcanzó mayor parte en los méritos de vuestra Pasión que este miserable, tantas veces merecedor del infierno?... No permitáis que continúe siendo ingrato a tantas gracias como me habéis concedido.

Librándome del infierno, quisisteis que no ardiese yo en las llamas eternas, sino en el dulce fuego de vuestro amor. Ayudadme, pues, a fin de que cumpla vuestros deseos. Si estuviese en el infierno, no podría amaros. Pero ya que ahora puedo amar, amaros quiero...
Os amo, Bondad infinita; os amo, Redentor mío, que tanto me habéis amado. ¿Cómo he podido vivir tan largo tiempo olvidado de Vos? Mucho, Señor, os agradezco que Vos no me hayáis olvidado. De no haber sido así, me hallaría ahora en el infierno, o no tendría dolor de mis culpas.

Este dolor de corazón por haberos ofendido, este deseo que siento de amaros mucho, dones son de vuestra gracia, que me auxilia y vivifica... Gracias, Dios mío. Espero consagraros la vida que me resta. A todo renuncio, y quiero pensar únicamente en serviros y complaceros. Imprimid en mi alma el recuerdo del infierno que merecí y de la gracia que me disteis, y no permitáis que, apartándome otra vez de Vos, vuelva a condenarme yo mismo a los tormentos de aquella cárcel.

¡Oh Madre de Dios, rogad por este pecador arrepentido! Vuestra intercesión me libró del infierno. Libradme también del pecado, único motivo capaz de acarrearme nueva condenación.

Fuente: S. Alfonso Ma. de Ligorio, Preparación para la muerte

Lecciones del Bautismo del Señor

Posted by: Nycticorax

Bautismo de Jesús 03 (03b)

¿Quién no se sentiría emocionado ante el combate de humildad entre el Señor y su precursor, San Juan? Jesús, mezclado entre los muchísimos publicanos que acudían a pedir el perdón de sus crímenes, llena de extrañeza al Bautista, que llegó a su colmo cuando Juan oyó al Señor que le pedía bautismo de penitencia. “¡Cómo!, exclamó, ¿yo bautizarte, yo, que no soy digno de desatar las correas de tus sandalias? ¡Oh, jamás, Señor, esto no lo haré nunca!”
Admiremos la humildad del discípulo, pero cuánto más admirable es aún la del divino Maestro, que fuerza a Juan Bautista a bautizar al Unigénito de Dios como al último de los mortales y como al más grande de los pecadores. Qué pocas veces vemos entre los hombres estas luchas de sincera humildad; antes, por el contrario, se lucha por sobresalir entre los demás y serles preferido. Se discute con pretensiones y con terquedad para triunfar orgullosamente, y esto a expensas de la caridad y a veces también de la verdad.

Al dejarse bautizar en las aguas del Jordán, el Redentor, pureza infinita, quiere enseñarnos a purificar sin descanso nuestro corazón por el arrepentimiento y a combatir en nosotros los gérmenes del pecado, sujetando las malas inclinaciones y los instintos perversos. Quizá nos creamos puros al no apreciar en nuestra conducta grandes culpas, pero ¿no nos juzgará Dios de otro modo? ¿No verá en nuestra alma mucho egoísmo y sentimientos poco nobles y conformes a la verdadera perfección? Y este carácter inconstante, que a veces nos lleva a la tristeza, al desaliento, a la disipación o a la presunción, ¿no es en nosotros origen de muchas faltas? La vida imperfecta y regalada que llevamos es también a veces suficiente para manchar nuestros corazones, llamados a la perfección. Purifiquémonos por el Sacramento de la Penitencia, o haciendo en nuestro corazón verdaderos actos de amor y arrepentimiento.

¡Oh Jesús, cuánto me aflige el pensar las muchas veces que te he ofendido a pesar de todas las promesas que te hice en el día de mi bautismo! Por la intercesión de tu Santísima Madre, concédeme el espíritu de humildad y de compunción necesario para que, libre de las ataduras del orgullo y del pecado, empiece una nueva vida, vida en todo conforme a tus enseñanzas y ejemplos.

Fuente: L. B., C, SS. R., Manual de Meditaciones