Hay que orar con confianza (VI)

Posted by: Ioseph

David 03 (03)
David y Goliat

Dice San Agustín que la oración es la llave maravillosa que nos abre todos los tesoros del cielo. Apenas nuestra oración llega al Señor, desciende sobre nosotros la gracia que acabamos de pedir. Sus palabras son éstas: Es la llave y puerta del cielo... sube la oración y desciende la misericordia de Dios. Esto es tan verdadero, que el Real Profeta dice que juntas caminan siempre la oración nuestra y la misericordia de Dios. Bendito sea el Señor que no desechó mi oración ni retiró de mí su misericordia.
San Agustín nos enseña lo mismo, cuando escribe:
Cuando ves que tu oración está en tus labios, date cuenta y está seguro que se halla muy junto también de ti su divina misericordia. De mí sé decir que no siento nunca mayor consolación en mi espíritu, ni tengo confianza más firme de salvarme, que cuando me hallo a los pies de mi Dios, rezando y encomendándome a su bondad. Lo mismo tengo por cierto que pasará a los demás, pues otras señales de predestinación son inciertas y falibles, pero que Dios oye la oración de quien le reza con confianza, es verdad indubitable e infalible, como infalible es que Dios no puede ser infiel a sus promesas.

Así, pues, cuando sintamos nuestra debilidad e impotencia para vencer las pasiones u otras dificultades que se oponen a la voluntad de Dios sobre nosotros digamos animosos con el Apóstol:
Todo lo puedo en Aquel que es mi fortaleza. Jamás se nos ocurra pensar, no puedo... no me siento con fuerzas... Es cierto que con nuestras fuerzas nada podemos, mas lo podemos todo con la ayuda divina.
Si Dios dijera a uno de sus siervos: Toma este monte, échatelo a la espalda y llévalo de aquí que yo te ayudaré, y él dijere: No quiero, porque no tengo fuerzas para tanto... ¿no le tendríamos por necio y poco confiado? Pues, cuando nosotros por ventura nos veamos llenos de miserias y enfermedades y reciamente combatidos de tentaciones, no perdamos los ánimos, antes alcemos los ojos al cielo y digamos a Dios con David:
Ayúdame, Señor, y despreciaré a todos mis enemigos. Con tu ayuda, oh Dios mío, me burlaré de los asaltos de todos los enemigos de mi alma y venceré. Y cuando nos hallemos en grave peligro de ofender a Dios o en trance de funestas consecuencias, y no sepamos a donde volver los ojos, volvámonos a Dios y encomendémonos a El, diciéndole: El Señor es mi luz y mi salvación... ¿a quién puedo temer? Tengamos absoluta certidumbre de que el Señor nos iluminará y nos librará de todo mal.

Fuente: San Alfonso María de Ligorio, El gran medio de la oración