Es mejor obedecer que sacrificar

Posted by: Ioseph

Agonía en el Huerto 02 (03)

Toda nuestra perfección consiste en amar a nuestro amabilísimo Dios. “La caridad es vínculo de perfección” (Col 3). Mas toda la perfección del amor a Dios consiste en unir con su santísima voluntad la nuestra propia. El principal efecto del amor, dice S. Dionisio Areopagita (de Div. Nom. c. 4), es estrechar la voluntad de los amantes de modo que los dos tengan el mismo querer. Y por eso cuanto más íntimamente unida esté el alma con la divina voluntad, tanto más ardiente será su amor. Cierto es que son del agrado de Dios las mortificaciones, las meditaciones, las comuniones, las obras de caridad hacia el prójimo; pero, ¿cuándo lo son?: cuando van conformes con su voluntad, pues cuando no está en ellas la voluntad de Dios, no sólo deja de recompensarlas, sino que las abomina y las castiga.
 
Si hubiese en una casa dos criados, el uno de los cuales trabajase todo el día sin descanso, pero lo hiciese todo a su gusto, y el otro, trabajando menos, obedeciese en todo a su amo, sin duda que éste amaría al segundo y no al primero. ¿De qué sirven nuestras obras a la gloria de Dios, cuando no son según su beneplácito? No quiere el Señor sacrificios, dijo el profeta a Saúl, sino la obediencia a su querer.
“Numquid vult Dominus holocausta aut victimas et non potius ut oboediatur voci Domini?... Quasi scelus idolatriae est nolle acquiescere”: ¿Quiere el Señor holocaustos y sacrificios más que la obediencia a su voz?... Como crimen de idolatría es la obstinación. (I Rey 15, 22.23). El hombre que quiere obrar por voluntad propia, prescindiendo de la de Dios, comete una especie de idolatría, porque entonces, en vez de adorar la voluntad divina, adora en cierto modo la suya.
 
La mayor gloria, pues, que podemos dar a Dios es cumplir en todo con su santa voluntad. Nuestro Redentor, que vino al mundo a establecer la gloria divina, trató de enseñarnos principalmente esta verdad con su ejemplo. Ved ahí cómo le hace hablar S. Pablo con su eterno Padre:
“Hostiam et oblationem noluisti, corpus autem aptasti mihi: tunc dixi: ecce venio, ut faciam, Deus, voluntatem tuam”: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Entonces dije: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Hb 10, 5.7). Rehusado habéis las víctimas que os han ofrecido los hombres: vos queréis que os sacrifique el cuerpo que me habéis dado; aquí me tenéis pronto a hacer vuestra voluntad.
 
Y repetidas veces declaró formalmente que él había venido no para hacer su voluntad sino para cumplir la de su padre.
“Descendi de coelo, non ut faciam voluntatem meam, sed voluntatem ejus qui missit me”: he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió (Jn 6, 38). Y por esto quiso que viese el mundo el amor que a su Padre tenía, obedeciendo su voluntad, que le quería sacrificado en una cruz por la salud de los hombres. Esto mismo dijo en el huerto cuando salió al encuentro de sus enemigos, que venían para prenderle y conducirle a la muerte: “Para que conozca el mundo que amo a mi Padre, y que obro según las disposiciones de mi Padre; levantaos, salgamos de aquí” (Jn 14, 51) Hasta llegar a decir que sólo reconocía por hermano al que cumpliese la divina voluntad. “Qui fecerit voluntatem Patris mei, ipse meus frater”: el que hace la voluntad de mi Padre, ese es mi hermano (Mt 12, 50).
 
Así, todos los santos no han tenido otra mira que hacer siempre la divina voluntad, conociendo claramente que en esto se cifraba toda la perfección de un alma. Decía el beato Enrique Suson:
“No quiere Dios que abundemos en luces, sino que en todo nos sometamos a su voluntad”. Y Santa Teresa decía: “Todo lo que debe procurar el que se ejercita en la oración es conformar su voluntad con la divina, y esté seguro que en esto consiste la más elevada perfección. El que con más excelencia lo practique, recibirá de Dios mayores dones y hará mayores progresos en la vida interior”.

Fuente: San Alfonso María de Ligorio, Conformidad con la voluntad de Dios