El gran mal de la ambición

Posted by: Lotario de Segni

Padre Leonardo Castellani 01 (01)

El apetito de mandar en el capaz de mandar es natural e inevitable. “Quien desea obispar no desea cosa mala”, dijo San Pablo, a condición de que no lo desee porque sí; ni tampoco por mal medio, atropellando por lo más sacro para alcanzarlo. Porque se peca de ambición no sólo pretendiendo el sitial para el cual no se es, sino pretendiéndolo mal, y en la mayoría de los casos (dada nuestra proclividad a mandar, “aunque sea un hato de cabras, Sancho”) simplemente pretendiendo.

La ambición causa daños espantosos en el cuerpo social; no sólo en las sociedades civiles sino también en las religiosas, naturalmente.
San Juan de la Cruz, que fue un mártir de la guerra a la ambición, reformador de una orden minada por este espiritual cocobacilo, escribió estas gravísimas palabras: “
esta ambición y este apetito de comando y prelatura es de los más sutiles venenos del demonio… El vicio de la ambición es, por así decirlo, incurable entre los Reformados puesto que es el más insidioso de los vicios. Él colora y matiza la gestión y el gobierno de visos de virtud y grande perfección, de donde sigue que el combatirlos aparece yerro, y el mal espiritual queda sin remedio”.

Si lo sabría el iluminado y mansísimo Doctor del Carmelo, que fue aherrojado por más de un año con atentado de envenenamiento por gente que vestía hábito, trataba perfección y tenía la boca llena de palabras santísimas, hasta que pudo fugarse de la sórdida mazmorra de sus hermanos, comparables a los hermanos de José, como quien huye de criminales, que no otra cosa eran aquellos superiores ambiciosos con todas sus hopalandas y gorigoris.

Es pésima la corrupción de lo óptimo. Las corrupciones del espíritu son peores que las de la carne. La ambición es el más insidioso de los morbos del espíritu, toda ella vestida de magnificencia y gemada de nombres sacros, altos ideales y legítimas pretensiones, pervirtiendo en provecho personal una cosa tan divina y necesaria como es la reyecía.

Fuente: R.P. Leonardo Castellani, s.j., Las ideas de mi tío el Cura, Buenos Aires, 1984