La práctica de la humildad (VI)

Posted by: Ioseph

Corrección fraterna 01 (01b)

No habiendo cosa más provechosa para el progreso espiritual que el ser advertido de los propios defectos, es muy conveniente y necesario que los que te hayan hecho alguna vez esta caridad se sientan estimulados por ti a hacértela en cualquier ocasión. Luego que hayas recibido con muestras de alegría y de reconocimiento sus advertencias, imponte como un deber el seguirlas, no sólo por el beneficio que reporta el corregirse, sino también para hacerles ver que no han sido vanos sus desvelos y que tienes en mucho su benevolencia. El soberbio, aunque se corrija, no quiere aparentar que ha seguido los consejos que le han dado, antes bien los desprecia; el verdadero humilde tiene a honra someterse a todos por amor de Dios, y observa los sabios consejos que recibe como venidos de Dios mismo, cualquiera que sea el instrumento de que Él se haya servido.

Abandónate por completo en las manos de Dios y sigue las disposiciones de su amable Providencia, como un hijo cariñoso se abandona en los brazos de su amado padre. Déjale hacer lo que Él quiera, sin turbarte e inquietarte por lo que pueda suceder; acepta con alegría, con confianza y con respeto todo lo que de Él venga. Obrar de otro modo sería una ingratitud hacia la bondad de su corazón, sería desconfiar de Él. La humildad nos abisma de manera infinita bajo el ser infinito de Dios; pero al mismo tiempo nos enseña que en Dios está toda nuestra fortaleza y todo nuestro consuelo.

Es evidente que sin Dios no puedes hacer nada bueno, que sin Él caerías a cada paso, y la mínima tentación te vencería; reconoce tu debilidad e impotencia para practicar el bien, y no olvides que en todas tus acciones necesitas siempre del concurso divino. Que la consideración de estas verdades te mantenga inseparablemente unido a Él, como un niño que no conociendo otro refugio se aprieta contra el seno de su madre. Repite con el Profeta:
Si el Señor no me hubiera ayudado, mi alma habitaría en la región del silencio, y: mírame y apiádate de mí, porque estoy solo y desvalido; oh Dios, ven en mi auxilio, apresúrate a ayudarme. No dejes nunca de dar gracias a Dios con todo tu corazón, y dale gracias, sobre todo, por los cuidados de que te rodea, y pídele en todo momento que no te falte la ayuda que sólo Él te puede dar.

Fuente: Gioacchino Pecci (Luego León XIII), La práctica de la humildad