La Sagrada Escritura y la corrección de los hijos

Posted by: Ioseph

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En la sociedad actual, aun entre matrimonios cristianos, está muy en boga la idea de que los padres no deben nunca castigar a sus hijos. Ciertamente la comprensión, la paciencia, la suavidad son elementos muy importantes y que deben ser cultivados por los padres para “no exasperar a los hijos”, como enseña el Apóstol San Pablo. Pero ninguna de ellas reemplaza la necesidad de corregir a los hijos mediante castigos adecuados, sino que la suponen y reclaman. Nuestra naturaleza, inclinada al mal, requiere la benigna corrección paternal ya desde los primeros años para aprender a practicar el bien y a evitar el mal.

La Sagrada Escritura ofrece varios pasajes en que Dios señala a los padres esta obligación para con sus hijos. Presentamos algunos tomados del Libro de los Proverbios:

- “Quien hace poco uso de la vara quiere mal a su hijo; el que lo ama, le aplica pronto el castigo” (Pr. 13, 24)

- “Castiga a tu hijo, pues hay esperanza” (Pr. 19, 18a.): Consuelo de padres cristianos. Los hijos no se enderezan de un golpe, como un hierro, sino lentamente como un árbol vivo. Pasados los extravíos, florece y fructifica la semilla que en su alma infantil se deposita con la palabra, el ejemplo y la corrección (Straubinger).

- “La necedad se pega al corazón del joven, mas la vara de la corrección la arroja fuera” (Pr. 22, 15): La corrección es un espejo en que los niños ven las manchas que los desfiguran. Reprender y corregir, dice Clemente de Alejandría, es señal de benevolencia, y no de odio; el amigo y el enemigo nos humillan ambos: pero éste lo hace por burla, aquél, en cambio, por afecto (Straubinger).

- “La vara y la corrección dan sabiduría; el muchacho mimado es la vergüenza de su madre” (Pr. 29, 15)

- “Corrige a tu hijo y será tu consuelo y las delicias de tu alma” (Pr. 29, 17)

El amor verdadero busca siempre el bien de la persona amada. Por eso el padre que ama a su hijo procura que éste pueda alcanzar la plenitud y felicidad. Si un padre no reprende al hijo pequeño cuando éste, por ejemplo, toma un cuchillo, el niño terminará por herirse, quizás gravemente. Es por eso que, incluso cuando el niño llore o proteste, no se le permitirá acercarse a ese elemento peligroso.

Pero cuando el “elemento peligroso” no afecta –al menos inmediatamente– al cuerpo, como por ejemplo, una mala contestación, una desobediencia, un hurto, un insulto, una agresión, una mala palabra, en fin, cualquier acto malo que dará principio a lo que luego resultará un mal hábito, suele suceder que ya no se reacciona de la misma manera.
Así se permite que el niño, a causa de su inexperiencia y por su tendencia natural a la propia complacencia, adquiera hábitos que terminarán por arruinarlo.

Es preciso pues que cada padre asuma con responsabilidad la tarea importantísima que Dios le ha confiado. El temor a ser
“el malo de la película” o el influjo de las corrientes permisivistas –hoy tan de moda– no deben jamás hacerlo claudicar en su función de tutelar por el crecimiento en la virtud de sus hijos. “El permisivismo es negación de libertad, porque libertad significa ante todo dominio, señorío de sí, y permisivismo supone abandono, sometimiento de la razón a lo irracional y de la voluntad libre a la pasión sin norma y sin cauce” (A. Orozco).

Que el Espíritu Santo ilumine y fortalezca a todos los padres y haga crecer en virtud y gracia a los hijos a su cargo.