Santidad Argentina (V)

Posted by: Corim

Madre María Benita Arias 04 (03)
Antiguo colegio

Madre María Benita Arias. Cuarta parte.
 
En la entrega anterior hemos despedido del puerto de Buenos Aires a la Madre Benita, que partía en el barco “Bourgogne” rumbo a Roma, la Ciudad Eterna, para pedir al Santo Padre el permiso de fundar la Congregación de las Siervas de Jesús Sacramentado.
 
El 31 de agosto de 1870 llega a Roma, y se hospeda en la casa de las Hermanas de la Aparición de San José. Encuentra Roma en una grave situación pues las tropas piamontesas estaban invadiendo los Estados Pontificios, de manera cruel e injusta, pues robaron a la Santa Iglesia sus bienes.
A pesar de esta y otras  graves preocupaciones, el Santo Padre Pío IX, recibe a Benita en audiencia y la trata con una exquisita caridad. Le pregunta:
“¿Como te llamas?”, Benita le responde: “Me llamo Benita”; y el Papa le responde: “¡Bendita y Bienvenida!”. El Santo Padre le prodigó múltiples atenciones, y la escuchó atentamente; le sugirió que redactase lo más pronto posible el reglamento de la futura congregación. Al despedirse le imparte la bendición sobre ella y su proyecto.
 
María Benita salió de esa audiencia con el corazón pleno de gozo y con esperanzas de ver pronto realizado su sueño de fundar su Congregación.
Para la redacción de dicho reglamento, decide emprender un viaje a Tierra Santa, para escribir sus constituciones en aquella tierra que pisó el mismo Hijo de Dios.
Con la ayuda de un sacerdote conocido que residía en Roma, puede emprender el viaje a tierra Santa el 5 de octubre. Al llegar a destino, son las Hermanas de la Caridad quienes se ocupan de recibirla y acompañarla, ofreciéndose como guías y traductoras.

Benita recorre emocionada esos lugares donde Cristo mismo caminó, obró milagros y murió por Amor para salvación de muchos. Y es en la Gruta de Santa Elena donde Benita redacta sus constituciones. Dicha gruta forma parte de la Basílica del Santo Sepulcro, que es un gran complejo de Iglesias, Catedrales y Monasterios de una grandiosidad digna del Gran Sacrificio que allí se realizó. La gruta de Santa Elena que Benita eligió para su trabajo está en el lugar donde la Santa Emperatriz encontró la Santa Cruz de Nuestro Señor.
 
Con su trabajo concluido, Benita decide regresar a Roma. Sale de Jerusalén el 20 de enero de 1871, el 2 de febrero llega a Italia e inmediatamente presenta las constituciones a distintos eclesiásticos para que las estudien y brinden su opinión antes que sean presentadas a la Santa Sede. El 19 de abril se inició el trámite para la aprobación y el mismo Santo Padre entregó a la Congregación para los religiosos el reglamento en cuestión.
 
La Madre Benita sabía que en Buenos Aires varias personas no eran favorables a su fundación, por esto es que decidió presentar su proyecto primero en Roma. El Santo Padre tenía la intención de aprobar su proyecto, sin embargo, se debían pedir los informes correspondientes a las Autoridades Eclesiásticas de Argentina, y seguir el curso normal de cualquier aprobación. Benita obtiene un escrito que la recomendaba ante su Obispo diocesano y en el que se lee, aparte del pedido de informes:
“...Por lo demás nada impide que Vuestra Señoría, en virtud de la Autoridad Ordinaria en que está investido, de conformidad con el derecho común, previas la formalidades de estilo, permita, si así lo juzga conveniente en el Señor, la fundación de la mencionada casa...”

Con el corazón lleno de esperanza y confianza en la Divina Providencia y apoyada por las palabras del Papa y de varios miembros de la Curia Romana, Benita deja Roma para volver a su patria, no sin antes saludar por última vez al Santo Padre, quien la recibe como siempre, con su amabilidad y caridad paternal, y le obsequia nueve rosarios para las nueve primeras religiosas del instituto.
 
Hasta aquí hemos acompañado a la Madre Benita por su viaje por Roma y Tierra Santa. En la próxima entrega del día 18 de este mes, la acompañaremos por los múltiples trabajos que le demandó su Fundación.
Nos quedamos con un extracto de una oración compuesta por la Madre Benita:
 “¡Oh mi amado Pastor! Aquí tienes a tu esclava, una de tus ovejas, metida y enredada en los espinales de este mundo. Mira que va marcada con Tu Preciosísima Sangre. Ven, te suplico humildemente, a sacarla de entre las malezas de sus miserias, atiende a sus tristes validos. No permitas que perezca y sea pasto del lobo infernal. ¡Oh Pastor Divino!, ponla a salvo en tus hombros y llévala otra vez a tu redil, a fin de que no se separe jamás de Tu amable compañía.”

Madre Benita, ruega por nosotros.