Convertirnos a Dios de todo corazón

Posted by: Laudem Gloriae

San Pablo 02 (09) Conversión
Conversión de San Pablo

¡Oh Señor, que me creaste para ti! Haz que con todas mis fuerzas yo tienda a ti, mi último fin.
Santo Tomás enseña que
“en el fin no hay que poner límites ni medida alguna” (II.-II., 184, 3); y, como la santidad es el fin de la vida espiritual, no debes proponértela bajo una forma reducida o empequeñecida, sino en toda su amplitud. Esta amplitud te habla de unión íntima con Dios, de una conformidad tan plena con su divina voluntad, que ésta sea el único motivo de todas tus acciones; esta amplitud te habla de una completa invasión de la gracia, porque, tan pronto como el alma se ha purificado de todo lo que es contrario a la voluntad de Dios, “le comunica Dios su ser sobrenatural de tal manera que parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios” (San Juan de la Cruz). La santidad es plenitud de amor y de gracia, es transformación en Dios por amor, es deificación por gracia.

¿A qué grado de amor y de gracia llegarás? Esto depende, en primer lugar, de los designios de Dios sobre tu alma, y después, de tu colaboración personal. Ahora bien, por lo que a ti toca, el secreto para llegar a la meta está en no detenerse jamás, y esto por dos razones: primera, porque por más que crezcas en el amor, jamás llegarás a amar a Dios cuanto Él se merece; segunda, porque ignoras el grado de santidad a que Dios te llama. Además, el Señor no se dejará vencer en generosidad; por eso cuanto más te des a Él por el ejercicio de un amor intenso, tanto más se dará Él a ti por gracia.
La medida para amar a Dios es amarlo “sin medida”. Y si en el amor no has de poner medida, tampoco has de ponerla en tu conversión.
“Dice el Señor: convertíos a mí de todo corazón” (Jl. 2, 12); he aquí la condición indispensable para amar a Dios con todo el corazón. Es muy raro que esta conversión total se realice en un instante como efecto de un golpe particular de la gracia: lo más ordinario es que se llegue a ella a través de una larga y progresiva conversión. Y si bien en la conversión, como en toda la obra de santificación, la iniciativa es siempre de Dios, que te previene con su gracia, se requiere también tu colaboración; por eso cada día debes empeñarte con renovado propósito “en convertirte a Dios de todo corazón”. Sea éste tu programa de Cuaresma.

Concédeme, Oh Señor Jesús, por los méritos infinitos de tu Pasión, que me convierta a ti con todo mi corazón. No permitas que mi espíritu se abata ante el continuo rebrotar de mis tendencias egoístas y la lucha incesante que tengo que sostener contra ellas. Hazme comprender que, para convertirme totalmente a ti, no debo pactar con mis flaquezas, con mis defectos, con mi egoísmo, con mi amor propio. Hazme comprender que todo debe ser sacrificado a tu amor. Y cuando lo hubiera sacrificado todo, tendré todavía que exclamar: Soy siervo inútil, oh Señor, porque todo es nada en comparación del infinito amor que merece tu infinita amabilidad.

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina