María Santísima quiere que recurramos a ella como niños pequeños

Posted by: Laudem Gloriae

Asunción de la Virgen María 02 (03)

Yo soy la Madre del amor hermoso, dice María (Ecl. 24,24) porque su amor hermosea nuestras almas a los ojos de Dios.  “¿Qué Madre amará a sus hijos y se interesará tanto por su felicidad, como Tú amabilísima Reina nos amas y te interesas por nuestro bien?”, dice San Buenaventura.
 Con el salmista podemos decir: “Señor, soy Hijo de tu esclava” (Salmo 85). ¿De qué esclava? Pregunta San Agustín, y responde: “De la que dijo: “He aquí la esclava del Señor”.

El Cardenal Belarmino decía: “¿Quién se atreverá a arrebatar a estos hijos de las manos de María, cuando ellos se hayan refugiado allí  para librarse de los enemigos de su alma? ¿Qué furia del infierno o de las pasiones podrá derrotarlos definitivamente si confían en el poder y en la bondad de tan excelsa Madre?”.

 Hay animales marinos que al ver en peligro a sus pequeños hijos abren la boca y los esconden allí mientras pasa el momento difícil. Pues María Santísima cuando nos ve en peligro extiende el manto de su misericordia y allí nos ampara y defiende. ¡Bendita seas, oh Madre. Y bendito sea Dios que te hizo Madre nuestra y el más seguro refugio para los peligros de la vida!

 La Santísima Virgen le dijo a Santa Brígida que así como una Madre que contemplara a su Hijo a punto de ser atacado por las espadas de los enemigos, haría todo lo posible por salvarlo de aquel peligro, así hará Ella a favor de los pecadores, con tal que le imploren su ayuda y socorro.

En cuántos peligros podremos vencer, con tal que recurramos a Ella diciéndole aquella oración tan antigua: “Bajo tu amparo nos acogemos, oh Madre de Dios. No desoigas nuestras súplicas, antes bien de todo peligro líbranos siempre, oh Virgen gloriosa y bendita”. Cuántas personas han logrado obtener victorias contra los enemigos del alma al repetir esta breve y eficacísima oración. La sierva de Dios, Sor María del Crucificado, decía que siempre que la rezó con fervor obtuvo alguna victoria contra el mal.

 Alegrémonos los que somos hijos de María, y recordemos que Ella acepta por hijos a cuantos desean serlo con buena voluntad y alegremente. ¿Por qué temer perdernos si esta Madre nos defiende y nos protege? San Buenaventura dice que el devoto de María debe repetir: “¿Por qué temes alma mía? ¿No ves que la causa de tu Salvación Eterna no puede perderse ya que la sentencia de tu salvación está en manos de Jesús tu hermano y que por ti intercede nada menos que la Madre de tu Juez, que es también Madre tuya?”

 La Virgen María nos dice la frase del Libro de los Proverbios: “Quien sea pequeño que venga a Mí”  (Proverbios 9,4). A los niños no se les aparta de los labios el nombre de su madre y ante el primer temor que se les presenta ya están gritando: “Mamá, mamá”. Esto es lo que de nosotros desea esta comprensiva Madre Celestial, que seamos niños pequeños que saben recurrir a Ella en los peligros y que la llamemos en nuestro auxilio, porque nos quiere ayudar y salvar como ha ayudado y ha salvado a cuantos a Ella han acudido.

ORACIÓN: Madre mía santísima, ¿cómo es posible que teniendo una Madre tan Santa me resigne a seguir siendo yo tan pecador? ¿Que teniendo una Madre tan llena de virtudes, me contente yo con seguir tan pobre en merecimientos para el Cielo? Ciertamente que no merezco ser llamado Hijo tuyo, porque me he hecho indigno por mi mala vida. Pero te pido que no me niegues el gran favor de poderte llamar siempre Madre mía. Este nombre es mi gran consuelo y me recuerda el gran deber que tengo de amarte con todo mi corazón. Este nombre me invita a colocar en Ti toda mi confianza. Cuanto más me aterrorizan mis pecados y la cuenta que tendré que dar ante la Divina Justicia, más me consuela el pensar que Tú, la Madre de mi juez, eres también Madre mía, mi Madre Amabilísima. Así te llamo ahora, y así quiero llamarte siempre. Tú, después de Dios, serás siempre mi esperanza y mi refugio en este valle de lágrimas. Quisiera morir entregando mis últimos suspiros en tus manos y diciendo: Madre mía, Madre mía, ayúdame. Ten compasión de mí. Amén.

 Fuente: San Alfonso María de Ligorio, Las glorias de María