Santidad Argentina (XX)

Posted by: Corim

Vble María Crescencia Pérez 07 (08)
Iglesia de Ntra. Sra. del Huerto, de la calle Rincón

HERMANA MARÍA CRESCENCIA PÉREZ. Octava parte.

Desde la entrega anterior acompañamos a la Sierva de Dios en su trabajo en el Colegio del Huerto de la calle Rincón, en la ciudad de Buenos Aires, y hemos estado citando algunos testimonios que nos hablan de su humildad, sencillez, honda piedad, sana alegría y servicialidad, entre otras virtudes que sólo pueden brotar de un corazón amante de Dios, que se alimenta de la oración y de la Eucaristía diaria; un corazón consagrado a la Virgen, a quien reconoce como Madre y Maestra y a quién se encomienda a cada instante para poder obrar de manera agradable a los ojos de Dios.

Y en esta escuela de la Humildad, de la que la Virgen es el modelo acabado, es donde María Crescencia aprende a moldear su alma a imitación de su Sublime Maestra. Citaremos un ejemplo que nos habla de la humildad practicada por Sor Crescencia:
“Un día, la Superiora mandó a Crescencia a barrer un patio, un gran patio interno. Como siempre ella fue inmediatamente y barrió todo el patio. Después de un rato, la llamó la superiora y la reprendió ásperamente por no haber cumplido con la obediencia y no haber barrido el patio, como se lo había ordenado...Y Crescencia, inclinando la cabeza, sin excusarse, tomó la escoba y barrió nuevamente el patio... Sin duda, como comentaban las Hermanas, cualquiera se hubiera excusado prontamente y le habría hecho ver a la Superiora que había barrido el patio. Sin embargo, Crescencia supo callar, aunque le costó mucho.”
Este hecho puede parecernos algo insignificante, pero el testimonio de las hermanas nos hace ver que un santo, o alguien que aspira a la santidad, es alguien que a cada instante trata de vencerse a sí mismo, morir a sí mismo, hacer pequeños actos heroicos que muchas veces solo Dios puede ver, pero que tienen a sus ojos un valor infinito. Y este es el camino de María Crescencia, el mismo Caminito de Santa Teresita, desaparecer, vivir oculta, obrando sólo para la mayor gloria de Dios, sin importar la opinión de los hombres.

Cinco años pasó la Hermana Crescencia en el colegio del Huerto, hasta que la Madre provincial la traslada al Solárium de Mar del Plata, un lugar donde se trataba a niños con tuberculosis ósea o pulmonar. En ese Hospital tiene la responsabilidad de atender dos salas en donde se albergan entre 60 y 80 niñas; y según nos dicen las crónicas:
“ella era la encargada de acompañarlas, cuidar su alimentación, la ropa, la disciplina, el orden...; de llevarlas a la playa...; de enseñarles el catecismo y prepararlas para la primera comunión...; de brindarles todas las otras atenciones, exigidas por la tuberculosis.”

Hasta aquí hemos acompañado a María Crescencia en los primeros años de vida consagrada. En la próxima entrega nos adentraremos un poco en las actividades, el apostolado que la Hermana Crescencia realizó en su nuevo destino de Mar del Plata.

Nos despedimos de esta entrega citando un pasaje de una carta que la Hermana Crescencia le escribió a su familia:
“...qué vamos a hacer, Dios todo lo permita para el cielo, sufriendo con paciencia y por amor a Dios todo lo amargo de esta miserable vida, para tener la dicha de ser felices y gozar eternamente en la otra ¿no les parece?”