La práctica de la humildad (IX)

Posted by: Ioseph

Agonís en el Huerto 05 (04)
Agonía en el Huerto

Un enfermo que desea vivamente la curación procura evitar todo lo que pueda retrasarla; toma con temor aun los alimentos más inofensivos y casi a cada bocado se detiene a pensar si le sentarán bien; también tú, si deseas de corazón curarte de la funesta enfermedad de la soberbia, si verdaderamente anhelas adquirir esta preciosa virtud, has de estar siempre en guardia para no decir o hacer lo que pueda impedírtelo; por esto, es bueno que pienses siempre si lo que vas a hacer te lleva o no a la humildad, para hacerlo inmediatamente o para rechazarlo con todas tus fuerzas.

Otro motivo poderoso que debe impulsarte a practicar la hermosa virtud de la humildad es el ejemplo de nuestro divino Salvador, al cual debes conformar toda tu vida. Él ha dicho en el santo Evangelio: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Y, como nota San Bernardo, ¿qué orgullo hay tan obstinado que no pueda ser abatido por la humildad de este divino Maestro?
Se puede decir con toda verdad que sólo Él se ha humillado realmente y se ha abajado; nosotros no nos abajamos, nos colocamos en el lugar que nos corresponde; porque siendo ruines criaturas, culpables de mil delitos, sólo tenemos derecho a la nada y al castigo; pero nuestro Salvador Jesucristo se ha colocado por debajo del lugar que le corresponde. Él es el Dios omnipotente, el Ser infinito e inmortal, el Árbitro supremo de todo; sin embargo, se ha hecho hombre, débil y pasible, mortal y obediente hasta la muerte. Se ha rebajado hasta lo más ínfimo de las cosas.

Aquel que es en el cielo la gloria y bienaventuranza de los Ángeles y de los Santos ha querido hacerse varón de dolores y ha tomado sobre sí las miserias de la Humanidad; la Sabiduría increada y el principio de toda sabiduría ha cargado con la vergüenza y los oprobios del insensato; el Santo de los Santos y la Santidad por esencia ha querido pasar por un criminal y un malhechor; Aquel a quien adoran en el cielo los innumerables ejércitos de los bienaventurados ha deseado morir sobre una cruz; el Sumo Bien por naturaleza ha sufrido toda suerte de miserias temporales.
Y después de este ejemplo de humildad, ¿qué deberemos hacer nosotros, polvo y cenizas? ¿Podrá parecernos dura alguna humillación a nosotros, miserables pecadores?

Fuente: Gioacchino Pecci (Luego León XIII), La práctica de la humildad