La inmortalidad del alma y sus consecuencias

Posted by: Nycticorax

Muerte del alma fiel 01 (01)

Así como se conoce el árbol por sus frutos, se conocen los dogmas verdaderos por los buenos frutos que producen. La creencia en la inmortalidad del alma produce excelentes frutos: es para el hombre consuelo en la desventura, móvil de la virtud, fuente de los mayores heroísmos.
Por el contrario, la negación de la inmortalidad del alma produce
frutos de muerte. Si el alma debe morir, no hay virtud, ni deber, ni religión, ni sociedad posible. Todo se desmorona. Juzgad, pues, el árbol por los frutos de muerte que produce.
 
1º- El dogma de la inmortalidad del alma sostiene, anima, consuela al hombre virtuoso, puesto que le hace esperar una recompensa y una felicidad que no tendrán fin.
Si suprimimos la otra vida, la muerte no tendría consuelos ni esperanzas. ¿Qué puede decir un incrédulo junto a un féretro? ¡Son amigos que se separan con la certeza de no volverse a ver jamás!... Mirad a esa madre, loca de dolor, junto a una cuna, herida por la muerte; el impío sólo puede decirle:
“Hay que ser razonable; esto les sucede también a otros, también nosotros moriremos”. En cambio, una Hermana de la Caridad dirá a esa pobre madre: “Hallaréis a vuestro hijito en el cielo; está con los ángeles, y un día iréis a juntaros con él”. Una doctrina tan consoladora viene de Dios. Vosotros que lloráis vuestros muertos queridos, consolaos, los encontrareis en una vida mejor. No, no termina todo en la tumba.
 
La creencia en la inmortalidad del alma es la única que puede formar hombres, llevarlos a la práctica de grandes virtudes, despertar en ellos nobles abnegaciones por Dios, por la sociedad, por la patria, puesto que esa creencia nos hace esperar alegrías tanto mayores cuanto más grandes hayan sido los sacrificios hechos por nosotros. Ella nos hace despreciar todo lo transitorio para no estimar sino lo que es eterno.
 
2º- Decir, por el contrario, que cuando muere uno todo muere con él, es suprimir toda virtud, todo deber, toda religión. Y en verdad, si no hay nada que esperar, nada que temer después de esta vida, ¿qué interés podemos tener en practicar el bien, el deber, la religión, a menudo tan penosos? ¿Qué digo? El bien y el mal, la virtud y el vicio no son más que vanas preocupaciones y odiosas mentiras.
La virtud cuesta grandes esfuerzos mientras que el vicio agrada a nuestra naturaleza caída. Ahora bien, si nuestra existencia se limita a esta tierra, si la virtud no produce
frutos de felicidad eterna, si el vicio no acarrea dolores inconsolables para la vida futura, es una tontería sufrir tanto para practicar la virtud y preservarse del vicio. Entonces fallan por su base la virtud, la familia, la religión, la sociedad. Si fuera cierto que con la muerte todo muere, el mundo se vería inundado por un diluvio de crímenes.
 
El robo, el homicidio, las más vergonzosas pasiones, no tendrían barreras, porque se tiene, con frecuencia, la facilidad de escapar de los gendarmes y de las prisiones.
“Una sociedad que no cree en Dios, ni en el alma, ni en la vida futura, no respeta ni justicia ni moral. Verdaderamente, si todo se limita a la vida presente, ¿por qué se ha de consentir que la autoridad, la fortuna y los placeres sean para los poderosos? ¿Por qué la sumisión, la pobreza, la miseria y los sufrimientos han de estar reservados a las clases bajas?... Si la vida futura es un sueño, el hombre tiene sobrada razón para buscar en la vida presente su gozo, su felicidad. Si no los halla, le asiste toda la razón para conquistarlos con la fuerza, las armas y la revolución. Y si fracasa, nadie puede reprocharle el que se abandone a la desesperación y busque en el suicidio el único remedio posible que le queda.
 
“Está visto: la ausencia de toda creencia en la vida futura es el camino cerrado a toda virtud, a todo heroísmo, a toda abnegación. Es el camino abierto a todas las pasiones, a todos los crímenes, a todas las revoluciones. El materialismo, propagado por la masonería, ahí tenéis la causa de todas las desgracias, de las ruinas y de los crímenes…” Cauly.

 Fuente: P. A. Hillaire, La Religión demostrada