La tibieza, peligro silencioso

Posted by: Lotario de Segni

Agonís en el Huerto 04 (11)

Mediocridad y tibieza son conceptos y realidades separables, aunque estén contiguos y coincidan en algunos aspectos. Yo supongo que el mediocre se encuentra fuera de ese estado peligroso que en el Apocalipsis es descrito con colores tan impresionantes: “mas por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca” (Ap. 3, 16). Como el manjar que causa náuseas e incita al vómito, así es para el Señor el cristiano que se ha dejado caer en la tibieza.

Es el alma que fuera de la ofensa grave de Dios, y habitual, todo lo admite y todo lo pasa. Es el alma que se encuentra al borde del abismo. De tal manera debilitada, que se encuentra sin recursos vitales sobrenaturales, sin reservas para reaccionar ante la enfermedad y la tentación grave. Alma rebelde a la gracia, cínica y dura, una de cuyas características es el pecado venial habitual.

La tibieza es algo así como una decrepitud espiritual, como una enfermedad involutiva. La vida espiritual no solamente se detiene, sino que se la deja arruinar.
Estas almas suelen estar en una perfecta ceguera que les impide aún querer salir de su lamentable estado. El mediocre es un hombre que hace oración; el tibio, rara vez y malamente; el mediocre todavía tiene sincero deseo de luchar contra el pecado venial, que el tibio conlleva habitualmente o lo ignora. Esto no quiere decir que no tengan algunos puntos de contacto.

Mediocre tiene sentido de ordinario, pasable, mediano. No se opone a bueno sino a notable, sobresaliente.
Nos referimos aquí al alma buena y fiel en todo lo sustancial; si cae en pecado se duele y lo lamenta, pero que no se ha decidido a cortar todos los puentes hacia él. Bellos esfuerzos, sí, pero todavía hay contramarchas y fluctuaciones; no hay infidelidad propiamente hablando, pero tampoco se puede hablar de fidelidad.
Es el caso de aquellas almas de las que puede decirse: es un buen hombre, un buen cristiano, un buen religioso; hasta es un hombre cumplidor de su deber con una exactitud de disciplina y de rutina, es –y hasta aquí podemos llegar– un hombre virtuoso. Pero del cual no podemos decir: es un hombre fervoroso.

Son almas paralizadas en las que, según el P. Surin, se pueden advertir estos defectos –sobre todo en el nivel más bajo de tibieza–: 1) desprecio de las cosas que a su parecer son pequeñas, aunque las grandes abnegaciones también las rehuyen; 2) apego a niñerías o a “baraterías”, según expresión de Santa Teresa; 3) naturalismo en su proceder; 4) estima excesiva de los talentos y cualidades humanas;  5) cobardía ante las inspiraciones; 6) huída del sacrificio y apego larvado a toda comodidad y honra de este mundo.

Fuente: P. Pedro Martínez Cano, S.J., Espiritualidad de hoy, Madrid 1961